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'Men': ¿y si fueses mujer y todos los hombres fuesen tu enemigo?
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'Men': ¿y si fueses mujer y todos los hombres fuesen tu enemigo?

Después de 'Ex_Machina' y 'Annihilation', el británico Alex Garland vuelve al largo con una reflexión sobre el machismo y los terrores femeninos sangrienta y desfasada

Foto: Rory Kennear en uno de sus múltiples papeles en la última película de Alex Garland. (Vértice)
Rory Kennear en uno de sus múltiples papeles en la última película de Alex Garland. (Vértice)

Harper (Jessie Buckley, a la que vimos recientemente en 'Estoy pensando en dejarlo') acaba de mudarse al campo. A un caserón en la campiña inglesa. Acaba de quedarse viuda y necesita cambiar de aires para sanarse. Porque su matrimonio escondía problemas que, poco a poco, la película nos irá descubriendo. La vida en el campo es bucólica: pasear por el bosque, comer manzanas recién cogidas del árbol —¡oh, la manzana, qué simbólico!— y charlar superficialmente con sus nuevos vecinos. Hasta que un hombre totalmente desnudo empieza a acosarla y, en un momento dado, intenta allanar su casa. Así comienza 'Men', la última película de Alex Garland, guionista ('28 días después'), director, novelista ('La playa') y productor, nominado al Oscar en 2016 por 'Ex_Machina'. Después de centrarse en el formato serie con 'Devs' —'thriller' de ciencia ficción—, Garland vuelve al terror con 'Men', esta vez con ciertos dejes victorianos pasados por el batiburrillo posmoderno, el 'body horror' —hay mucha sangre y mucho líquido amniótico, o lo que sea— y la relectura feminista. Seleccionada en la pasada Quincena de los realizadores de Cannes, 'Men' estaba -está- llamada a convertirse en uno de los taquillazos del "terror de autor".

Porque Garland transmite al espectador, al menos hasta mitad de la película, los terrores comunes de las mujeres. Aquellos transmitidos de madres a hijas —el "no vuelvas sola" aquí es "no vivas sola"—, aquellos que escriben las noticias de sucesos —un hombre acosa a una mujer y la acaba violando/matando—, aquellos sellados a fuego en la piel por el puritanismo —"será puta", "iba provocando", "algo habrá hecho"—. Y la genialidad de Harper ha sido aislar a su protagonista y rodearla no solo de hombres, sino del mismo hombre repetido muchas veces. Ese hombre es Rory Kinnear (Tanner en la saga '007' y uno de los grandes del teatro inglés), que interpreta al casero que le alquila la casa a Harper, al acosador desnudo, al policía que acude en su ayuda, al tabernero, al vicario, a un niño que juega en la iglesia. Una apuesta arriesgada, pero que funciona en el terror y también como metáfora de ese machismo heredado y compartido, de esa amenaza conjunta a la que se enfrenta la protagonista.

placeholder Jessie Buckley es Harper en la última película de Alex Garland. (Vértice)
Jessie Buckley es Harper en la última película de Alex Garland. (Vértice)

Pero ¿por qué la protagonista, Harper, no se da cuenta de que todos los hombres del pueblo podrían ser el mismo hombre? Como Charlie Kaufman —guionista y director, precisamente, de 'Estoy pensando en dejarlo'— en 'Anomalisa', Garland juega con la idea de ese síndrome de Fregoli cuyos enfermos sufren la paranoia de que todas las personas son en realidad una única persona disfrazada. Pero en 'Men' lo utiliza a la inversa. Y también nos previene de que nos adentramos en un código en el que todo puede ocurrir, una advertencia que se concreta en el segundo tercio de la película.

Cuanto más se mantiene en el naturalismo, mejor funciona la película. Al final el miedo, la mayor parte del tiempo, es sugestión, es punto de vista. Como dijo aquel teórico —no sé quién, pero alguien—, el miedo puede representarse en la forma de cortar una fruta. Y el inicio de 'Men' navega muy bien en ese claroscuro de incertezas. ¿Habré visto lo que he visto? ¿Por qué hay un hombre desnudo en mi jardín? Y Jessie Buckley, sola, asustada, encerrándose en su casa o temiendo las miradas de los vecinos hombres que o la juzgan o la compadecen o la desean o la culpan por su deseo. El miedo está en la mano de ese vicario que acaricia con las yemas y con apetito el banco en el que hasta hace un momento se sentaba la mujer, después de sermonearla y de culparla de todos los males. El miedo está en la represión, en el castigo. El miedo a uno mismo y el miedo al otro. La otra, en este caso.

placeholder Después de 'Ex Machina', Alex Garland vuelve con esta cinta de terror. (Vértice)
Después de 'Ex Machina', Alex Garland vuelve con esta cinta de terror. (Vértice)

A mitad de película, Garland tenía dos opciones: continuar por el sendero de la sugestión o lanzarse al precipicio de la explotación, el 'gore' y la hemoglobina. Y opta por lo segundo. Pero no lo hace como un 'slasher' o una película de supervivencia tradicional, sino que añade capas y capas de simbolismo, imágenes caravaggistas que beben tanto de William Blake como de 'El ciempiés humano'. Garland pone por encima el valor metafórico de la imagen, la lectura política, más que los mecanismos del terror; aunque también es cierto que la atmósfera inquietante de 'Men' desde un principio se apoya en una banda sonora que convierte un idílico praderío en un entorno de pesadilla. Aun así, Garland trabaja mucho el poder evocador de sus imágenes, casi pinturas, con una preocupación más estética que rítmica.

Los verdes y amarillos saturados de la fotografía de Rob Hardy —quien se ha mantenido leal a Garland en todos sus trabajos— propician un paisaje de cuento de hadas, de fábula. El rojo omnipresente se relaciona con la violencia, pero también con el pecado. Harper es una especie de Caperucita moderna rodeada de lobos, que no puede salir de casa sin un hacha que la defienda.

placeholder Es una de las apuestas fuertes del año del cine de terror hollywoodiense. (Vértice)
Es una de las apuestas fuertes del año del cine de terror hollywoodiense. (Vértice)

Porque, sobre todo, el principal problema de 'Men' es su final anémico. Cuando en la mayor parte de películas del género se busca llegar a un clímax adrenalínico, exacerbar el pavor que se ha ido sembrando a lo largo de la historia, Garland opta por bajar el ritmo, por abandonar la narrativa convencional e irse a un subconsciente o una especie de densa ensoñación por la que van pasando todos esos hombres, arrastrados ya por el código fantástico. El machismo se perpetúa y se reproduce y engendra monstruos, y así lo concreta Garland en una secuencia que se debate entre la búsqueda de la genialidad y el límite con el bochorno.

Quizás es esa desesperación por aparentar una profundidad que no va más allá de un par de conceptos bastante consensuados —no hay nada realmente rompedor o sorprendente en el discurso— lo que traiciona a una propuesta absolutamente original. "No todos los hombres son/somos iguales" es un 'leitmotiv' muy repetido que en 'Men' se utiliza como base de esa reflexión sobre la genética del machismo. Porque aquí, literalmente, todos los hombres sí son iguales. Y todos son el enemigo.

Harper (Jessie Buckley, a la que vimos recientemente en 'Estoy pensando en dejarlo') acaba de mudarse al campo. A un caserón en la campiña inglesa. Acaba de quedarse viuda y necesita cambiar de aires para sanarse. Porque su matrimonio escondía problemas que, poco a poco, la película nos irá descubriendo. La vida en el campo es bucólica: pasear por el bosque, comer manzanas recién cogidas del árbol —¡oh, la manzana, qué simbólico!— y charlar superficialmente con sus nuevos vecinos. Hasta que un hombre totalmente desnudo empieza a acosarla y, en un momento dado, intenta allanar su casa. Así comienza 'Men', la última película de Alex Garland, guionista ('28 días después'), director, novelista ('La playa') y productor, nominado al Oscar en 2016 por 'Ex_Machina'. Después de centrarse en el formato serie con 'Devs' —'thriller' de ciencia ficción—, Garland vuelve al terror con 'Men', esta vez con ciertos dejes victorianos pasados por el batiburrillo posmoderno, el 'body horror' —hay mucha sangre y mucho líquido amniótico, o lo que sea— y la relectura feminista. Seleccionada en la pasada Quincena de los realizadores de Cannes, 'Men' estaba -está- llamada a convertirse en uno de los taquillazos del "terror de autor".

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