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'Top Gun: Maverick': Tom Cruise tiene la receta perfecta de acción y melancolía
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'Top Gun: Maverick': Tom Cruise tiene la receta perfecta de acción y melancolía

El actor se erige como el último bastión del 'blockbuster' de acción tradicional en salas de cine con la secuela de la mítica película ochentera tres décadas después

Foto: 'Top Gun: Maverick': Tom Cruise tiene la receta perfecta de acción y melancolía
'Top Gun: Maverick': Tom Cruise tiene la receta perfecta de acción y melancolía

Cuenta Héctor G. Barnés que la cultura gerontófoba de Silicon Valley extiende sus tentáculos ya fuera de las empresas tecnológicas. A partir de los 35 años se da por hecho que un trabajador es un mueble, incapaz de innovar, de estar al día. La industria 'tech' tan solo sigue la estela de muchas otras pioneras en esto de aborrecer temer, más bien el paso del tiempo. La moda, el cine, la televisión y ahora el mercado de 'influencers', 'instagrammers', 'tiktokers' y variaciones promueven referentes insultantemente jóvenes a los que queman a la velocidad del hexano. Recientemente, en la enésima edición del programa de supervivencia de turno, un tipo sin oficio ni beneficio le espetaba una ráfaga de “vieja” como insulto a una concursante de 40 años. La enfermedad de la juventud, dicen. De la idiocracia, también.

Pero, gracias a Dios, existe Tom Cruise. Treinta y seis años después del estreno de ‘Top Gun’, Tom Cruise retoma el papel de Maverick en el gran 'blockbuster' de la temporada, una secuela diseñada para que el actor de 60 años demuestre que los ‘viejos’ —dicha esta palabra con todas las comillas del mundo— también pilotan cazas, también enseñan abdominales y también follan, con perdón. Sobre todo si son Tom Cruise. Porque Kelly McGillis, coprotagonista de Cruise en la primera entrega de 1986, no. Hollywood demuestra de nuevo que ni siquiera en un filme sobre vitalidad en la madurez tolera que el interés amoroso del personaje principal sea una mujer de 60 años que no cumple el canon de belleza habitual. Por eso, en esta ocasión, la sustituye Jennifer Connelly.

"Recuerdo que inmediatamente, en 1986, Don Simpson y Jerry Bruckheimer [los productores] quisieron hacer una secuela, pero no estaba preparado", explicó el actor durante la rueda de prensa en el Festival de Cannes. "Necesitaba crecer como artista, entender qué es el cine, aprender. Lo que he aprendido de las secuelas, también en 'Misión imposible', es que me permiten tener un diálogo con el público. Hay una inversión en los personajes. En todo el mundo mucha gente me preguntaba en diferentes idiomas cómo habríamos hecho una secuela. Y me iba a casa pensando en ello. ¿Qué pasaría? Durante años, Don, Jerry y Christopher McQuarrie [guionista] hablábamos cada cierto tiempo de ello. Nos sentamos y escribí un par de ideas que quería transmitir al público. No quería decepcionar a una generación que estaba expectante. Y quería que funcionara artísticamente. Y eso necesita tiempo".

placeholder Jennifer Conelly, en 'Top Gun'. (Paramount)
Jennifer Conelly, en 'Top Gun'. (Paramount)

'Top Gun: Maverick', lucimientos aparte, es un ejercicio de nostalgia descarado, para lo bueno y para lo malo, dirigido a aquellos que hace 30 años soñaron con ser pilotos de caza y que ahora se conforman con una chupa de cuero y unas gafas de aviador. La receta perfecta de acción, melancolía y competitividad masculina, revestida de una solemnidad paterno-filial de fórmula. La rebeldía y rivalidad juvenil es ahora la de un hombre sin raíces ni hogar que busca redención en el cuidado de un hijo que no es suyo. Los papeles de maestro y pupilo que dan sentido a una vida marcada por la pulsión de muerte, por el riesgo.

Los primeros minutos son una declaración de intenciones: todavía con la pantalla en negro comienzan a sonar los primeros acordes del tema de Harold Faltermeyer que convirtió ‘Top Gun’ en una de las bandas sonoras más vendidas de la historia. Casi plano a plano, ‘Maverick’ fotocopia los encuadres del repostaje, de los soldados uniformados señalizando la pista de despegue, de los motores en combustión, de toda la parafernalia teóricamente testosterónica de un portaaviones bajo los cielos rosados marca de la casa. Y, enseguida, un Tom Cruise por el que no parece que hayan pasado los años y, como siempre, pegado a una moto de alta cilindrada mientras el viento le agita el pelo y orea su sonrisa perfecta.

placeholder Tom Cruise vuelve al papel de Maverick. (Paramount)
Tom Cruise vuelve al papel de Maverick. (Paramount)

El director, Joseph Kosinski ('Tron: Legacy', 'Oblivion'), no parece haber tenido mucho margen de maniobra. “Queremos lo mismo, pero ligeramente diferente”, seguramente le hayan pedido, ante la incapacidad de resucitar las carreras de la mayoría de los actores originales. Cruise se erige como el superviviente absoluto de aquella pelea de gallos entre Maverick y Iceman (Val Kilmer). Porque en las guerras también hay caídos y la comparación entre las trayectorias vitales de estos dos ídolos de los ochenta resulta lacerante. Cruise sigue mostrando una madurez física vampírica y apretada —en alguna escena se bate en un duelo de pectorales con actores 30 años más jóvenes, sin salir demasiado vapuleado, consciente de un encuadre favorecedor—, mientras que Kilmer, protagonista del documental ‘Val’, que se estrena este viernes en Filmin, malvive en una especie de diógenes deprimente, habiendo gastado su fortuna, deteriorado y sin apenas poder hablar a causa de un cáncer de garganta.

Resulta irónico que una película anclada en el pasado repita una y otra vez, como un mantra, que hay que dejar el pasado atrás. Cada giro de guion y cada diálogo están científicamente colocados para desencadenar la emoción de un espectador al que manejan como a un muñeco. En esta ocasión, ‘Top Gun: Maverick’ se centra en la idea de legado: han pasado tres décadas desde que Maverick se convirtiese en el piloto más rápido —¿de su promoción, del mundo?— y, aunque apartado de combate, sigue manteniendo la forma y la irreverencia en su trabajo como piloto de pruebas de aviones hipersónicos.

Foto: Tom Cruise en una imagen de 'Top Gun: Maverick'. (Paramount)

Después de un desencuentro con su superior (Ed Harris), envían a Maverick a la escuela donde se formó para que haga lo propio con un grupo de jóvenes pilotos que deben partir para una peligrosa misión en el plazo de tres semanas; deben destruir un almacén nuclear en un país enemigo que ha superado tecnológicamente a Estados Unidos. Pero a diferencia del cine de los ochenta y debido a que el bolsillo de ningún estudio está para despreciar las taquillas ultranacionales, este país enemigo no tiene ni nombre ni localización exacta, no vaya a ser que alguien se sienta insultado.

Entre los pupilos a los que debe tutorizar se encuentra el hijo de Goose, Rooster (Miles Teller), su compañero muerto, con el que se siente en deuda. A partir de aquí ‘Top Gun: Maverick’ pisa el acelerador y, aunque salpicada por luchas intestinas, guerras intergeneracionales y reproches, todo lleva al despliegue técnico de carreras de aviones y batallas supersónicas. La película consigue, sobre todo en el tramo final, inyectar altas dosis adrenalina a la pantalla con una carrera final de infarto en la que malos y buenos se enfrentan por la hegemonía bélica mundial. Tom Cruise es el último gran piloto de cazas, pero también el último estandarte del cine de acción en salas.

Cuenta Héctor G. Barnés que la cultura gerontófoba de Silicon Valley extiende sus tentáculos ya fuera de las empresas tecnológicas. A partir de los 35 años se da por hecho que un trabajador es un mueble, incapaz de innovar, de estar al día. La industria 'tech' tan solo sigue la estela de muchas otras pioneras en esto de aborrecer temer, más bien el paso del tiempo. La moda, el cine, la televisión y ahora el mercado de 'influencers', 'instagrammers', 'tiktokers' y variaciones promueven referentes insultantemente jóvenes a los que queman a la velocidad del hexano. Recientemente, en la enésima edición del programa de supervivencia de turno, un tipo sin oficio ni beneficio le espetaba una ráfaga de “vieja” como insulto a una concursante de 40 años. La enfermedad de la juventud, dicen. De la idiocracia, también.

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