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'Spider-Man: No Way Home': más villanos, más moralina pueril y una gran batalla final
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'Spider-Man: No Way Home': más villanos, más moralina pueril y una gran batalla final

Jon Watts dirige esta nueva entrega que ha batido el récord de 'Vengadores: Endgame' de preventa de entradas en España: 130.000 en las primeras 24 horas

Foto: Tom Holland vuelve a enfundarse el traje de Spider-Man en esta nueva entrega. (Sony)
Tom Holland vuelve a enfundarse el traje de Spider-Man en esta nueva entrega. (Sony)

Es la sensación de llegar tarde a una fiesta muy larga en la que ya han pasado muchas cosas y en la que todo el mundo comenta ese gran momento de la noche que ya pasó. El entusiasmo es desaforado y al que acaba de llegar le faltan unas copas para ponerse a tono. "¿De qué se ríen todos?", se pregunta, cerveza caliente en mano desde la esquina que hace de atalaya. En la pantalla aparece Jon Favreau y el público estalla en vítores. "¿Por qué aplauden todos?", me pregunto, hasta que entiendo que el personaje de Happy Hogan, que ha aparecido en 'Iron Man' y en 'Iron-Man 2 y 3' y en 'Vengadores: Endgame' y en las anteriores de 'Spider-Man', es un tipo entrañable y se agradece su presencia en las escenas contadas en las que hará de contrapunto patético del superhéroe principal. La expectación es solo comparable a la que ha provocado cada nueva entrega del Universo Cinematográfico de Marvel. Incluso más, porque 'Spider-Man: No Way Home' ha batido todos los récords de preventa de entradas: unas 130.000 en las primeras 24 horas. Mientras, Spielberg naufraga con su 'West Side Story' en un batacazo imprevisto.

Spider-Men ha habido varios —perdón por la obviedad—. Pero Tom Holland encarna al Peter Parker más adolescente y con la vis cómica más marcada: sus predecesores superaban el ecuador de la veintena cuando interpretaron el personaje; él apenas había cumplido 20 cuando se enfundó las mallas de licra por primera vez. Las películas de Sam Raimi de principios de los 2000 arrastraban la inclinación hacia el terror de su director —tuvieron que rediseñar la máscara del duende verde porque resultaba demasiado terrorífica para una franquicia familiar—, mientras que la trilogía de John Watts sigue el memorando dictado por Marvel en la que la comedia para todos los públicos desatura la acción para todos los públicos a base de imágenes generadas por ordenador. Y la última entrega es hija natural de esa fórmula, con sus aciertos y sus defectos: resulta divertida la mayor parte del tiempo, se entrecruzan personajes de otros cómics y su complejo porque la crítica no la tome en serio lo compensa con una duración excesiva y una sucesión de cierres y finales que provocan la extenuación de un espectador saturado de estímulos emocio-audiovisuales.

placeholder Tom Holland y Benedict Cumberbacht en 'Spider-Man: No Way Home'. (Sony)
Tom Holland y Benedict Cumberbacht en 'Spider-Man: No Way Home'. (Sony)

La mejor idea de los guionistas Chris McKenna y Erik Sommers ha sido aplicar el concepto de multiverso a la franquicia Spider-Man, una idea que abre la posibilidad a encuentros y cruces con otros superhéroes y villanos. Las combinaciones son infinitas y en esta fiesta puede aparecer cualquier exnovio, lo que siempre es excitante.

Como una continuación directa de 'Spider-Man: Lejos de casa' (2019), la nueva entrega arranca en el momento en el que el personaje de Mysterio revela al mundo la verdadera identidad de Spider-Man. Acosado por los medios de comunicación populistas y acusado de crímenes que no ha cometido, Peter Parker se enfrenta al escarnio público e intenta apostar por una vida normal alejado de sus quehaceres de superhéroe y centrado en sus estudios universitarios. Él, su mejor amigo Ned (Jacob Batalon) y su novia MJ (Zendaya) intentan que les acepten en el MIT, pero toda la controversia generada por sus procesos legales dificulta ese ansiado cambio de vida. Para Peter, todos sus males y los de su entorno podrían desaparecer si todo el mundo olvidase su verdadera identidad, por lo que acude al Doctor Extraño (Benedict Cumberbatch) para que lance un hechizo que borre este recuerdo concreto en el mundo entero. Lo que, como es de prever, trae consecuencias insospechadas: las separaciones entre los multiversos se rompen para atraer a los villanos de las navidades pasadas. Como en la novela de Dickens, la película es un 'grandes éxitos' de la villanía marveliana.

placeholder Zendaya es MJ en 'Spider-Man: No Way Home'. (Sony)
Zendaya es MJ en 'Spider-Man: No Way Home'. (Sony)

Para ponernos en perspectiva, 'Spider-Man: No Way Home' está más cerca de 'Harry Potter' que de 'Batman vuelve'. Hay magia, hay reivindicación de la amistad juvenil y hay antagonistas con poderes extraordinarios. Hay momentos de risas y momentos muy emocionantes que desmontan el tópico cavernario de que los héroes no lloran. Aquí si lloran. Y lloran mucho. Lloran, incluso, hasta que la situación se vuelve incómoda. Los héroes son más humanos, menos maniqueos, y comparten públicamente sus debilidades y sus torpezas. Y los malos no son tan malos. Pocas veces antes una película de superhéroes había querido ahondar tanto en la etiología del mal. Y pocas veces la conclusión, la moraleja, había resultado tan obscenamente pueril. Pensado así, también puede encontrarse una pizca de aquel cuento de Andersen sobre un niño que se portaba mal porque se le había metido en el ojo un pedazo de espejo.

Si en el primer tercio del filme John Watts exprime el tono de comedia juvenil y en la segunda parte vira hacia la acción pura y dura con dejes fantásticos, la tercera sección es, sin duda, la más interesante —a pesar del alargamiento artificial del final—, con escenas de persecución trepidantes por diferentes universos desdoblados y especulares y no sé qué más cosas de las teorías de cuerdas —o no— y una gran batalla final que realmente quedará recordada en los romances marvelianos como una de las más singulares de toda cosmogonía superheroica.

Es la sensación de llegar tarde a una fiesta muy larga en la que ya han pasado muchas cosas y en la que todo el mundo comenta ese gran momento de la noche que ya pasó. El entusiasmo es desaforado y al que acaba de llegar le faltan unas copas para ponerse a tono. "¿De qué se ríen todos?", se pregunta, cerveza caliente en mano desde la esquina que hace de atalaya. En la pantalla aparece Jon Favreau y el público estalla en vítores. "¿Por qué aplauden todos?", me pregunto, hasta que entiendo que el personaje de Happy Hogan, que ha aparecido en 'Iron Man' y en 'Iron-Man 2 y 3' y en 'Vengadores: Endgame' y en las anteriores de 'Spider-Man', es un tipo entrañable y se agradece su presencia en las escenas contadas en las que hará de contrapunto patético del superhéroe principal. La expectación es solo comparable a la que ha provocado cada nueva entrega del Universo Cinematográfico de Marvel. Incluso más, porque 'Spider-Man: No Way Home' ha batido todos los récords de preventa de entradas: unas 130.000 en las primeras 24 horas. Mientras, Spielberg naufraga con su 'West Side Story' en un batacazo imprevisto.

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