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'Benedetta': monja, santa, lesbiana y no apta para estómagos delicados
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'Benedetta': monja, santa, lesbiana y no apta para estómagos delicados

Lo nuevo de Paul Verhoeven confirma la habilidad del holandés a la hora de transitar la fina línea que separa lo sublime de lo ridículo

Foto: 'Benedetta'.
'Benedetta'.

Paul Verhoeven lleva medio siglo atentando contra las convenciones morales a fuerza de explorar asuntos relacionados con el sexo, la violencia y la religión y en concreto de retratar episodios de voyeurismo, sadismo, masoquismo, perversión, represión, rebelión y luchas por el poder. Todos esos elementos están también en ‘Benedetta’, que asimismo confirma la habilidad del holandés a la hora de transitar la fina línea que separa lo sublime de lo ridículo.

Todas sus películas, después de todo, bordean el absurdo porque aspiran a funcionar a modo de sátiras sobre asuntos como el imperialismo americano —'Starship Troopers' (1997)—, la sexualización de la industria del entretenimiento —'Showgirls' (1995)— y el autoritarismo policial —'RoboCop' (1987)—; y lo mismo puede decirse de su decimosexto largometraje, que dota su retrato de corrupción religiosa de dosis considerables de humor macarra aunque, eso sí, sin dejar por ello de tomarse en serio a su heroína y sus creencias.

Igual que en títulos previos como ‘Elle’ (2016) e ‘Instinto básico’ (1992), aquí Verhoeven retrata a una mujer dispuesta a todo para imponer su dominio frente a las reglas impuestas por los hombres. Se basa en la historia real de Benedetta Carlini, una abadesa del siglo XVII que fue investigada por la Iglesia católica a causa de las visiones místicas y milagros que se atribuía, y que pasó décadas entre rejas por haber mantenido relaciones sexuales con otra monja. Su caso está exhaustivamente documentado en el libro ‘Afectos vergonzosos: sor Benedetta, entre santa y lesbiana’, de la historiadora Judith Brown, que la película toma como modelo.

Según lo esperable de un director como él, mientras retrata la vida en el convento las teatinas de Pescia el holandés trata de desafiar lo que comúnmente se conoce como buen gusto a través de un interés explícito en las funciones y los fluidos corporales; es una película decorada con sangre, heces, vómito y bubones. Varias de sus escenas están protagonizadas por una estatuilla de la Virgen María reconvertida en consolador; en otra de ellas, una criada se extrae leche de uno de los senos frente a la libidinosa mirada de un nuncio; y el primer contacto entre la protagonista (Virginie Efira) y la joven Bartolomea (Daphne Patakia) tiene lugar en las letrinas, a ritmo de la música que emiten los intestinos.

Varias escenas las protagoniza una estatuilla de la Virgen María como consolador

Benedetta asegura no solo haber visto a Jesucristo, sino también haberlo tocado, e insiste en que las marcas y heridas que tiene en el cuerpo son verdaderos estigmas causados por esas experiencias místicas. La película, además, nos la muestra sufriendo supuestos ataques de posesión no muy distintos de los que aparecen en ‘El exorcista’ (1973). ¿Son su cuerpo y su alma realmente un transmisor de la divinidad? ¿Es la mujer, en cambio, una mentirosa sedienta de poder que ha estado urdiendo su plan desde la niñez? ¿O quizá simplemente se halla tan atrapada en su férreo sistema de creencias que es incapaz de distinguir la realidad del delirio? ‘Benedetta’ no ofrece respuestas al respecto, pero en todo caso relata cómo, gracias a la publicidad que se genera en torno a ella, la protagonista se aúpa a lo más alto de la jerarquía del convento —lo que le permite tener una habitación privada— y muestra un sadismo, una hipocresía y unas capacidades de manipulación propias de Catherine Tramell. Su fama es un imán para las donaciones y las peregrinaciones, pero eso no impide que la abadesa depuesta, la Hermana Felicia (Charlotte Rampling), busque el apoyo de las autoridades eclesiásticas para desenmascarar a quien considera una impostora y saciar así sus ansias de venganza. Entretanto, una plaga mortal avanza —Verhoeven, ojo, rodó la película hace tres años—, y amenaza con sembrar de muerte la región.

Mientras todo eso sucede, ‘Benedetta’ va transitando entre el drama monjil, el romance tórrido, la comedia bufa y el terror apocalíptico, y contrarresta momentos sibilinos de politiqueo en la sombra con escenas de demencia religiosa que incluyen flagelaciones desgarradoras, instrumentos de tortura vaginal, serpientes imaginarias, linchamientos, decapitaciones y autoinmolaciones; y entretanto, mezclando la ironía y la rabia genuina, señala con el dedo a una institución hipócrita y avariciosa, que controla los deseos humanos más esenciales y estimula abusos de poder, que castiga o beatifica de acuerdo a intereses nada espirituales, y que predica la necesidad de trascender lo corpóreo pese a que al mismo tiempo se muestra obsesionada con la carne. Por todo ello, es casi inevitable que ofenda a ciertos sectores de la cristiandad, adalides del MeToo y pregoneros de la corrección y la rectitud más convencionales en general. Seguro que a Verhoeven eso no le parece del todo mal.

Paul Verhoeven lleva medio siglo atentando contra las convenciones morales a fuerza de explorar asuntos relacionados con el sexo, la violencia y la religión y en concreto de retratar episodios de voyeurismo, sadismo, masoquismo, perversión, represión, rebelión y luchas por el poder. Todos esos elementos están también en ‘Benedetta’, que asimismo confirma la habilidad del holandés a la hora de transitar la fina línea que separa lo sublime de lo ridículo.

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