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'Annette': una ópera maestra del cine, terrible, perturbadora e imprescindible
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'Annette': una ópera maestra del cine, terrible, perturbadora e imprescindible

Esta ópera rock de Léos Carax, una de sus películas más asequibles, es, a su vez, una historia sombría y turbadora en la que el director parece construir un artefacto confesional

Foto: Marion Cotillard es Ann, estrella de la ópera y esposa del cómico Henry McHenry, interpretado por Adam Driver. (Elastica / Filmin)
Marion Cotillard es Ann, estrella de la ópera y esposa del cómico Henry McHenry, interpretado por Adam Driver. (Elastica / Filmin)

Hay algo terriblemente perturbador e íntimo en 'Annette'. Una sensación incómoda de encontrarse ante una confesión o un perdón, personal, universal, transferible, como artista, como hombre, como muchos hombres o por todos los hombres. Léos Carax es, por primera vez quizás, sintético y claro en la narrativa: chico conoce chica —como su ópera prima de 1984—, se enamoran, pasan cosas. Pero, a su vez, el director construye un artefacto escénico con el que avisa al espectador de que lo que ve es una película, una representación, pero que bajo las representaciones subyacen, inevitables, las verdades. "A Nastya", dedica Carax. A su hija adolescente —fruto de su relación con Yekaterina Golubeva, que terminó cuando la actriz rusa se quitó la vida—, que aparece en los primeros compases —sí, porque nos encontramos ante una ópera pop-rock— de 'Annette'. Sentada, silenciosa, tras su padre, que aparece como el primer personaje sentado al mando de la mesa de mezclas de un estudio de grabación, donde esperan a grabar el dúo angelino Sparks —compositores y letristas de la banda sonora y, por ende, guionistas— el tema de introducción 'So May We Start' —algo así como 'Vamos a empezar'—. Y empecemos con un consejo: querido lector, no siga leyendo. Simplemente, vaya al cine y disfrútela a ciegas. Y luego, si quiere, vuelva a retomar esta lectura.

"¿Pero dónde está el escenario? ¿Está fuera o está dentro?", insinúa la letra de la apertura. Por el estudio de grabación aparecen los protagonistas, Adam Driver y Marion Cotillard, a los que se van añadiendo más miembros del reparto —como Simon Helberg— mientras cantan a la pantalla, es decir, a usted, el espectador, para avisarle de que saben que está ahí, en su butaca, y que les está mirando. "Empecemos", propone la canción, con todos los actores vestidos de calle, con sus peinados naturales, quizá sin maquillaje, hasta que Driver se coloca una chupa, se sube a una moto, y abre la puerta al relato de ficción. Cuando se quita el casco es otro: con una peluca larga y enmarañada. También lo es Cotillard, con el pelo rojo y corto, mordiendo una manzana, y, como Eva, la primera mujer, condenada por la fruta prohibida.

placeholder La pareja protagonista vive un idilio físico y apasionado. (Elástica / Filmin)
La pareja protagonista vive un idilio físico y apasionado. (Elástica / Filmin)

Él, Henry McHenry, es un exitoso monologuista, del tipo de cómico ácido que 'dice las verdades a la cara'. Carax lo caracteriza casi como un primate, comiendo plátanos y ataviado como un boxeador. Ella, Ann, llena el teatro de la ópera como una soprano de prestigio que, además, es carne de papel cuché. Driver canta —y lo resuelve sorprendentemente bien— con una voz grave, imperfecta y sugerente. Cotillard interpreta frágil y cristalina. Sus voces ya anticipan el balance de poder de esta pareja que acaba de nacer y que se esconde de los focos de los paparazzi. Carax vuelve a incidir en la idea de la representación dentro de la representación rodando a Driver en su primer número como cualquier realizador de monólogos, con apenas elementos. Sobrio y directo. A Cotillard la reviste de trágica elegancia, como el montaje contemporáneo de una ópera wagneriana. Pero, de repente, la escena se abre más allá del escenario. Y vuelve el 'leitmotiv', esta vez sugerido por las imágenes: "Pero ¿dónde está el escenario? ¿Está fuera o está dentro?".

Más profundo que la forma, está el fondo. Parecería una obviedad si no fuese habitual olvidarse de ello en el tipo de cine que proponen Carax y muchos más. Porque aquí vemos el nacimiento de un amor que aunque, al principio, responde al cuento de hadas, enseguida enciende las luces rojas. Me quema hablar más de la historia, concretar en cada encuadre, cada luz y sombra, cada mirada que anticipa más o menos sutilmente el devenir de los enamorados. Cómo las óperas que interpreta ella actúan de preludio o premonición. Pero es importante llegar más o menos virgen a 'Annette', dejarse sorprender por las propuestas arriesgadísimas del cineasta francés, por ideas que pudieran parecer absurdas hasta que todo, al final, acaba teniendo sentido. Porque quizás lo que cuenta Carax resulta tan doloroso que necesita símbolos artificiosos para poder contarlo.

placeholder Adam Driver y Marion Cotillard encabezan el reparto de esta ópera rock. (Elástica / Filmin)
Adam Driver y Marion Cotillard encabezan el reparto de esta ópera rock. (Elástica / Filmin)

La historia de 'Annette' entra y sale constantemente del trampantojo. A veces, un forillo digital de una tormenta enfurecida sirve para enfatizar la épica o la tragedia. El impacto de un trozo de madera que hace las veces de carne sirve para que el director le espete en la cara al espectador: esta historia es ficción, es una película, pero debajo hay millones de historias así que han ocurrido, están ocurriendo u ocurrirán. Joder, gracias por volver a recordárnoslo con esta bofetada en forma de niña. 'Annette' consigue llegar a la emoción de la manera más inesperada —a veces, casi grotesca—, y la interpretación de Adam Driver, probablemente el mejor —y más versátil— actor de su generación, consigue transmitir sin aspavientos la caída en barrena de un hombre tóxico. Porque 'Annette', aunque tenga nombre de mujer, nace de la necesidad de hablar de esas masculinidades sombrías. Me muerdo ahora mismo las yemas de los dedos con los que tecleo deseando profundizar en el argumento, pero sería una pena, de verdad, desvelar mucho más allá de lo ya revelado.

La feliz confluencia de Carax con Sparks ha dado como resultado una banda sonora que se mezcla apabullante con las imágenes. Desde la melódica 'We Love Each Other So Much' hasta la febril 'You Used To Laugh' —con sintetizador, bajo y batería, uno de los temas más eléctricos del filme—, las composiciones van acompañando el arco de transformación de la pareja, a veces juntos, a veces por separado, integradas perfectamente con la acción, en la que entra y sale la música de manera grácil y natural. Probablemente esta sea la película que reconcilie a enamorados, detractores y desconocedores de 'Holy Motors' (2012), una obra tan sensible como radical, una película que reconcilia con el arte del cine en sí mismo. Que ganase la mejor dirección en Cannes es casi una anécdota. Y si todavía necesitan algún aliciente más: vayan a verla, que se encontrarán con, probablemente, el primer 'cunnilingus' cantado de la historia del cine.

Hay algo terriblemente perturbador e íntimo en 'Annette'. Una sensación incómoda de encontrarse ante una confesión o un perdón, personal, universal, transferible, como artista, como hombre, como muchos hombres o por todos los hombres. Léos Carax es, por primera vez quizás, sintético y claro en la narrativa: chico conoce chica —como su ópera prima de 1984—, se enamoran, pasan cosas. Pero, a su vez, el director construye un artefacto escénico con el que avisa al espectador de que lo que ve es una película, una representación, pero que bajo las representaciones subyacen, inevitables, las verdades. "A Nastya", dedica Carax. A su hija adolescente —fruto de su relación con Yekaterina Golubeva, que terminó cuando la actriz rusa se quitó la vida—, que aparece en los primeros compases —sí, porque nos encontramos ante una ópera pop-rock— de 'Annette'. Sentada, silenciosa, tras su padre, que aparece como el primer personaje sentado al mando de la mesa de mezclas de un estudio de grabación, donde esperan a grabar el dúo angelino Sparks —compositores y letristas de la banda sonora y, por ende, guionistas— el tema de introducción 'So May We Start' —algo así como 'Vamos a empezar'—. Y empecemos con un consejo: querido lector, no siga leyendo. Simplemente, vaya al cine y disfrútela a ciegas. Y luego, si quiere, vuelva a retomar esta lectura.

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