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'Possessor': una pesadilla psicodélica y aterradora que no puedes perderte
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'Possessor': una pesadilla psicodélica y aterradora que no puedes perderte

Brandon Cronenberg, el hijísimo, ganó los premios de mejor director y mejor película en Sitges con esta cinta de 'body horror' que estrena Movistar+

Foto: Brandon Cronenberg ganó el Festival de Sitges con 'Possessor'. (Movistar )
Brandon Cronenberg ganó el Festival de Sitges con 'Possessor'. (Movistar )

Por si el apellido no nos bastara para atar cabos, Brandon Cronenberg nos deja claro desde la primera escena de su segunda película —cierto que la primera, ‘Antiviral’ (2012), ya era bastante reveladora al respecto— que es hijo de David Cronenberg, en su día creador del subgénero conocido como ‘body horror’ o terror corporal; en ella, se nos muestra a una mujer que hurga entre sus trenzas y luego se inserta lentamente una varilla de metal a través del cuero cabelludo, el cráneo y el cerebro. Y, aunque ‘Possessor’ de ningún modo es una mera exhibición de la herencia paterna, ese no es el único momento de su metraje que invita a las comparaciones, de las que ya se sabe que son odiosas: si el maestro canadiense casi siempre usaba el sufrimiento físico y psicológico para darnos acceso a historias esencialmente humanistas, en el caso de su discípulo ese tormento a menudo da la sensación de ser un fin en sí mismo. En cualquier caso, la película suple sus carencias a la hora de ahondar en los personajes tanto con su aplastante musculatura visual como con su carga alegórica. Este fin de semana llega a Movistar+.

Ambientado en una versión alternativa de 2008 en la que la cibervigilancia se ha convertido en la norma, las calles están inquietantemente vacías y la desigualdad económica ha alcanzado niveles insoportables, el relato fija su mirada en Tasya (Andrea Riseborough), una asesina que mata en pos de intereses corporativos, y que lo hace transmitiendo su conciencia a otras personas a través de implantes cerebrales y luego usándolas como marionetas a través de las que cometer sus crímenes.

Las enormes exigencias del oficio resultan dañinas para su psique, pero aun así su enigmática jefa, Girder (Jennifer Jason Leigh), insiste en que complete una nueva misión: los asesinatos del CEO de una gran empresa tecnológica (Sean Bean), su hija (Tuppence Middleton) y el novio de esta, Colin (Christopher Abbot), que además será el vehículo de Tasya para los tres homicidios. En cuanto la mujer penetra en la mente del joven, sin embargo, se hace evidente que él no está dispuesto a ceder el control de su cuerpo, lo que provoca una violenta batalla entre ambas conciencias.

placeholder Christopher Abbott, en 'Possessor'. (Movistar )
Christopher Abbott, en 'Possessor'. (Movistar )

‘Possessor’ no se molesta en darnos explicaciones acerca de los pormenores de esa premisa —cómo funciona esa revolucionaria tecnología, qué efectos ha causado en el mundo— y, al menos durante buena parte de sus 103 minutos, no le hace falta para proporcionarnos todo cuanto necesitamos saber para entender la confusión física de los persnajes. El principal objetivo de Cronenberg, en todo caso, es construir una atmósfera psicodélica y aterradora. Y sin duda lo logra, a través de una colección de imágenes destinadas a instalarse en nuestras pesadillas y, en concreto, de las escenas en las que Tasya y Colin pelean; a ratos sus rostros parecen fundirse y, en un momento dado, él trata de arrancar la cara de ella para usarla como máscara.

Cronenberg carga de valor metafórico, quizá demasiado, tanto el oficio de Tasya como su contienda con Colin en el plano metafísico. En primer lugar, 'Possessor' en parte reflexiona sobre el arte de la interpretación, ya que Tasya hace todo lo posible tanto para manejar a otros humanos como para comprender las vidas asociadas a ellos, y eso tiene un alto coste en su propia vida y en su relación con su marido y su hijo. Asimismo, la película ofrece un comentario algo trillado sobre la ferocidad del mundo de las grandes compañías. Y, por último, Cronenberg se muestra especialmente interesado en meditar sobre cómo la tecnología altera nuestra identidad —todos los habitantes de este futuro distópico, después de todo, son manejados por una mano invisible—, cómo saca a relucir nuestros peores impulsos y cómo pervierte aquello que nos hace humanos.

placeholder Otro momento de 'Possessor'. (Movistar )
Otro momento de 'Possessor'. (Movistar )

En ese sentido, Cronenberg va prestando cada vez más atención a la progresiva pérdida de conexión con la realidad que Tasya aqueja, y eso hace que la película se vaya adentrando en el terreno de la abstracción. En su último tercio, ‘Possessor’ funciona esencialmente como una sucesión de imágenes desconcertantes e impactantes que nos mantienen inseguros acerca de quién es el sujeto de la acción, y si lo que vemos es real o ilusorio.

Desde sus compases iniciales y hasta esos momentos climáticos, ‘Possessor’ se muestra dividida entre la voluntad de ser ciencia ficción sesuda y rebosante de ideas y el empeño de su director en proporcionarnos emociones fuertes y estímulos capaces de revolvernos el estómago. Y aunque en última instancia la película da más importancia a lo sensorial que a lo intelectual, su capacidad general para provocar no recae solo en su uso eficaz de la violencia, el gore y lo macabro sino también, sobre todo, de las inquietantes observaciones que lleva a cabo acerca del mundo en el que vivimos.

Por si el apellido no nos bastara para atar cabos, Brandon Cronenberg nos deja claro desde la primera escena de su segunda película —cierto que la primera, ‘Antiviral’ (2012), ya era bastante reveladora al respecto— que es hijo de David Cronenberg, en su día creador del subgénero conocido como ‘body horror’ o terror corporal; en ella, se nos muestra a una mujer que hurga entre sus trenzas y luego se inserta lentamente una varilla de metal a través del cuero cabelludo, el cráneo y el cerebro. Y, aunque ‘Possessor’ de ningún modo es una mera exhibición de la herencia paterna, ese no es el único momento de su metraje que invita a las comparaciones, de las que ya se sabe que son odiosas: si el maestro canadiense casi siempre usaba el sufrimiento físico y psicológico para darnos acceso a historias esencialmente humanistas, en el caso de su discípulo ese tormento a menudo da la sensación de ser un fin en sí mismo. En cualquier caso, la película suple sus carencias a la hora de ahondar en los personajes tanto con su aplastante musculatura visual como con su carga alegórica. Este fin de semana llega a Movistar+.

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