'El olvido que seremos': la desgracia de ser un hombre bueno
Con guion de David Trueba, Fernando Trueba adapta la novela biográfica homónima de Héctor Abad Faciolince, con un Javier Cámara que representa la mejor baza del filme
El 25 de octubre de 1987, Héctor Abad Gómez —médico, exprofesor universitario, activista por los derechos civiles y candidato a la alcaldía de Medellín (Colombia)— fue asesinado a tiros en plena calle por dos miembros de un comando paramilitar de extrema derecha. Veinte años después, su historia fue convertida en novela de éxito por su hijo, Héctor Abad Faciolince; titulada a partir de un poema de Borges que su padre guardaba en el bolsillo al morir, ‘El olvido que seremos’ ofrecía una colección de recuerdos de infancia y juventud del autor que servían a modo de exploración de la cotidianidad y los ritos de una familia numerosa de clase media y especialmente del amor incondicional entre un padre y un hijo; al mismo tiempo que llevaba a cabo una reflexión sobre el infierno de la violencia enquistada en la sociedad colombiana y sobre la futilidad del terror como instrumento para la acción política. También esos, y más o menos en ese mimo orden, tratan de ser los asuntos de la nueva película de Fernando Trueba, que adapta el aclamado libro.
Escrita por el hermano del director, David Trueba, ‘El olvido que seremos’ funciona también —sobre todo— como homenaje a un hombre bueno. Sus 136 minutos hacen todo lo posible para certificar la nobleza esencial de su protagonista, que no flaquea ni una sola vez a lo largo de tan abultado metraje. Vemos a Abad Gómez transmitir amor y sabiduría a sus seres queridos, sus compañeros y sus estudiantes, y defender a aquellos más desprotegidos entre sus conciudadanos a través de sus esfuerzos por extender el acceso al agua potable, la vacunación y la salud pública. Y, en todo momento, el personaje representa a un tipo de ser humano que debería ser más frecuente en el mundo real, pero que no necesariamente resulta sustancioso, al menos a nivel dramático, en el centro de una película.
A decir verdad, Trueba asume esa circunstancia con naturalidad —al menos hasta que deja de hacerlo—; en general, su trazo del personaje evita la épica típica del cine biográfico y a cambio se sirve de gestos modestos, por lo que el retrato resultante no es el de un hombre consciente de estar haciendo historia sino el de un simple marido, un trabajador sanitario y un padre; en el proceso, el director reitera la habilidad para rodar escenas domésticas —especialmente, aquellas que transcurren alrededor de una mesa de comedor— llenas de vitalidad que ya dejó clara en ‘Belle Epoque’ (1996).
Entre toda su progenie, decimos, la película presta un interés primordial al único hijo varón, Héctor, que durante la niñez venera a su padre por su carisma y su determinación, pero que con el tiempo va anidando cierto resquemor acerca de él; lo acusa de volcarse en su vertiente de servidor público hasta el punto de ignorar a su familia, y de disfrazar de idealismo lo que no es sino pura vanidad. A través de la relación, Trueba esboza una meditación sobre la dificultad para compatibilizar el ámbito comunitario con el doméstico que, lamentablemente, no llega a materializarse. De hecho, la película abre varios caminos narrativos más de los que es capaz de transitar, y como consecuencia nada de lo que acaba diciendo sobre el valor de la ciencia, el compromiso político o la convulsa época de la historia colombiana en que transcurre resulta particularmente profundo. En realidad, buena parte de la acción transcurre extrañamente intrascendente. Varios conflictos son planteados e inmediatamente resueltos antes de tener oportunidad de tener repercusiones en la trama, y la primera hora de metraje se cumple antes de que nada realmente relevante haya sucedido. Y los recursos dramáticos de los que Trueba echa mano pasado ese umbral acusan cierta torpeza.
En su avance, en efecto, ‘El olvido que seremos’ va apostando de forma cada vez más clara tanto por la nostalgia como por el sentimentalismo; para transmitir lo primero, se sirve del ‘kitsch’, y para generar lo segundo, en buena media se apoya tanto en la partitura de Zbigniew Preisner que acapara la banda sonora y la fotografía de Sergio Iván Castaño —en blanco y negro durante los fragmentos del relato ambientados a mediados de los ochenta y en acaramelado color cuando este se sitúa a principios de los setenta— como en una tendencia explícita al subrayado. Afortunadamente, toda la sutileza que le falta al relato se evidencia en todo momento en la interpretación de Javier Cámara en la piel de Abad Gómez, tanto a la hora de comunicar calidez y cariño en todas las escenas que comparte con los suyos como a la de dejar que matices de ira y desesperación le asomen por el rostro a medida que el personaje va viéndose abocado a su trágico destino.
El 25 de octubre de 1987, Héctor Abad Gómez —médico, exprofesor universitario, activista por los derechos civiles y candidato a la alcaldía de Medellín (Colombia)— fue asesinado a tiros en plena calle por dos miembros de un comando paramilitar de extrema derecha. Veinte años después, su historia fue convertida en novela de éxito por su hijo, Héctor Abad Faciolince; titulada a partir de un poema de Borges que su padre guardaba en el bolsillo al morir, ‘El olvido que seremos’ ofrecía una colección de recuerdos de infancia y juventud del autor que servían a modo de exploración de la cotidianidad y los ritos de una familia numerosa de clase media y especialmente del amor incondicional entre un padre y un hijo; al mismo tiempo que llevaba a cabo una reflexión sobre el infierno de la violencia enquistada en la sociedad colombiana y sobre la futilidad del terror como instrumento para la acción política. También esos, y más o menos en ese mimo orden, tratan de ser los asuntos de la nueva película de Fernando Trueba, que adapta el aclamado libro.