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'Minari': cómo empezar de cero en tierra extraña
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'Minari': cómo empezar de cero en tierra extraña

Lo nuevo de Lee Isaac Chung tiene mucho de relato autobiográfico y, por consiguiente, de catártico proceso de reevaluación personal y agradecimiento por los sacrificios de sus padres

Foto: 'Minari'.
'Minari'.

La ficción estadounidense ha perpetuado un mito según el que la América rural, con sus prados verdes y sus trigales que se mecen suavemente bajo la mágica luz del atardecer, es una tierra prometida para quienquiera que tenga un sueño y la voluntad de trabajar duro para hacerlo realidad. Pero las promesas no siempre se cumplen, y ‘Minari’ es un recordatorio de la fuerza necesaria para luchar contra ese riesgo. Historia de una familia coreana que en la primera mitad de los años 80 se muda de California a Arkansas para que del patriarca pueda cumplir su sueño y poner en marcha su propia granja agrícola, la nueva película de Lee Isaac Chung tiene mucho de relato autobiográfico y, por consiguiente, de catártico proceso de reevaluación personal y agradecimiento por los sacrificios que sus padres llevaron a cabo. Eso explica la calidez, el afecto y la honestidad que evidencia.

Su título alude al nombre asiático de una verdura picante parecida al apio, que se caracteriza tanto por ser muy versátil y adaptable a nivel gastronómico como por tener la capacidad de crecer incluso en los terrenos menos propicios y que, por tanto, funciona impecablemente como alusión metafórica al cuarteto protagonista. Desde el principio Jacob Yi siente una gran ilusión por el nuevo hogar que ha escogido para su mujer y sus dos hijos, una casa rodante elevada sobre bloques de cemento, y situada en el medio de un campo perdido y carente de suministros aparentes de agua; planea cosechar verduras asiáticas con el fin de venderlas en los mercados de donde otros inmigrantes se abastecen. El resto de la prole, en cambio, de ningún modo comparte su entusiasmo: sus dos hijos, Anne y David, simplemente se muestran confundidos; Monica, su esposa, trata de no dejarse invadir por el horror, no solo porque ella querría vivir en una gran ciudad e integrada en una comunidad coreana sino también porque allí, en medio de la nada, los cuidados médicos que el pequeño David requiere —el niño sufre un soplo cardíaco— quedan muy lejos.

Además de los lazos intrafamiliares, ‘Minari’ analiza con detalle cómo los Yi lidian con nuevas costumbres y relaciones en un lugar no particularmente familiarizado con los seres humanos de ojos rasgados. La típica película de Hollywood habría explorado el asunto echando mano del melodrama, y fijándose tanto en el racismo del entorno como en las luchas de los Yi para derrotarlo. Chung, en cambio, no se muestra interesado por ese tipo de grandiosidad dramática. Sorprendentemente, Arkansas acoge a los recién llegados con los brazos abiertos. El principal obstáculo, en última instancia, es el propio Jacob.

La película se mantiene conectada a la perspectiva de David, y muchas de sus escenas permanecen bañadas en el tipo de luz anaranjada a la que los recuerdos de niñez suelen asociarse. La vida del niño se ve particularmente afectada por la llegada de la abuela Soonja, que trae consigo las costumbres y actitudes —y los sabores— de Oriente. La estrecha relación que llega a crearse entre ambos aporta dosis cruciales de humor con las que contrarrestar la desesperanza que se va imponiendo entre Jacob y Monica, cada vez más conscientes de que el amor mutuo que sienten podría no ser suficiente para mantenerlos unidos; al fin y al cabo, no es tan fuerte como la presión que él siente por ser el hombre de la casa, o como la arrogancia que lo lleva a desencadenar una serie de infortunios cada vez más dañinos.

Chung va narrando a través de pequeños detalles, vívidos y auténticos

También en ese aspecto, ‘Minari’ esquiva el melodrama. Chung va narrando a través de pequeños detalles, tan vívidos y tan auténticos que contrarrestan lo que en el fondo es una premisa argumental —la peripecia de quien trata de empezar de cero en una tierra extraña— más bien arquetípica. Se toma su tiempo para seguir a David y la abuela mientras pasean por el bosque; para observar cómo funciona un criadero avícola y entender el desgaste que causa pasarse día tras día sexando pollos, como Jacob y Monica se ven obligados a hacer; para cenas de 'kimchi' y 'bulgogi', y partidas de cartas, y momentos de introspección frente a la ventana. Es cierto que esa dinámica se ve abruptamente interrumpida por una explosión de emoción que parece existir solo para proporcionar un clímax a la película, dado que no encaja en el resto del relato, pero eso no merma la sutileza con la que Chung reflexiona sobre la soledad, la sensación de extrañeza consustancial a la infancia y un sentido del deber y el orgullo exclusivamente masculino, y entretanto nos convence de que una planta fuerte es capaz de echar raíces hasta en las tierras más yermas.

La ficción estadounidense ha perpetuado un mito según el que la América rural, con sus prados verdes y sus trigales que se mecen suavemente bajo la mágica luz del atardecer, es una tierra prometida para quienquiera que tenga un sueño y la voluntad de trabajar duro para hacerlo realidad. Pero las promesas no siempre se cumplen, y ‘Minari’ es un recordatorio de la fuerza necesaria para luchar contra ese riesgo. Historia de una familia coreana que en la primera mitad de los años 80 se muda de California a Arkansas para que del patriarca pueda cumplir su sueño y poner en marcha su propia granja agrícola, la nueva película de Lee Isaac Chung tiene mucho de relato autobiográfico y, por consiguiente, de catártico proceso de reevaluación personal y agradecimiento por los sacrificios que sus padres llevaron a cabo. Eso explica la calidez, el afecto y la honestidad que evidencia.

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