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'3 del infierno': terror ultraviolento y decadente
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'3 del infierno': terror ultraviolento y decadente

Movistar+ estrena la tercera entrega de la saga de 'La casa de los 1.000 cadáveres'

Foto: Sheri Moon Zombie, Bill Moseley y Sid Haig, en '3 del infierno'. (Movistar+)
Sheri Moon Zombie, Bill Moseley y Sid Haig, en '3 del infierno'. (Movistar+)

Con ‘La casa de los 1.000 cadáveres’ (2003) y ‘Los renegados del diablo’ (2005), Rob Zombie puso patas arriba la escena del terror cinematográfico. Aquella ópera prima era esencialmente una relectura carnavalesca de ‘La matanza de Texas’ (1974), menos interesada en las víctimas que en los asesinos, paletos perturbados que mataban con teatral deleite; y su secuela, una película genuinamente depravada y cruel, transformó a esos psicópatas en algo parecido a los míticos antihéroes del Nuevo Hollywood, forajidos románticos enfrentados al perverso Sistema. En una época en que el género había caído en garras del ‘mainstream’ y por tanto se percibía cada vez más calculado e higiénicamente empaquetado, el regreso a la fealdad del cine ‘exploitation’ de los setenta propuesto por Zombie resultó no solo bienvenido sino providencial.

La tercera entrega de la trilogía es básicamente todo lo contrario: una película innecesaria e intrascendente, de entrada, porque el plano congelado que ponía fin a ‘Los renegados del diablo’ resultaba tan definitivo como, por ejemplo, el que concluía ‘Thelma y Louise’; del lugar al que los personajes se dirigían en su huida hacia adelante no había forma de volver. Pese a ello, ‘3 del infierno’ arranca revelándonos que Otis B. Driftwood (Bill Moseley) y Baby Firefly (Sheri Moon Zombie) sobrevivieron de la lluvia de balas, y a partir de entonces los sitúa en el centro de una estructura bifurcada: durante la primera parte del relato, ejecutan una brutal fuga de prisión, y la segunda los contempla tomar un sangriento camino para librar otra batalla al otro lado de la frontera mexicana.

placeholder Sheri Moon Zombie, en un momento de la película. (Movistar+)
Sheri Moon Zombie, en un momento de la película. (Movistar+)

Entretanto, la película en ningún momento muestra tener gran cosa que decir acerca de ellos, por mucho que en esta ocasión los acompañe el hermanastro de él, Foxy Coltrane (Richard Blake). La única novedad es que los 10 años que Otis y Baby han pasado en el corredor de la muerte no han despertado ningún sentimiento de culpa o remordimiento en su interior, pero sí los han convertido en celebridades y auténticos 'héroes folk' para sus legiones de fans. Zombie podría haber usado ese detalle narrativo como vehículo a bordo del que proponer una crítica a nuestra obsesión cultural por la ultraviolencia, pero en lugar de eso prefiere limitarse a dar rienda suelta a su propia obsesión personal por ella; y eso, en todo caso, no sería necesariamente un problema si al hacerlo exhibiera cierta ironía o vitalidad.

Lo que sí ofrece ‘3 del infierno’ es exactamente lo que esperarán quienes hayan visto las dos películas predecesoras: despliegues de cultura cinéfaga a través de alusiones a subgéneros como las películas lésbico-carcelarias y el ‘western’ fronterizo —la influencia de ‘Grupo salvaje’ (1969) es aún más obvia que en ‘Los renegados del diablo’—, coloridos diálogos de filiación tarantiniana y actos horripilantes de brutalidad a ritmo de melodías setenteras agresivamente ‘kitsch’. También una fotografía a menudo tan quemada por el sol que hace sudar al espectador y hasta le reseca la boca, y una estética que coquetea con el ‘collage’ y en la que se suceden e intercalan los ‘freeze frames’, los barridos y los ‘zooms’ repentinos para dar a la película el tipo de textura y de ritmo sincopado propios del cine ‘grindhouse’ que Zombie tanto ama.

placeholder Rob Zombie vuelve con la tercera entrega de 'La casa de los 1.000 cadáveres'. (Movistar+)
Rob Zombie vuelve con la tercera entrega de 'La casa de los 1.000 cadáveres'. (Movistar+)

Mientras contempla el avance descerebrado de sus protagonistas, por lo demás, ‘3 del infierno’ utiliza su metraje para poco más que amontonar cadáveres, observar las cascadas de sangre que una garganta emana tras ser rajada y dejar que los cuerpos entren en plano para ser inmediatamente destripados; en él, no se detectan capacidad para generar suspense o sensación de amenaza, ni indicios de interés alguno por la narración.

placeholder Cartel de '3 del infierno'.
Cartel de '3 del infierno'.
Foto: Angelina Jolie y David Oyelowo, en un fotograma de 'Érase una vez...'. (DeAPlaneta)

Eso, es cierto, no impide a la película funcionar con cierta solvencia como ‘actioner’ ultraviolento y nihilista —todo es terrible, y todos acabarán convertidos en pasto de los buitres—, y como curioso anacronismo en el contexto del cine de terror actual, dominado por la hondura psicológica y las sensibilidades de Ari Aster y Jordan Peele. Pero, en cualquier caso, resulta lamentable la testaruda negativa de Zombie a proporcionar a su público nada que no le haya dado ya con anterioridad, y a mostrar siquiera una parte de la inquietud, la energía y el afán de relevancia cultural que lo convirtieron en el director de género más interesante de la década de los dos mil.

Foto: Gaspar Noé cuenta su propia visión de la quema de brujas en 'Lux Aeterna'.

Con ‘La casa de los 1.000 cadáveres’ (2003) y ‘Los renegados del diablo’ (2005), Rob Zombie puso patas arriba la escena del terror cinematográfico. Aquella ópera prima era esencialmente una relectura carnavalesca de ‘La matanza de Texas’ (1974), menos interesada en las víctimas que en los asesinos, paletos perturbados que mataban con teatral deleite; y su secuela, una película genuinamente depravada y cruel, transformó a esos psicópatas en algo parecido a los míticos antihéroes del Nuevo Hollywood, forajidos románticos enfrentados al perverso Sistema. En una época en que el género había caído en garras del ‘mainstream’ y por tanto se percibía cada vez más calculado e higiénicamente empaquetado, el regreso a la fealdad del cine ‘exploitation’ de los setenta propuesto por Zombie resultó no solo bienvenido sino providencial.

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