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'Infierno bajo el agua': padre e hija luchan contra cocodrilos... y metáforas reptantes
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'Infierno bajo el agua': padre e hija luchan contra cocodrilos... y metáforas reptantes

Es una película autoconscientemente ridícula, pero no demasiado: los cocodrilos no son imposiblemente inteligentes y los humanos no toman decisiones flagrantemente idiotas

Foto: Kaya Scodelario protagoniza este 'thriller' fantástico de Alexandre Aja. (Paramount)
Kaya Scodelario protagoniza este 'thriller' fantástico de Alexandre Aja. (Paramount)

Han pasado casi 50 años desde que Steven Spielberg hizo que espectadores de todo el mundo tuvieran miedo de meterse en el agua, y desde entonces los monstruos marinos casi nunca han faltado a su cita anual con la taquilla veraniega. Por eso no sorprende que —solo una semana después del estreno de la secuela 'A 47 metros 2'— ahora llegue a los cines 'Infierno bajo el agua', que da el protagonismo a un depredador menos frecuentemente representado en la pantalla que el tiburón pero posiblemente igual de letal: el cocodrilo.

Dirigida por el francés Alexandre Aja, la película arranca cuando la estudiante universitaria Haley (Kaya Scodelario) se dirige al volante hacia su antigua casa familiar en medio de un huracán para asegurarse de que su padre, Dave (Barry Pepper), está a salvo. Al llegar lo halla inconsciente y herido y, a medida que la vivienda se va inundando, la joven se da cuenta de que el agua arrastra consigo un pelotón de hambrientos cocodrilos. Lo que sucede a partir de entonces es una tensa persecución en el interior de un pequeño escenario único.

No es la primera vez que Aja lidia con bestias carnívoras acuáticas; hace una década, estrenó el remake 'Piraña 3D' (2010), que en cualquier caso era una película muy distinta a esta. En ella, su principal interés parecía ser ampliar los límites de lo tolerable en términos de representación de gore explícito en pantalla —en una de sus escenas, una mujer se quedaba sin cabellera y sin rostro por culpa de un motor de lancha, en la otra, un pez caníbal eructaba un pene humano hecho pedazos—, y aquí, aunque no falta la carnicería —a esas hileras de dientes afilados no les faltan ocasiones para ser hincados—, la prioridad es más bien la generación de tensión y atmósfera.

Para cumplir ese objetivo, Aja no desaprovecha casi ninguno de los 87 minutos de metraje. 'Infierno bajo el agua' es rápida y admirablemente eficiente. Se nos presentan la casa, el espacio que la rodea y los elementos que impiden escapar a Haley y Dave, y después de eso la trama avanza a la manera de una sucesión de objetivos que cumplir: llegar al teléfono, coger la radio, abrir la escotilla, alcanzar el bote; en cuanto la pareja se sobrepone a una amenaza, se les plantea una nueva. Sobre el papel, tal estructura narrativa puede parecer monótona o repetitiva, pero el francés mantiene la película en movimiento a un ritmo tan constante y ágil que en ningún momento se nos da la oportunidad de pensar en ello.

En el proceso, el reducido espacio se convierte en elemento dramático esencial. Por un lado, obliga a padre e hija a permanecer en posición inclinada, pero por otro les proporciona formas específicas de esquivar a sus enemigos trepando por huecos estrechos y doblándose de formas que la anatomía de los lagartos no permite. Pero la limitación también es ventajosa en otro aspecto. A diferencia de todas esas películas cuyas ambiciones exceden ampliamente las posibilidades de su presupuesto —especialmente de catástrofes que requieren destrucción a gran escala—, la localización única elimina la necesidad épica, y eso exime a los personajes de pasar buena parte del metraje rodeados de efectos que obviamente han sido añadidos en posproducción. Y el realismo táctil del escenario sin duda aporta carga atmosférica.

placeholder Cartel de 'Infierno bajo el agua'. (Paramount)
Cartel de 'Infierno bajo el agua'. (Paramount)

Producida por Sam Raimi, 'Infierno bajo el agua' es una película autoconscientemente ridícula, pero no demasiado. Los cocodrilos no son ni gigantes, ni superpoderosos ni imposiblemente inteligentes. Por su parte, asimismo, los humanos no toman el tipo de decisiones flagrantemente idiotas con el único fin de hacer avanzar la trama o añadirle situaciones de peligro, aunque sí es cierto que poseen una capacidad insólita para soportar el dolor de heridas graves sin que ello les impida mantener conversaciones emocionalmente sustanciosas.

De hecho, puestos a hablar de cosas absurdas, nada en la película lo es tanto como esas charlas. Haley es nadadora de competición, y Dave solía ser su entrenador —y puede que en su día la presionara demasiado—. Llegado el momento, claro, un ataque de los cocodrilos se convierte en la ocasión perfecta para que la muchacha ponga a prueba sus habilidades con la natación, y tal vez incluso un catalizador para la sanación de las heridas paternofiliales. 'Infierno bajo el agua', pues, plantea la lucha de padre e hija contra las amenazas externas como una sesión de terapia de choque. Para la pareja, lograr salir de la vieja casa familiar significa no solo escapar de los letales anfibios sino también superar el rencor que ha mantenido una brecha entre ellos durante demasiado tiempo. Al final, el gran antagonista de la película no son los cocodrilos sino la necesidad del guion de convertirlos en metáforas reptantes.

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Han pasado casi 50 años desde que Steven Spielberg hizo que espectadores de todo el mundo tuvieran miedo de meterse en el agua, y desde entonces los monstruos marinos casi nunca han faltado a su cita anual con la taquilla veraniega. Por eso no sorprende que —solo una semana después del estreno de la secuela 'A 47 metros 2'— ahora llegue a los cines 'Infierno bajo el agua', que da el protagonismo a un depredador menos frecuentemente representado en la pantalla que el tiburón pero posiblemente igual de letal: el cocodrilo.

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