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'El cocinero de los últimos deseos': un banquete imperial pasado de lágrimas
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'El cocinero de los últimos deseos': un banquete imperial pasado de lágrimas

Esta muestra nipona de cine gastronómico aboga por una reconciliación sino-japonesa a través de la cocina en un drama histórico tendente al exceso lacrimógeno

Foto: Sasaki-San es un cocinero prodigioso que debe cumplir una última voluntad. (Sherlock)
Sasaki-San es un cocinero prodigioso que debe cumplir una última voluntad. (Sherlock)

Mitsuru, el protagonista de esta adaptación de la novela de Keiichi Tanaka 'Kirin no Shita wo Motsu Otoko', es un Mozart de la cocina. Su capacidad para recordar un sabor resulta tan extraordinaria que es capaz de reproducir exactamente el gusto de un plato solo con haberlo probado una vez. Y así es como se gana la vida después de haber cerrado su propio restaurante porque su extremo perfeccionismo le impedía trabajar en equipo y gestionar un negocio rentable. Mitsuru cocina para gente rica en sus últimos días esa receta que marcó su infancia o juventud, proporcionándoles, a cambio de una ingente cantidad de dinero, el placer proustiano de revivir su recuerdo más preciado a través del paladar. Hasta que recibe un insólito encargo por parte de un cocinero chino ya jubilado, Yang QingMing. Mitsuru deberá recrear para Yang un supuesto banquete histórico que elaboró otro cocinero japonés, Naotaro Yamagata, durante la ocupación nipona de Manchuria en los años treinta. Así inicia un itinerario para recuperar este corpus de recetas en apariencia perdidas.

'El cocinero de los últimos deseos' se desarrolla por tanto en dos tiempos. Mientras en el presente queda abierto el drama de Mitsuro, este joven, talentoso y arrogante cocinero que se niega a ir al velatorio del hombre que le cuidó en el orfanato mientras investiga la historia de ese misterioso recetario, la película nos traslada al pasado imperial del Japón, donde un no menos perfeccionista Naotaro se centra en su propio encargo, diseñar un festín que, por un lado, esté a la altura de hitos históricos como el legendario Banquete Imperial Manchú-Han, y que, por el otro, invite al hermanamiento entre la población china diversa y los japoneses que acaban de invadir su territorio.

placeholder Un momento de 'El cocinero de los últimos deseos'. (Sherlock)
Un momento de 'El cocinero de los últimos deseos'. (Sherlock)

Es en este largo 'flashback' de época donde 'El cocinero de los últimos deseos' encuentra su razón de ser como película 'gourmet'. Encerrado en una cocina a su entera disposición, y con la ayuda de un cocinero chino, ese Yang QingMing que hemos conocido de anciano, y un joven pinche japonés, Shotaro, más su entregada esposa Chizu, que documenta el proceso de creación de cada plato con su cámara de fotos, Naotaro va dando forma a suculentos platos, cada uno una pequeña obra maestra del arte culinario.

Al filme le falta un hervor para culminar en un verdadero orgasmo cinéfilo-gastrónomo

Como en cualquier película gastronómica que se precie, la erótica de los platos abarca más allá del resultado final. Se encuentra también en la atención que se presta a los preliminares, la selección y preparación de los ingredientes, la belleza del entorno (esa cocina de limpieza intachable y blancura cálida y lechosa), la fotogenia de la presentación del plato y el registro documental de cada triunfo (esas recetas escritas en cuidada caligrafía y acompañadas por las fotos de Chizu, que son una preciosidad en sí mismas). Y sin embargo, incluso en este punto, al filme le falta un hervor para culminar en un verdadero orgasmo cinéfilo-gastrónomo. En exceso mesurada, 'El cocinero de los últimos deseos' no se recrea en la exuberancia de los platos, en el placer de saborearlos ni en el exotismo de sus ingredientes aprovechando que el contexto histórico permitía además cierta incorrección animalista (el Banquete Imperial Manchú-Han incluía recetas como garras de oso, jorobas de camello o sesos de mono... Aquí, lo más atrevido que se sirve es una sopa de tortuga), de manera que el goce siempre es pulcro y mesurado.

placeholder Otro momento de 'El cocinero de los últimos deseos'. (Sherlock)
Otro momento de 'El cocinero de los últimos deseos'. (Sherlock)

Todo lo que la película se reprime a la hora de abandonarse al placer de los manjares, parece compensarlo en un exceso melodramático de lo más insufrible. El itinerario indagatorio de Mitsuru para recuperar las recetas del banquete se estructura no como una aventura gastronómica o una investigación histórica sino como una 'lección de vida' para el joven cocinero, encarnado por la estrella del J-Pop Kazunari Ninomiya —un intérprete más soso, imposible—. La redención del chico, que debe aprender que con talento no basta y que hay que confiar en el equipo que te rodea y poner amor en los platos, pasa por una serie de giros de guion que sacrifican varios de los personajes de su pasado en la pira del efecto lacrimógeno.

placeholder Cartel de 'El cocinero de los últimos deseos'.
Cartel de 'El cocinero de los últimos deseos'.

Los responsables del filme no solo ponen la gastronomía al servicio de un discurso repelente de autosuperación emocional. También envuelven la historia en un drama histórico-colonial que quiere funcionar como mano tendida a la reconciliación sino-japonesa (la fusión gastronómica como puente entre culturas, blablabla). La ficción puede justificar cierta tendencia a la fantasía en lo que a la recreación histórica se refiere, y aquí resulta muy interesante descubrir como espectadora occidental el atractivo de Habin como esa ciudad multicultural que podría aparecer en 'Asesinato en el Orient Express' y donde un judío ruso que habla japonés dirige el principal hotel del lugar en los años treinta. Pero la película simplifica hasta la desfachatez el papel de los nipones en la ocupación de Manchuria en la década de los treinta con, otra vez, la excusa de ofrecer una lección moralista-culinaria.

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Mitsuru, el protagonista de esta adaptación de la novela de Keiichi Tanaka 'Kirin no Shita wo Motsu Otoko', es un Mozart de la cocina. Su capacidad para recordar un sabor resulta tan extraordinaria que es capaz de reproducir exactamente el gusto de un plato solo con haberlo probado una vez. Y así es como se gana la vida después de haber cerrado su propio restaurante porque su extremo perfeccionismo le impedía trabajar en equipo y gestionar un negocio rentable. Mitsuru cocina para gente rica en sus últimos días esa receta que marcó su infancia o juventud, proporcionándoles, a cambio de una ingente cantidad de dinero, el placer proustiano de revivir su recuerdo más preciado a través del paladar. Hasta que recibe un insólito encargo por parte de un cocinero chino ya jubilado, Yang QingMing. Mitsuru deberá recrear para Yang un supuesto banquete histórico que elaboró otro cocinero japonés, Naotaro Yamagata, durante la ocupación nipona de Manchuria en los años treinta. Así inicia un itinerario para recuperar este corpus de recetas en apariencia perdidas.

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