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'El canto de la selva': ritos de vida y muerte en el Amazonas
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ESTRENOS DE CINE

'El canto de la selva': ritos de vida y muerte en el Amazonas

Entre el rigor del documental y el drama del paso a la edad adulta, esta bellísima película brasileña resigue el proceso interno de un joven del pueblo Krahô

Foto: Una imagen del documental brasileño 'El canto de la selva'. (Surtsey)
Una imagen del documental brasileño 'El canto de la selva'. (Surtsey)

Hace apenas una semana, los medios de comunicación recogían la noticia del asesinato de Emyra Waiapi, líder del pueblo Waiapi, a manos de grupos armados de 'garimpeiros' que asaltaron su territorio. Desde los años ochenta, existe en Brasil un mandato constitucional que garantiza la protección de las comunidades indígenas y su derecho a seguir habitando sus (ya muy diezmados) territorios, en algunos casos de manera totalmente aislada del hombre blanco. Desde que Jair Bolsonaro accedió al poder, ha incumplido esta resolución constitucional y ha promovido el terrorismo contra los pueblos indígenas que practican los depredadores de los recursos naturales de la selva amazónica. En sus escasos siete meses de mandato, y en plena concienciación mundial ante la emergencia climática, la Amazonia ha perdido según datos oficiales casi 2.000 kilómetros cuadrados de superficie arbórea.

Hace casi un mes, con motivo del anuncio de la programación del Festival de Locarno, el director brasileño Kleber Mendonça Filho, Premio del Jurado en el último Cannes por su espléndida 'Bacurau', celebraba el inmejorable estado de salud del cine de su país, presente a través de directores de lo más variado en todos los grandes certámenes internacionales de la temporada. Este auge, también económico, tiene lugar en plena ofensiva de Bolsonaro contra los profesionales del cine por la libertad política con que ejercen su oficio. En otro de sus proyectos destructores, el presidente ultraderechista pretende entre otras medidas instaurar la censura gubernamental previa en esta industria.

Esta doble contextualización viene al caso del estreno de 'El canto de la selva' (adaptación funcional del muy poético título en portugués 'Chuva é Cantoria na Aldeia dos Mortos', 'La lluvia está cantando en la aldea de los muertos'), ganador del Premio Especial del Jurado de la sección Una Cierta Mirada del Festival de Cannes 2018. El filme, producido antes del triunfo de Jair Bolsonaro en las elecciones, se erige como una de estas muestras de la brillantez del cine brasileño contemporáneo a partir de adentrarse en la realidad de un pueblo indígena, los Krahô, desde un relato de ficción.

placeholder Un momento de la película. (Surtsey)
Un momento de la película. (Surtsey)

El gran reto de sus dos directores, el portugués João Salaviza y la brasileña Renée Nader Messora, radicaba en filmar a una comunidad ajena a la cultura occidental sin caer en la mirada colonial, la tentación exotizante, la falsa objetividad etnológica o la condescendencia buenista. Los responsables de 'El canto de la selva' salvan estos escollos al convertir su película en una aproximación a la cosmogonía propia de los Krahô a través de su relación con el mundo de los vivos y, sobre todo, el de los muertos.

Salaviza y Nader Messora nos sumergen de lleno en la belleza de la selva al tiempo que dotan al entorno de una dimensión fantástica

El protagonista, Ihjãc (Henrique Ihjãc Krahô), acaba de perder a su padre. En el arranque del filme lo contemplamos en plena naturaleza, al lado de una cascada paradisíaca en plena noche, en su intento de asimilar su nueva situación. Salaviza y Nader Messora nos sumergen de lleno en la belleza de la selva al tiempo que dotan al entorno de una dimensión fantástica, en parte gracias al espléndido trabajo con la banda de sonido que captura la riqueza de matices sonoros de la jungla. También oímos la voz del padre de Ihjãc, quien le reclama que se encargue de su funeral. En esta vertiente, el filme nos evoca películas como 'Uncle Bonmee recuerda sus vidas pasadas', de Apichatpong Weerasethakhul, que convierten la naturaleza en su máximo esplendor en un territorio con sus reglas propias donde se diluye la frontera entre lo natural y lo sobrenatural.

placeholder Otro momento de 'El canto de la selva'. (Surtsey)
Otro momento de 'El canto de la selva'. (Surtsey)

Los directores aplican un rigor propio del documental a la hora de registrar la realidad de sus protagonistas, no siempre acorde con ciertas imágenes que tenemos en Occidente de los indígenas. La película se distancia así de algunas inercias típicas del cine de vocación indianista al no presentar a los Krahô desde una postura idealizada ni en un contexto de aislamiento total de la 'civilización'. Por el contrario, frente a situaciones típicas de quien convive de forma plena con la naturaleza vemos, por ejemplo, a Raene (Raene Kôtô Krahô), la esposa de Ihjãc, mantener una conversación con su madre sobre las compras que llevan a cabo en la ciudad que incluye un comentario en relación con el esmalte de uñas color 'beso intenso'.

Nader Messora y Salaviza adoptan estrategias propias del docudrama al trabajar con intérpretes no profesionales

Nader Messora y Salaviza adoptan estrategias propias del docudrama al trabajar con intérpretes no profesionales que se encarnan a ellos mismos o a personas próximas dentro de un relato ficticio integrado en un contexto real. El conflicto en el que sumergen a Ihjãc también rompe con otro de los tópicos propios de cierto cine que ejerce una mirada simplista hacia las comunidades indígenas, ya que el protagonista no choca contra el mundo occidental sino con su propia obligación de hacerse adulto y con las costumbres típicas de su comunidad cuando no se ve capaz de asumir la muerte de su padre y las consecuencias que comporta. Por eso decide marcharse de su tierra por una temporada y aterrizar en la ciudad más próxima, a una treintena de kilómetros de allí.

placeholder Cartel de 'El canto de la selva'.
Cartel de 'El canto de la selva'.

Este segundo acto también resulta insólito en tanto muestra la relación de un Krahô con la ciudad a través de las rutinas administrativas que ha desarrollado el Estado brasileño en su vínculo a la vez protector y distanciado con los pueblos originarios. El protagonista acude a un centro de salud donde están más que acostumbrados a tratar a habitantes de las comunidades indígenas que abandonan de forma puntual o permanente sus hogares para tratarse con medicina occidental. Ihjãc no deja de sentirse un desplazado en este nuevo entorno, sobre todo porque no acaba de encontrar la ayuda que necesita porque no cumple con un diagnóstico oficial de enfermedad. En este caso, la desatención al protagonista tiene algo de típicamente burocrático, pero también destapa un sistema sanitario blanco incapaz de considerar que un no occidental puede padecer un mal no estrictamente fisiológico, de la angustia a la depresión. Ihjãc deberá volver a su pueblo y afrontar sus obligaciones con relación al funeral de su padre para sanar su malestar interno...

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'El canto de la selva', por tanto, supone una oportunidad inmejorable para adentrarnos en una película que combina el compromiso con la realidad de cierto cine etnográfico y la fascinación por el mundo visto desde otra cultura, la atracción por la belleza desbordante de la selva y el reto de construir un relato de ficción sin traicionar la esencia de sus protagonistas. Un tipo de cine cada vez más caro de ver.

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Hace apenas una semana, los medios de comunicación recogían la noticia del asesinato de Emyra Waiapi, líder del pueblo Waiapi, a manos de grupos armados de 'garimpeiros' que asaltaron su territorio. Desde los años ochenta, existe en Brasil un mandato constitucional que garantiza la protección de las comunidades indígenas y su derecho a seguir habitando sus (ya muy diezmados) territorios, en algunos casos de manera totalmente aislada del hombre blanco. Desde que Jair Bolsonaro accedió al poder, ha incumplido esta resolución constitucional y ha promovido el terrorismo contra los pueblos indígenas que practican los depredadores de los recursos naturales de la selva amazónica. En sus escasos siete meses de mandato, y en plena concienciación mundial ante la emergencia climática, la Amazonia ha perdido según datos oficiales casi 2.000 kilómetros cuadrados de superficie arbórea.

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