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'Mi obra maestra': la gran estafa del mundo del arte
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'Mi obra maestra': la gran estafa del mundo del arte

Gastón Duprat arma una comedia negra sobre dos amigos, un pintor y un galerista, que intentan salvaguardar su amistad y su buena vida en el negocio del arte contemporáneo

Foto: Guillermo Francella, en 'Mi obra maestra'. (A Contracorriente)
Guillermo Francella, en 'Mi obra maestra'. (A Contracorriente)

Las películas de Gastón Duprat y Mariano Cohn suelen partir de algún elemento propio de la alta cultura para llevar a cabo una supuesta revisión sarcástica de estos escenarios, las personas que los habitan y su interacción con el resto del mundo. 'El hombre de al lado' tenía lugar en la Casa Curutchet, el único edificio que Le Corbusier diseñó en Iberoamérica, y enfrentaba a la familia que allí residía con su poco ortodoxo vecino. El protagonista de 'El ciudadano ilustre' era un escritor coronado con el Premio Nobel que regresaba a la tierra de su infancia en Argentina. Y en 'Mi obra maestra', que Duprat firma por primera vez en solitario como director mientras que Cohn se limita esta vez a la tarea de productor, los protagonistas son un pintor contemporáneo y su galerista y amigo de toda la vida. El filme, de hecho, retoma en parte una idea ya presente en la ópera prima de ambos realizadores, 'El artista'.

'Mi obra maestra' se presenta 'a priori' como una comedia irónica protagonizada por dos amigos relacionados cada uno a su manera con el arte contemporáneo. Por un lado tenemos a Renzo (Luis Brandoni), un pintor veterano que se mantiene fiel a su estilo figurativo y a sus maneras bohemias. Vive instalado en cierto caos en un apartamento cuyo alquiler no se preocupa demasiado en pagar y mantiene relaciones con una de sus jóvenes alumnas. Renzo no atiende a las indicaciones prácticas de Arturo (Guillermo Francella), galerista de éxito que además de gestionar su obra también es su amigo. La película perfila a los dos personajes como dos formas opuestas y estereotipadas de entender el arte. Renzo encarna al autor fiel a sí mismo a quien solo le interesa la ejecución de la obra y Arturo, al comerciante que ha conseguido enriquecerse con el mercadeo de una disciplina que 'a priori' basa su prestigio en otros valores menos crematísticos.

placeholder Raúl Arévalo y Luis Brandoni, en 'Mi obra maestra'. (A Contracorriente)
Raúl Arévalo y Luis Brandoni, en 'Mi obra maestra'. (A Contracorriente)

Antaño un artista de renombre, Renzo ha pasado de moda. Su estética más clásica y el hecho de que controle la técnica del óleo lo convierten en cambio en la persona perfecta para asumir ciertos encargos comerciales (ese cuadro para decorar la entrada de una gran empresa) que él esquiva como puede. Arturo se esfuerza una y otra vez en intentar sacarlo de una inevitable decadencia, pero el viejo gruñón insobornable no se deja ayudar tan fácilmente. Hasta que un día todo se complica y Renzo acaba en el hospital...

La trama intermedia juega con unas falsas sospechas generadas ya desde el prólogo

La primera parte de la película se centra así en las tensiones entre el profesional competente del mercado artístico y el pintor 'auténtico' que se resiste a adaptarse a este escenario de intereses. Cuando parece que todo va a estallar en este sentido, el filme pega un volantazo y vira hacia el 'thriller' criminal. Por momentos, parece que Arturo va camino de convertirse en la encarnación del marchante como buitre que planteaba Jacques Becker en 'Los amantes de Montparnasse', donde Lino Ventura estaba al acecho de la pronta muerte del Modigliani al que daba vida Gérard Philipe para adquirir su obra en ese momento preciso para la especulación, justo antes de que el mundo se entere del fallecimiento del maestro y los precios se disparen.

placeholder Andrea Frigerio y Luis Brandoni, en 'Mi obra maestra'. (A Contracorriente)
Andrea Frigerio y Luis Brandoni, en 'Mi obra maestra'. (A Contracorriente)

Gastón Duprat y su hermano Andrés manejan de forma un tanto burda las expectativas de los espectadores a la hora de alimentar el efecto sorpresa. La trama intermedia juega con unas falsas sospechas generadas ya desde el prólogo, en que el personaje de Francella confiesa a los espectadores un presunto crimen que la película se dispondría a explicar. El filme todavía se reserva un segundo giro de guion que desemboca en el subgénero de la comedia de estafa, abordada con más autocomplaciencia que ingenio.

La película se centra esta vez en un valor positivo, la amistad mucho más profunda de lo que en principio aparenta entre el pintor y el galerista

Al contrario de 'El hombre de al lado' y 'El ciudadano ilustre', 'Mi obra maestra' no se centra en desplegar un progresivo clima de enrarecimiento y tensión entre dos partes que se odian mutuamente para poner en evidencia algún tipo de aspecto negativo de la naturaleza humana. Tampoco supura ese sentido de superioridad pseudointelectual y clasista de 'El ciudadano ilustre'. La película se centra esta vez en un valor positivo, la amistad mucho más profunda de lo que en principio aparenta entre el pintor y el galerista. La supuesta crítica al mundo del arte contemporáneo resulta, como es habitual en la obra de Duprat y Cohn, harto simplona y se basa en explotar lugares comunes más que gastados, como el cuestionamiento del arte no figurativo, la idolatría por los artistas fallecidos o los precios absurdos que se manejan.

placeholder Cartel de 'Mi obra maestra'.
Cartel de 'Mi obra maestra'.

Lo más sólido de 'Mi obra maestra' son las respectivas interpretaciones de dos grandes de la actuación en Argentina como Luis Brandoni y Guillermo Francella. Paréntesis aparte merece la presencia de Raúl Arévalo en un rol absurdo. Por momentos, parece que Gastón Duprat estuviera enojado por el hecho de tener que incluir a un intérprete/personaje español en 'Mi obra maestra' por aquello de las cuotas de la coproducción y hubiera decidido convertir su papel en un metacomentario al respecto. Primero, lo destina, a través del personaje del artista, a realizar tareas inútiles para demostrar que no pinta nada allí. Al final, decide simplemente convertirlo en el gilipollas odioso de la historia. Arévalo, un intérprete siempre interesante, se ve tan descolocado en la trama como en el cartel español de la película.

Foto: Johnny Depp, en un fotograma de 'Animales fantásticos: los crímenes de Grindewald'. (Warner)
Foto: Chris Hemsworth, en un fotograma de 'Malos tiempos en El Royale'. (Fox)

Las películas de Gastón Duprat y Mariano Cohn suelen partir de algún elemento propio de la alta cultura para llevar a cabo una supuesta revisión sarcástica de estos escenarios, las personas que los habitan y su interacción con el resto del mundo. 'El hombre de al lado' tenía lugar en la Casa Curutchet, el único edificio que Le Corbusier diseñó en Iberoamérica, y enfrentaba a la familia que allí residía con su poco ortodoxo vecino. El protagonista de 'El ciudadano ilustre' era un escritor coronado con el Premio Nobel que regresaba a la tierra de su infancia en Argentina. Y en 'Mi obra maestra', que Duprat firma por primera vez en solitario como director mientras que Cohn se limita esta vez a la tarea de productor, los protagonistas son un pintor contemporáneo y su galerista y amigo de toda la vida. El filme, de hecho, retoma en parte una idea ya presente en la ópera prima de ambos realizadores, 'El artista'.

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