'Ha nacido una estrella': Bradley Cooper, Lady Gaga, alcohol y choque de egos
En su ópera prima como director, el actor estadounidense recurre a un 'rereremake' en el que opaca el brillo de la cantante como actriz protagonista
A lo largo de 'Ha nacido una estrella', alguien repite una y otra vez que en el negocio de la música lo que importa no es el talento sino tener algo que decir. Y es irónico que eso suceda, puesto que la película misma dice más bien poco. Retrato de la convulsa relación entre una artista en ascenso y otro —su mentor— en pleno declive, es nada menos que la cuarta película en usar tanto ese argumento como ese título, y eso la convierte en algo que podríamos llamar un 'rereremake'. Pero, considerando que en ella apenas hay nada que no estuviera ya en sus predecesoras, es difícil encontrar en su metraje razones que justifiquen su propia existencia.
En sus primeras escenas, el debut tras la cámara del actor Bradley Cooper pone el foco en Jackson Maine (Cooper), un astro del 'country' que está claramente en horas bajas pero que sigue siendo inexplicablemente popular —los clientes de un bar gay en el que recala resultan ser grandes fans suyos porque, como todos sabemos, los gais aman el 'country'— y que cuando no canta parece imitar el habla arrastrada de Jeff Bridges —¿o es Sean Penn?—.
Una noche, mientras se lo está bebiendo todo después de un concierto, asiste a la actuación de una camarera y aspirante a cantante llamada Ally (Lady Gaga) y se queda prendado. Solo pasan unas pocas escenas antes de que los veamos juntos en un escenario cantando para decenas de miles de personas, y unas pocas más antes de que ella firme un contrato discográfico. Entre un momento y el otro, se enamoran.
Por supuesto, igual que en las versiones previas de la historia, mientras la carrera de ella florece la de él empieza a caer en barrena. Su relación entra en crisis, pero no hay ruptura; ella trata de ayudarlo a sobrellevar el alcoholismo y la depresión. Él, torturado por una infancia difícil, se mea encima durante una gala de los Grammy. El tipo toca fondo pero, como una gratuita escena de ducha nos demuestra, eso no le impide mantener el tipito. ¿Logrará salir del hoyo? Ya sabemos la respuesta, porque esto es 'Ha nacido una estrella' y porque, aunque no lo fuera, su narrativa a estas alturas es puro cliché. Pese a que demasiado a menudo los personajes se comportan de modo inexplicable, el desenlace se ve venir de lejos.
Cooper podría haber dado a la fórmula un barniz contemporáneo
En cualquier caso, de habérselo propuesto Cooper, podría haber dado a la fórmula un barniz contemporáneo si hubiera prestado atención a asuntos como todo el trabajo que lleva construir una carrera en el 'show business', el reparto de papeles en el seno de una pareja cuyos miembros experimentan diferentes grados de éxito y fracaso y las taras que heredamos de nuestros padres.
Asimismo, podría haber prestado más atención al dolor que Jackson siente al ver cómo Ally sacrifica su arte en pos del estrellato más manufacturado. En lugar de eso, en el mejor de los casos, pasa por encima de esos asuntos como si fueran las fotos de las vacaciones de un amigo. Y aunque Lady Gaga sabe más sobre el mundo del pop de lo que la mayoría de nosotros sabrá jamás, la película es increíblemente imprecisa a la hora de contextualizar el éxito de su personaje.
Peor aún, especialmente considerando el larguísimo metraje, es que ambos personajes parecen estar dándose empujones mutuamente por ocupar el centro de la película. Más concretamente, en general Cooper relega el personaje titular a la condición de mera secundaria y se queda para sí mismo los momentos de mayor lucimiento dramático. En un alarde de narcisismo, el director y coprotagonista sabotea la última actuación musical que su actriz ofrece en la película —sí, Lady Gaga es una actriz con todas las letras— convirtiéndola en mero fondo de un montaje de imágenes a mayor gloria de sí mismo.
A lo largo de 'Ha nacido una estrella', alguien repite una y otra vez que en el negocio de la música lo que importa no es el talento sino tener algo que decir. Y es irónico que eso suceda, puesto que la película misma dice más bien poco. Retrato de la convulsa relación entre una artista en ascenso y otro —su mentor— en pleno declive, es nada menos que la cuarta película en usar tanto ese argumento como ese título, y eso la convierte en algo que podríamos llamar un 'rereremake'. Pero, considerando que en ella apenas hay nada que no estuviera ya en sus predecesoras, es difícil encontrar en su metraje razones que justifiquen su propia existencia.