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'Rodin': un escultor en el infierno
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'Rodin': un escultor en el infierno

Jacques Doillon dirige este 'biopic' lento y sin brillo protagonizado por Vincent Lindon e impulsada por el Museo Rodin

Foto: Vincent Lindon es 'Rodin'. (Caramel)
Vincent Lindon es 'Rodin'. (Caramel)

Dada la habilidad inigualable que Auguste Rodin siempre mostró para esculpir figuras que sugirieran intensidad emocional y tensión y movimiento, resulta casi asombroso que ahora una película dedicada a homenajearle haga precisamente lo contrario, convirtiendo a los seres humanos que la protagonizan —que, además, son artistas llenos de pasión— en algo parecido a pedazos inertes de arcilla. En manos del director Jacques Doillon, las escenas por las que esos personajes transitan se suceden como epígrafes de una entrada de la Wikipedia. Cada vez que una de ellas se resuelve con un fundido a negro es como si la cámara simplemente se quedara traspuesta en vista de la falta de actividad cinematográfica frente a ella.

La película arranca en 1880, cuando el escultor, que por entonces empezaba a ser reconocido por su trabajo, recibió un mastodóntico encargo: la creación de 'La puerta del Infierno', un grupo escultórico monumental inspirado en la 'Divina Comedia' de Dante que serviría como entrada del futuro Museo de Artes Decorativas de París. Pese a que el edificio no llegó a ser construido, Rodin pasó el resto de su vida desarrollando esa gran obra, de la que de hecho surgieron varias de sus esculturas individuales más famosas, como 'El pensador'. La película convierte ese proyecto interminable en uno de sus dos motivos narrativos esenciales, asomándose regularmente a su proceso de construcción.

Foto: Jacques Doillon a su paso por Cannes en 2017. (Reuters)

El otro motivo son las relaciones sentimentales paralelas que Rodin mantuvo con Rose Beuret —aquí despectivamente caricaturizada— y con su discípula y amante Camille Claudel, hoy considerada una valiosa artista por derecho propio. Sabemos que llegado el momento Claudel fue víctima de su propia inestabilidad psicológica, agravada por la falta de reconocimiento a la que se vio abocada por el hecho de ser una mujer a la sombra de un artista cada vez más famoso. La película, eso sí, no se toma ninguna molestia en desarrollar ese conflicto. Vemos a la joven intercambiarse gritos con su mentor varias veces hasta que, en un momento dado, se deshace de ella.

placeholder Higelin como Claudel y Lindon como Rodin en la película de Doillon. (Caramel)
Higelin como Claudel y Lindon como Rodin en la película de Doillon. (Caramel)

Doillon tampoco presta atención verdadera al proceso creativo a pesar de usar buena parte de su metraje para contemplar a Rodin trazando bocetos y moldeando y aplicando yeso —al parecer, el actor Vincent Lindon pasó cinco meses aprendiendo a esculpir— y para ofrecer sucesivos planos en los que el artista permanece con el ceño fruncido. Sí, somos testigos de conversaciones sobre la soledad de las catedrales y de lo mucho que se puede aprender contemplando las nubes y los árboles —en un momento dado, de hecho, Rodin abraza un árbol—, pero eso es todo.

Se suceden conversaciones sobre la soledad de las catedrales y lo mucho que se puede aprender contemplando las nubes y los árboles

Durante la segunda mitad de 'Rodin', una vez Claudel ha desaparecido de escena, el escultor sufre un subidón de libido y empieza a seducir a modelos sin descanso; el frenesí alcanza su cénit en un 'ménage à trois' que no habría desentonado en una película erótica, no porque sea particularmente explícito sino por los terribles diálogos que incluye. Y, hablando de diálogos: ni en las escenas en las que esculpe ni en las que fornica, deja Rodin de decir cosas increíblemente petulantes. Dado que es en las manos donde el escultor tenía el talento —y, al parecer, también en la genitalia—, tal vez Doillon podría haberle dejado cerrar la boca de vez en cuando.

placeholder Cartel de 'Rodin'.
Cartel de 'Rodin'.

Por lo demás, decimos, la película avanza de forma del todo rutinaria, quizá asumiendo que la unánime admiración generada por Rodin se encargará de aportar el brillo. Por la pantalla desfilan muchas de las obras más famosas del escultor, y la sucesiva aparición de otros artistas y escritores famosos de la época da lugar a varias escenas que funcionan como gags —gags sin gracia, eso sí— de 'La hora chanante'. En el proceso, todo cuanto acabamos sacando en claro del periplo de su protagonista es que los artistas pueden ser gente difícil y que generalmente despiertan la incomprensión de los mediocres y los políticos. Quizá la falta de hondura de la película quede explicada al recordar que su producción fue en parte patrocinada por el Museo Rodin. Inicialmente, de hecho, Doillon aceptó el encargo de realizar dos documentales, pero pronto decidió que una obra de ficción era más conveniente. Alguien debería haberle hecho recapacitar.

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Eulàlia Iglesias

Dada la habilidad inigualable que Auguste Rodin siempre mostró para esculpir figuras que sugirieran intensidad emocional y tensión y movimiento, resulta casi asombroso que ahora una película dedicada a homenajearle haga precisamente lo contrario, convirtiendo a los seres humanos que la protagonizan —que, además, son artistas llenos de pasión— en algo parecido a pedazos inertes de arcilla. En manos del director Jacques Doillon, las escenas por las que esos personajes transitan se suceden como epígrafes de una entrada de la Wikipedia. Cada vez que una de ellas se resuelve con un fundido a negro es como si la cámara simplemente se quedara traspuesta en vista de la falta de actividad cinematográfica frente a ella.

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