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'El buen maestro': otra de profesores salvadores en escuelas complicadas
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'El buen maestro': otra de profesores salvadores en escuelas complicadas

Ópera prima que reincide desde el tópico clasista y el humor blando en el modelo de filme con maestro que aprende a inspirar a sus alumnos

Foto: Denis Podalydes, Pauline Huruguen y Abdoulaye Diallo protagonizan 'El buen maestro'. (Caramel)
Denis Podalydes, Pauline Huruguen y Abdoulaye Diallo protagonizan 'El buen maestro'. (Caramel)

La enseñanza es una cuestión de Estado en Francia. Un asunto siempre en el centro del debate político que además genera casi cada año algún filme al respecto. Desde la siempre reivindicable 'La clase', de Laurent Cantet, hasta la más conservadora 'La profesora de historia', de Marie-Castille Mention-Schaar, pasando por la reciente y extravagante 'Madame Hyde', de Serge Bozon, la mayoría de películas francesas sobre la enseñanza pública insisten en el mismo tema: el reto de aplicar la educación republicana en las escuelas de los barrios con mayor índice de población de origen inmigrante.

'El buen maestro', ópera prima de Olivier Ayache-Vidal, también se apunta a discutir las problemáticas en las aulas a partir de la enésima historia de un profesor que debuta sin demasiada suerte en un instituto 'problemático' pero acaba consiguiendo que sus alumnos, alérgicos al principio a los libros y a todo lo que huela a cultura, adoren a Victor Hugo y se diviertan de lo lindo en Versalles.

Sin entrar de lleno en el género, Ayache-Vidal plantea el arranque de la película desde una perspectiva más propia de la comedia. François Foucault (Denis Podalydès) es un profesor de mediana edad que trabaja en un prestigioso instituto del centro de París al que acuden alumnos de familias privilegiadas. Los métodos de François resultan bastante clásicos, por no decir anticuados. Aplica una disciplina férrea y no titubea a la hora de señalar a sus estudiantes sus supuestas limitaciones intelectuales. En una recepción literaria, François se pavonea ante una desconocida de tener la solución a los problemas de la escuela pública en las zonas más problemáticas del extrarradio. Según su opinión, las 'banlieues' se beneficiarían de la experiencia de maestros, como él mismo, formados en centros de prestigio. La mujer resulta ser una funcionaria del Ministerio de Educación que le toma la palabra y lo propone como avanzadilla de un experimento pedagógico. François va a pasar un año en un instituto calificado como problemático para compartir allí su experiencia y sabiduría.

Así, François se nos presenta como el típico personaje obligado a moverse en un contexto ajeno a su hábitat natural. Por supuesto, su educación vieja escuela en todos los sentidos no tarda en colisionar con las actitudes de sus nuevos pupilos. Ayache-Vidal aplica una pátina de humor ligero y estereotipado a este choque de culturas que no deja de desprender, tal y como se plantea, un tufo clasista. Por supuesto, para ganarse a los espectadores y a los alumnos, el personaje resigue el también tópico proceso de aprender a ser humano gracias a sus humildes y traviesos estudiantes. Al tiempo que actualiza unos métodos pedagógicos muy Antiguo Régimen. Resulta sorprendente cómo el filme normaliza el hecho de que un maestro de supuesto prestigio, más allá de su talante clásico, profese una idea de la educación que privilegia la disciplina autoritaria y normaliza la humillación de los menores. Estos son algunos de los rasgos que el protagonista pule a medida que avanza el curso y mejora su relación con los chicos y chicas, hasta el punto de acabar cuestionando los 'consejos de disciplina' que antes defendía.

No hay un modelo educativo concreto que se cuestione o se defienda. Por el contrario, el filme se centra en exceso en la vertiente individual y emocional del típico profesor-salvador

Pero 'El buen maestro' no ahonda en las rémoras administrativas, las inercias metodológicas o las problemáticas estructurales de la educación en Francia. No hay un modelo educativo concreto que se cuestione o se defienda. Por el contrario, el filme se centra en exceso en la vertiente individual y emocional del típico profesor-salvador que inspira a unos alumnos 'a priori' difíciles lo que ningún otro maestro antes había conseguido. De manera que por momentos parece una versión laica y actualizada, en variante educación republicana, de la típica historia de misioneros evangelizadores. Así, la labor positiva de François en la segunda mitad del filme se acentúa a partir de denostar el trabajo de sus compañeros más desgastados por el tiempo que llevan allí enseñando, sobre todo del que es novio de la profesora que le hace tilín. Con todo ello se acaba dando la razón al punto de partida clasista de la película: lo que necesitaban los niños (y educadores) de esa escuela de barrio periférico era un profesor tradicional de instituto de élite parisiense y con ocho apellidos franceses.

Por otro lado, Ayache-Vidal no muestra ningún tipo de interés por los jóvenes protagonistas y se limita a que funcionen como el contrapunto del profesor, como los muchachos indisciplinados que acaban siendo 'salvados' por una concepción retrógrada de la educación. Ni al maestro supuestamente modélico ni a la película les parecen importar demasiado las inquietudes de los chicos y chicas, o su bagaje cultural específico. Al contrario de lo que sucedía en 'La clase', aquí los alumnos no participan de una dialéctica con su profesor que enriquezca a ambas partes. Su único objetivo es acabar abrazando con entusiasmo y sin discusiones el canon tradicional francés que certifica su plena asimilación a la cultura institucional y hegemónica.

Foto: Gillian Anderson y Jullian Sands, en 'La casa torcida'. (DeAPlaneta)


La enseñanza es una cuestión de Estado en Francia. Un asunto siempre en el centro del debate político que además genera casi cada año algún filme al respecto. Desde la siempre reivindicable 'La clase', de Laurent Cantet, hasta la más conservadora 'La profesora de historia', de Marie-Castille Mention-Schaar, pasando por la reciente y extravagante 'Madame Hyde', de Serge Bozon, la mayoría de películas francesas sobre la enseñanza pública insisten en el mismo tema: el reto de aplicar la educación republicana en las escuelas de los barrios con mayor índice de población de origen inmigrante.

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