'Winchester': la maldición de las armas sin control
Esta historia de fantasmas protagonizada por Helen Mirren desaprovecha su punto de partida de una fascinante leyenda gótica
Resulta sorprendente que el cine no haya explotado más la historia de Sarah Winchester, un cuento gótico real mucho más fascinante que tantos otros surgidos de la ficción. Casada con el responsable del imperio Winchester, los fabricantes de rifles del mismo nombre, Sarah vio cómo su hijita moría con apenas un mes de vida. Casi 15 años después fallecía su esposo de tuberculosis. Su muerte convirtió a Sarah en una de las mujeres más ricas del mundo. También en una de las más atormentadas. La multimillonaria heredera atribuyó tanta desdicha a una maldición causada por las innumerables muertes que habían ocasionado las armas que comercializaba la empresa de su marido. Así que decidió dedicar su inmensa fortuna manchada de sangre al consuelo y control de todas estas almas en pena.
Durante casi 40 años, entre 1884 y su fallecimiento en 1922, Sarah Winchester mantuvo su casa en San José, cerca de San Francisco, en continua expansión. El edificio se ampliaba día a día con más y más habitaciones que pretendían hospedar los espíritus de las víctimas del fusil de repetición. Ella misma se encargaba de diseñar los planos de los anexos, por lo que la estructura de la mansión se enriqueció con escaleras que no llevaban a ninguna parte, habitáculos de difícil acceso y ventanas con vistas interiores. Un proyecto que podría haber salido de un cuento de Borges visualizado por Escher, la mansión Winchester sería el escenario gótico definitivo, una casa en ampliación perpetua con infinitos rincones, recovecos, cámaras y escalinatas para alojar, ocultar y encerrar fantasmas.
Los hermanos Michael y Peter Spierig se encargan de llevar a la gran pantalla esta versión de la historia de Sarah, a quien da vida la siempre carismática Helen Mirren, a través de un personaje imaginario, un médico al que la compañía Winchester encarga un informe sobre la salud mental de la viuda con el objetivo de arrebatarle el control sobre la empresa. El doctor Price (Jason Clarke) llega a la mansión Winchester con su propia mochila de tormentos. Su esposa murió demasiado joven y él se refugia en el láudano para olvidar. Price encarna al típico personaje que apela al raciocinio para explicar cualquier fenómeno extraño, incluidas sus propias visiones espectrales, fáciles de justificar en vistas de su adicción. Pero acaba preso de la fascinación por la casa y su anfitriona, y se convierte en el principal combatiente contra la amenaza fantasma que alberga el lugar.
Guardiana de la memoria
Los hermanos Spierig arman un cuento de terror gótico de aires clásicos con sustos de baja intensidad a base de previsibles apariciones tras las puertas, en los espejos y a través de los corredores. Su principal activo deviene también su máxima limitación. Más que en otro filme de casas encantadas, en la de Winchester los interiores adquieren un protagonismo de infinitas posibilidades estéticas, narrativas, poéticas y ambientales. Los directores aprovechan en parte la idea de que Sarah reconstruya los espacios donde sucumbieron las víctimas de los rifles vendidos por su marido y además tenga que gestionar los comprensibles deseos de venganza de los moradores. La protagonista deviene así la guardiana de la memoria de quienes murieron a causa de la falta de control en la posesión de armas, pero también la carcelera de sus almas. Sin embargo, debido a las necesidades de concreción propias de la narrativa clásica, los Spierig no exploran a fondo la idea de la vivienda de nunca acabar como expresión abismal de un delirio obsesivo que no consigue encontrar solaz. Ni tampoco consiguen visualizar en toda su dimensión la idea de espacio desbordante y desbordado que representa el edificio.
Una de las mejores escenas de 'Winchester, la casa que construyeron los espíritus' es aquella en que el pequeño Henry, el hijo de la sobrina de Sarah, que también reside en la casa, la intenta asesinar con un fusil. Escondida entre las paredes de uno de sus pasillos laberínticos, la mujer intenta pasar desapercibida ante el chico poseído por las ansias de matar. Es la secuencia en la que más resuena el eco, presente en toda la película, de las masacres indiscriminadas que tienen lugar de forma cada vez más frecuente en Estados Unidos. Así, los hermanos Spierig convierten el filme también en una clara metáfora sobre el demonio de las armas en el país, en un momento en que se clama más que nunca por un mayor control del asunto.
Para compensar el regusto a oportunidad un tanto desaprovechada que deja la película, siempre se puede rescatar otro título reciente que parte del mismo personaje y resulta mucho más satisfactorio en sus resultados. 'Sarah Winchester, Opéra Phantôme', la evocadora y breve pieza del francés Bertrand Bonello sobre el tema, consigue condensar la belleza y el dolor de la leyenda de la mansión Winchester a partir de recursos tan diversos como el dibujo, la danza y el canto lírico. Y pone de manifiesto que un personaje como el de Sarah Winchester merece seguir inspirando muchas otras obras.
Resulta sorprendente que el cine no haya explotado más la historia de Sarah Winchester, un cuento gótico real mucho más fascinante que tantos otros surgidos de la ficción. Casada con el responsable del imperio Winchester, los fabricantes de rifles del mismo nombre, Sarah vio cómo su hijita moría con apenas un mes de vida. Casi 15 años después fallecía su esposo de tuberculosis. Su muerte convirtió a Sarah en una de las mujeres más ricas del mundo. También en una de las más atormentadas. La multimillonaria heredera atribuyó tanta desdicha a una maldición causada por las innumerables muertes que habían ocasionado las armas que comercializaba la empresa de su marido. Así que decidió dedicar su inmensa fortuna manchada de sangre al consuelo y control de todas estas almas en pena.
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