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'Despido procedente': el espeluznante mundo de la gran empresa
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'Despido procedente': el espeluznante mundo de la gran empresa

Imanol Arias, Hugo Silva y Darío Grandinetti protagonizan una comedia negra sobre el lado oscuro de las grandes corporaciones

Foto: 'Despido procedente'.
'Despido procedente'.

Si el mundo de las altas finanzas contó alguna vez con algo de telegenia —ahora mismo no recuerdo una película que exalte sus bondades—, tras la crisis de la última década, el retrato que ha hecho el cine de las grandes corporaciones es, en general, espeluznante. ¿Será que se mira con malos ojos o que su esencia es en realidad la fealdad? Desde 'El lobo de Wall Street' (2013), donde las oficinas están ocupadas por cocainómanos psicópatas y narcisistas, hasta 'La gran apuesta' (2015), donde se analizan desde un punto de vista menos barroco las malas praxis que llevaron al estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera. Pareciera que, a partir de ciertas alturas, los espejos son más útiles para alinear rayas que para mirarse a los ojos. Tampoco en la literatura ha salido muy bien parado últimamente. En 'Recursos inhumanos', Pierre Lemaitre enfrenta un parado de larga duración a un grupo de directivos en una historia basada en la ola de suicidios entre los trabajadores que vivió France Télécom a finales de la década pasada y que mostró los pocos escrúpulos de algunas empresas para gestionar sus plantillas.

En su segundo largometraje como director, el también guionista hispanoargentino Lucas Figueroa plantea la siguiente cuestión: ¿puede una buena persona sobrevivir en una gran empresa? "Y yo aún diría más", parafraseando a Hernández y Fernández: ¿puede una buena persona sobrevivir a una sociedad cada vez más individualista y en la que al hombre íntegro se le ve más como 'un boludo' o un pringado que como un referente de comportamiento? En clave de comedia argentina —si existe tal género, traducido en humor ácido, situaciones absurdas y enloquecidas y mucha psicología—, Figueroa recicla la premisa del hombre de éxito cuya vida perfecta empieza a entrar en barrena con la aparición de un desconocido que, aparentemente, intenta destruir sus principios morales y todo aquello en lo que cree.

placeholder Hugo Silva e Imanol Arias en 'Despido procedente'.
Hugo Silva e Imanol Arias en 'Despido procedente'.

Javier (Imanol Arias) es un expatriado español —'gallego', que dicen— que trabaja como directivo en Buenos Aires en la filial argentina de una gran corporación de telecomunicaciones. Es el encargado del departamento de 'call center' y está a punto de entrar a formar parte del consejo directivo, lo que conlleva un ascenso, un importante bonus y un paso más hacia la cumbre del éxito social. Además, a su lado tiene a Cristina, una mujer bella y joven (Paula Cancio) que echa las horas eligiendo muebles y aprendiendo a bailar tangos.

Dentro de su empresa, Javier es una 'rara avis' sin maneras de tiburón y con una relación cercana con sus empleados

Dentro de su empresa, Javier es una 'rara avis' sin maneras de tiburón y con una relación cercana con su secretaria Marita (Valeria Alonso) y sus empleados. Por eso, cuando en la directiva proponen que si quiere cobrar el bonus y ascender tiene que recortar los gastos de su departamento en un 30% —la vía fácil es eliminando puestos de trabajo—, su integridad como jefe y como persona se ve comprometida. ¿Qué clase de hombre es él? Sobre todo cuando su máximo competidor en el organigrama, Sam (Hugo Silva), un 'yuppie' de manual, antepone sin remordimientos sus intereses personales a los de sus trabajadores.

placeholder Paula Cancio e Imanol Arias, en un fotograma de la película.
Paula Cancio e Imanol Arias, en un fotograma de la película.

Como guinda del pastel, en la vida de Javier aparece Rubén (Darío Grandinetti), un hombre que, tras un pequeño malentendido con el directivo, se toma como propósito vital amargarle la vida. Rubén es la antítesis de Javier: rudo, provocador, perspicaz y malpensado, y con cada acción en contra del ejecutivo consigue llevarlo un paso más cerca del abismo por el que pueden acabar despeñándose sus principios.

Con cada acción en contra del ejecutivo, Rubén consigue acercarlo al abismo por el que pueden acabar despeñándose sus principios

Si bien 'Despido procedente' es una comedia, pinta una realidad amarga que evidencia la fragilidad y la desprotección del trabajador frente a la gran corporación. Incluso, y aunque a veces no sean conscientes, de los cargos intermedios. Figueroa idea situaciones grotescas, que en un tono menos ligero se acercarían más al 'thriller' o a la película de terror, con personajes como los de Carson McCullers —eso sí, sin habilidad comparable para el retrato— que hacen equilibrios entre el patetismo, el esperpento y la compasión.

placeholder Hugo Silva es Sam en 'Despido procedente'.
Hugo Silva es Sam en 'Despido procedente'.

Además, el director y guionista plantea una sociedad codiciosa y fácilmente corruptible frente al dinero —da igual el estrato—, y a la que le cuesta pelear —o al menos no boicotear— el bien común. Javier, que representa la voluntad de honestidad, se ve rodeado de mezquindad, de trapicheos, de dobles intenciones, de un halo de panfilismo que le impone un contexto de perfidia aceptada.

placeholder Cartel de 'Despido procedente'.
Cartel de 'Despido procedente'.

Aunque la premisa es interesante, Figueroa no consigue cogerle bien el pulso a la comedia, y aunque Grandinetti construye su personaje a la manera de Daniel Aráoz en la magnífica 'El hombre de al lado' (2009) —aunque con un punto todavía más inquietante—, Imanol Arias no consigue encontrar el tono y se queda en una interpretación algo aséptica y desganada. Hugo Silva, por el contrario, perfecto en su papel de 'yuppie/latin lover'. El guionista tampoco consigue redondear el absurdo de las situaciones, que acaban desparramándose sin saber exactamente dónde parar, un problema que se hace más evidente a medida que el filme avanza hacia un final embrollado e inverosímil. 'Despido procedente' acaba perdiéndose dentro de sí misma, con una solución estilo 'made in Hollywood', donde todos los cabos sueltos terminan atados para, aunque sea de forma prefabricada, reconciliar, aunque sea en el último momento, al espectador con el ser humano. Y el chirrido es inevitable.

Foto: 'Colossal'.
Foto: 'Los últimos días del artista'.

Si el mundo de las altas finanzas contó alguna vez con algo de telegenia —ahora mismo no recuerdo una película que exalte sus bondades—, tras la crisis de la última década, el retrato que ha hecho el cine de las grandes corporaciones es, en general, espeluznante. ¿Será que se mira con malos ojos o que su esencia es en realidad la fealdad? Desde 'El lobo de Wall Street' (2013), donde las oficinas están ocupadas por cocainómanos psicópatas y narcisistas, hasta 'La gran apuesta' (2015), donde se analizan desde un punto de vista menos barroco las malas praxis que llevaron al estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera. Pareciera que, a partir de ciertas alturas, los espejos son más útiles para alinear rayas que para mirarse a los ojos. Tampoco en la literatura ha salido muy bien parado últimamente. En 'Recursos inhumanos', Pierre Lemaitre enfrenta un parado de larga duración a un grupo de directivos en una historia basada en la ola de suicidios entre los trabajadores que vivió France Télécom a finales de la década pasada y que mostró los pocos escrúpulos de algunas empresas para gestionar sus plantillas.

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