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'Sing Street': una adolescencia ochentera grabada en una cinta de casete
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'Sing Street': una adolescencia ochentera grabada en una cinta de casete

El realizador irlandés John Carney dirige una 'dramedia' sensible y amable con una banda sonora a cargo de los grupos más importantes de los ochenta

Foto: 'Sing Street'.
'Sing Street'.

Irlanda debió de ser una mierda a finales de los ochenta. O al menos así la pinta John Carney, el director de esta película de autodescubrimiento adolescente a ritmo de Duran Duran, The Clash, The Cure y Genesis. Una película con mucho de autobiográfico a medio camino entre 'Submarine' (2010) —pero con menos picardía, menos soliloquios y mucho más sintetizador de fondo— y 'Casi famosos' (2000) —bastante más fría y con menos músculo—. Una 'dramedia' repleta de referencias a la cultura ochentera y una oda a la libertad de experimentar con la identidad hasta encontrar una voz propia y a la perseverancia a la hora de perseguir las ilusiones y los sueños.

Tráiler de 'Sing Street'

Carney nació en Dublín en 1972. Conor (Ferdia Walsh-Peelo) es un adolescente que vive en el Dublín de 1985. La capital gris de un país gris asolado por la crisis, de donde la gente emigraba cruzando el canal de San Jorge para llegar a Inglaterra y labrarse un futuro. El mundo de Conor estalla cuando sus padres deciden separarse legalmente —la primera ley del divorcio entraría en vigor en Irlanda en 1997— y encontrar un colegio más económico para Conor. Su padre (Aidan Gillen, el Meñique de 'Juego de Tronos') y su madre (Maria Doyle Kennedy) han ido sosteniendo con alfileres un matrimonio que hacía aguas desde el principio, desde que la pareja concibiese demasiado joven a Brendan (Jack Reynor), el hermano mayor de Conor, con el seso y las energías comidas por los porros y la frustración como una losa que le impide levantarse del sofá en todo el día. De Ann (Kelly Thornton) poco sabemos, aparte de que es estudiosa y aspira a llegar a algo en la vida.

El Dublín de 1985 era la capital gris de un país gris asolado por la crisis, de donde la gente emigraba cruzando el canal de San Jorge para llegar a Inglaterra

Carney, además, retrata a través de los ojos de Conor una Irlanda desestructurada, de paro, alcoholismo y catolicismo de capón y penitencia, pero también de mirar para otro lado. Una Irlanda violenta donde los palos silban de mano de los curas, de los compañeros y desde dentro de la familia. Una Irlanda blanca, proletaria y triste, siempre a la sombra del Reino Unido.

A mediados de los ochenta, ya había eclosionado la música de sintetizadores y la rabia del punk había dado paso al amaneramiento de los 'new romantics' y a la estética del 'dark wave', 'synthpop' o 'technopop' de grupos como Depeche Mode, The Cure, New Order, Pet Shop Boys, Erasure o A-Ha. Hombres maquillados, hombres con chorreras, hombres con falda; ya no había tabú emasculante y la libertad para explorar y encontrarse a sí mismo era infinita. Las chicas eran guerreras y los chicos con cardado y lentejuelas podían ser sexis.

Hombres maquillados, con chorreras, con falda; ya no había tabú emasculante y la libertad para explorar y encontrarse a sí mismo era infinita

Así que, para impresionar a Raphina (Lucy Boynton) —una aspirante a modelo con una familia todavía más desestructurada que la suya—, Conor decide montar una banda a la que llamará Sing Street y de la que será el vocalista. Carney aprovecha así para hacer un repaso a los diferentes estilos de la época y acercarse al género musical, con canciones compuestas exclusivamente para la película y a las que pone voz el propio Walsh-Peelo, que se descubre para el público internacional como un excelente cantante —no para aquellos que le hayan seguido desde que a los 12 años entrase en el negocio de la música— y para el mundo en general como un actor carismático y magnético para la cámara.

El director descuida cualquier otra trama de 'bromance' o amistad entre el grupo de chicos que pudiera recordar a 'Cuenta conmigo' (1986)

En su primer papel protagonista, a Walsh-Peelo no le tiembla el pulso en ningún momento de la película y consigue construir un personaje tierno y sensible a la vez que determinado. El problema es que ese carisma tanto del actor como del personaje acaba eclipsando a unos secundarios desdibujados y completamente planos —salvo, quizás, el matón de Barry (Ian Kenny)— y, lamentablemente, desaprovechados. Carney se centra tanto en la historia de amor juvenil de Conor y Raphina que descuida cualquier otra trama de 'bromance' o amistad entre el grupo de chicos que pudiera recordar a clásicos ochenteros —ochenteros y para siempre—, como la maravillosa 'Cuenta conmigo' (1986).

placeholder Cartel de 'Sing Street'.
Cartel de 'Sing Street'.

Sin embargo, el director de 'Once' (2007) y 'Begin Again' (2013) consigue levantar una película amable, llena de buenas intenciones, que acaba dejando buen sabor de boca. 'Sing street' es un filme con una banda sonora cuidada que hará los deleites de los fans del pop ochentero y las fiestas 'remember', con una fotografía cuidada, un arte bien trabajado y un vestuario muy conseguido que consigue en seguida transportar al espectador a las grises calles del Dublín de la época. Una película para aquellos que consiguieron tener un grupo de música y, sobre todo, para aquellos que alguna vez lo soñaron.

Foto: 'El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares'.
Foto: 'Elle'.

Irlanda debió de ser una mierda a finales de los ochenta. O al menos así la pinta John Carney, el director de esta película de autodescubrimiento adolescente a ritmo de Duran Duran, The Clash, The Cure y Genesis. Una película con mucho de autobiográfico a medio camino entre 'Submarine' (2010) —pero con menos picardía, menos soliloquios y mucho más sintetizador de fondo— y 'Casi famosos' (2000) —bastante más fría y con menos músculo—. Una 'dramedia' repleta de referencias a la cultura ochentera y una oda a la libertad de experimentar con la identidad hasta encontrar una voz propia y a la perseverancia a la hora de perseguir las ilusiones y los sueños.

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