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'Jason Bourne': un chupito de adrenalina cuyo argumento cabe en un post-it
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'Jason Bourne': un chupito de adrenalina cuyo argumento cabe en un post-it

Matt Damon vuelve a unir fuerzas con Peter Greengrass en la cuarta entrega -sin contar el 'spin-off' de 'El legado de Bourne'- de la serie sobre el asesino amnésico

Foto: Fotograma de 'Jason Bourne'
Fotograma de 'Jason Bourne'

Cuando 'El ultimátum de Bourne' fue estrenada en 2007, Matt Damon aseguró sentir que la historia de Jason Bourne, asesino amnésico en busca de su propia identidad, ya había sido contada. Solo un replanteamiento del personaje en el futuro, añadió, podría convencerle para volver a darle vida. Nueve años después aquí está 'Jason Bourne', cuarta aventura de este héroe -no contamos el 'spin-off' 'El legado de Bourne'-, y cabe preguntarse: ¿qué motivo justifica su regreso? ¿Cuál es el giro increíble, cuál la cabriola narrativa que hizo el rodaje de una nueva película indispensable? Que la hayan hecho solo por el dinero ni se contempla, ¿no?

Tráiler de 'Jason Bourne'

La saga Bourne, recordemos, ha sido uno de los grandes revulsivos del cine de acción en los últimos 15 años. Anticipó una nueva era para el género -incluso James Bond se vio obligado a tomar ejemplo- gracias a su cámara nerviosa, y a su ritmo frenético, y a sus intensas persecuciones de coches y sus febriles combates cuerpo a cuerpo y, sobre todo, el modo en que el personaje funcionaba como espejo de una era turbulenta y moralmente ambigua, y en metáfora de un mundo post 11-S que trata de entender su propia identidad. Pero, a estas alturas, ni Damon ni el director Paul Greengrass parecen interesados en revolucionar ni reinventar nada.

A estas alturas, ni Damon ni el director Paul Greengrass parecen interesados en revolucionar ni reinventar nada

Esta vez, en cambio, la popular máquina de matar se embarca de nuevo en una trepidante investigación sobre su pasado y su participación en un programa que le lavó el cerebro, y de nuevo las altas esferas gubernamentales intentan detenerle. El argumento de Jason Bourne, pues, cabría escrito en un Post-It, y quizá consciente de ello Greengrass lo adorna y lo enrevesa inyectándole 'zeigeist'. Sus escenas incluyen protestas contra la austeridad, y referencias a Snowden y a los derechos que nos arrebatan aquellos que dicen protegernos, y personajes que existen solo para que la película abandere reflexiones sobre las oscuras conexiones entre Facebook y los gobiernos. Pero esos elementos no son más que ruido de fondo.

En otras palabras, esta película quiere demostrar que existe en un mundo distinto al de sus predecesoras, pero en realidad es más o menos el mismo. Ahí están las secuencias que dan saltos entre habitaciones llenas de gente que mira pantallas de ordenador y peligrosas calles por las que Damon o sus perseguidores caminan a toda prisa y con cara de circunstancias, como si anduvieran buscando un retrete; y ahí están los personajes de siempre: el burócrata corrupto que quiere acabar con Bourne, y el taciturno asesino europeo encargado de liquidarlo, y la gélida agente que se siente inclinada a simpatizar con él, y en el centro el propio Bourne, sufriendo traumáticos flashbacks y repartiendo estopa y no diciendo ni mu.

Una película ya vista

Esta película, pues, ya la hemos visto. La vimos en 2004 cuando se llamaba 'El mito de Bourne' y en 2007 cuando su título era 'El ultimátum de Bourne'. El problema es que ahora Bourne ni encarna un mito ni ofrece un ultimátum. Jason Bourne es una película enteramente genérica, porque por un lado reproduce el tono y el aspecto de esas predecesoras pero carece de la ambigüedad y la vulnerabilidad que entonces encarnaba un héroe que debe averiguar su propio pasado, y el color de su propia moralidad, y su posición como amenaza para la seguridad de su país. Ahora Bourne ya sabe quién es, así que el misterio está resuelto; y la introducción en la intriga de su padre, que quizá se llevó a la tumba un secreto importante -pero a quien nadie había considerado relevante mencionar hasta ahora-, es la definición misma del 'macguffin'.

Quizá el problema sea que tanto Greengrass como Damon han vuelto pero en cambio del guionista Tony Gilroy no hay rastro, y que como resultado los personajes pronuncian palabras como “privacidad” y “libertad” y “lealtad” y “patriotismo” sin adquirir entidad o motivaciones verdaderas en el proceso. Todo cuanto hacen parece menos impulsado por circunstancias personales que por las necesidades del argumento: la única razón de ser de Bourne es seguir adelante, y sus enemigos son tan obviamente malvados que tomarlos en serio es un gasto de energía.

La película debe la práctica totalidad de su atractivo a las secuencias de acción, capaces una vez más de acelerarnos el corazón eficazmente

placeholder Cartel de 'Jason Bourne'
Cartel de 'Jason Bourne'

En consecuencia, esta es la primera de las películas protagonizadas por el héroe del título que debe la práctica totalidad de su atractivo a las secuencias de acción, capaces una vez más de acelerarnos el corazón tan eficazmente como un chupito de adrenalina incluso aunque por momentos resulten derivativas –ya las vimos casi idénticas en entregas previas- o desmesuradas -el clímax en Las Vegas no desentonaría en 'Fast & Furious'-.

Como el propio Bourne, a estas alturas Greengrass y Damon han perfeccionado sus habilidades hasta tal punto que son capaces de ponerlas en práctica con incuestionable eficiencia, incluso si no existe un motivo claro para hacerlo.

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Cuando 'El ultimátum de Bourne' fue estrenada en 2007, Matt Damon aseguró sentir que la historia de Jason Bourne, asesino amnésico en busca de su propia identidad, ya había sido contada. Solo un replanteamiento del personaje en el futuro, añadió, podría convencerle para volver a darle vida. Nueve años después aquí está 'Jason Bourne', cuarta aventura de este héroe -no contamos el 'spin-off' 'El legado de Bourne'-, y cabe preguntarse: ¿qué motivo justifica su regreso? ¿Cuál es el giro increíble, cuál la cabriola narrativa que hizo el rodaje de una nueva película indispensable? Que la hayan hecho solo por el dinero ni se contempla, ¿no?

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