Es noticia
'Mi amigo el gigante': demasiado azúcar y poca picardía
  1. Cultura
  2. Cine
ESTRENOS DE CINE

'Mi amigo el gigante': demasiado azúcar y poca picardía

Steven Spielberg adapta el libro infantil 'El gran gigante bonachón', de Roald Dahl, en una versión edulcorada y carente del humor ácido característico del escritor inglés

Foto: Fotograma de 'Mi amigo el gigante'.
Fotograma de 'Mi amigo el gigante'.

Steven Spielberg es un gigante. Eso es innegable. Su dominio del lenguaje, su maestría a la hora de mover la cámara y su innegable olfato para reconocer una historia que funciona lo han convertido en uno de los directores comerciales más sólidos. Pocas veces falla -acabó confesando que 'Indiana Jones y la calavera de cristal' no era su película más brillante- y tiene el talento de saber conjugar arte y producto comercial, crítica y público, en cada uno de sus proyectos. Por eso crea siempre expectación y por eso sus desaciertos resultan más evidentes.

Y en 'Mi amigo el gigante' la fórmula parecía infalible. El padre audiovisual de 'Tiburón', 'Parque Jurásico' e 'Indiana Jones' se reúne con Melissa Mathison -la pluma de 'E.T. El extraterrestre'- para llevar a la pantalla la historia de 'El gran gigante bonachón', producto de la mente lúcida de uno de los escritores infantiles más rompedores y descarados: Roald Dahl. Y es precisamente su falta de atrevimiento e impudicia lo que convierte a la película en un cóctel insípido y sin chispa. Una historia infantil de fantasía cualquiera. ¿Dónde está la pimienta?

Tráiler de 'Mi amigo el gigante'

Una traición a Dahl

Casi resulta una traición al espíritu Dahl a la altura de la que cometieron el guionista Allan Scott y el director Nicholas Roeg en su adaptación de 'Las brujas', de 1990, cuando decidieron que el protagonista volviese al final a su forma humana y no pasase el resto de sus días convertido en un ratón, contrariando la decisión del novelista galés. De la misma forma, Spielberg no aprovecha las posibilidades del humor absurdo, que se queda en una escala de grises, y apuesta por reforzar la faceta emotiva y efectista de este cuento de hadas moderno.

Sophie y el gigante -que es vegetariano y disléxico, bueno y 'amabiloso'- trabarán una bonita amistad de dos personas solitarias e incomprendidas

Sophie (Ruby Barnhill) vive en un orfanato 'dickensiano'. Su insomnio la empuja a vagar a oscuras por los pasillos solitarios y a pasar la noche linterna en mano, bajo las mantas, devorando libro tras libro. Una noche, a la hora mágica, que suele ser alrededor de las tres, en un oscuro callejón frente a su balcón distingue a una especie de persona, pero cuatro veces más grande que un hombre normal, con una trompeta larga y delgada en una mano y una maleta en la otra: un gigante. Y este gigante (Mark Rylance), al ver que Sophie lo ha descubierto, decide llevarse a la niña consigo hasta el país del que procede, un mundo de fantasía habitado por gigantes 'niñófagos' y en cuyos bosques subacuáticos florecen los sueños. Sophie y el gigante -que es vegetariano y disléxico, bueno y 'amabiloso'- trabarán una bonita amistad de dos personas solitarias, incomprendidas y que han conocido las miserias de una vida difícil.

Son el personaje y la interpretación de Rylance -con quien Spielberg vuelve a trabajar tras 'El puente de los espías'- los aciertos más reseñables de la película. El actor consigue transmitir a través de su expresividad facial y su dominio de las inflexiones de voz la ternura y el encanto torpe y guasón de un gigante construido a base de efectos especiales -al igual que los escenarios- y divertidas incorrecciones lingüísticas. Como archinémesis, el gigante Zampamofletes, interpretado por un solvente Jemain Clement -la mitad más maravillosamente cínica del dúo Flight of the Conchords-, en el papel de un malvado gigante abusón, 'niñófago' y rústico.

Si alguien ignora el mantra 'hitchcockiano' de "nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton", es Spielberg

En su aventura, Sophie conseguirá alejarse del orfanato al que odia -y aunque un orfanato siempre es un orfanato, Spielberg lo presenta de forma tan somera que es difícil empatizar con esa animadversión- y el gigante intentará enmendar un error traumático del pasado. Ambos crearán una relación de aprendizaje, más emocional que intelectual, y crecerán a nivel espiritual en compañía el uno del otro. Compartirán la falta de padres y de amigos, el placer de la lectura y el carácter soñador, y su encuentro cambiará el desolador destino de ambos.

Si alguien ha ignorado el mantra 'hitchcockiano' de "nunca se te ocurra hacer una película con animales, ni con niños, ni con Charles Laughton", ha sido Steven Spielberg. Para el 'hat-trick' le faltó la colaboración con Laughton, pero si alguien ha trabajado con niños a troche y moche ha sido el de Cincinnati. Sin embargo, Ruby Barnhill como protagonista no ha sido la elección más acertada de 'Mi amigo el gigante'. Barnhill se contagia de la falta de picardía del filme con una Sophie apagada, muy lejos del personaje jovial, rebelde, 'husmiquifisgui' y carismático de la novela de Dahl.

Barnhill se contagia de la falta de picardía del filme, con una Sophie apagada, lejos del personaje jovial, rebelde, 'husmiquifisgui' y carismático de la novela

Salvo por los momentos de espectáculo visual de despliegue ilimitado de efectos especiales -como la caza de sueños a la que Sophie acompaña al gigante- y el absurdo que consigue emerger en las escenas finales con la Reina (Penélope Wilton), la historia acaba por hacerse tediosa y previsible, pesando el exceso de azúcar del planteamiento.

'Mi amigo el gigante' es, en fin, la prueba fehaciente de la falibilidad del ser humano, la visita a la Tierra del pope del Hollywood moderno, cuyo característico exceso de corrección le ha jugado una mala pasada. Demasiado tibia, demasiado convencional, demasiado conservadora para lo que pudo haber sido una adaptación aguda y mordaz a la altura de Dahl, cuya naturaleza como autor también fue, indiscutiblemente, la de un gigante.

Foto: Fotograma de 'Money Monster'.
Foto: Fotograma de 'El verano de Sangaile'.
TE PUEDE INTERESAR
'El verano de Sangaile': miedo a volar
Eulàlia Iglesias

Steven Spielberg es un gigante. Eso es innegable. Su dominio del lenguaje, su maestría a la hora de mover la cámara y su innegable olfato para reconocer una historia que funciona lo han convertido en uno de los directores comerciales más sólidos. Pocas veces falla -acabó confesando que 'Indiana Jones y la calavera de cristal' no era su película más brillante- y tiene el talento de saber conjugar arte y producto comercial, crítica y público, en cada uno de sus proyectos. Por eso crea siempre expectación y por eso sus desaciertos resultan más evidentes.

Críticas de cine Steven Spielberg Literatura
El redactor recomienda