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Vuelve la peor pesadilla del 'yuppie'
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crítica de 'el regalo'

Vuelve la peor pesadilla del 'yuppie'

El actor Joel Edgerton debuta como director con una estimable actualización de un subgénero noventero: extraño aparece en tu idílica vida familiar para dinamitarla

Foto: 'El regalo'
'El regalo'

Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, proliferaron los 'thrillers' psicológicos en torno a extraños que perturbaban la vida estable de una familia acomodada de apariencia perfecta. El miedo al otro que atraviesa buena parte del cine fantástico y de terror estadounidense tomó cuerpo en esa década en forma de intrusión en la intimidad. El enemigo ya no provenía del espacio exterior ni respondía a las características arquetípicas del criminal. Ahora se trataba de una persona de apariencia amigable, uno de los nuestros, que conseguía traspasar la última barrera que protege al ciudadano medio: el umbral del hogar.

El 'thriller' de los noventa visualizó así la última pesadilla 'yuppie'. Tras conseguir un trabajo más que bien remunerado, casarse con la pareja perfecta y comprarse una casa de revista... ¿qué podía impedir gozar de la vida que uno siempre había soñado? Durante una década de supuesta estabilidad socioeconómica y una clara aunque aparentemente invisible estratificación social, la amenaza solo podía provenir del entorno más inmediato. En películas como 'Atracción fatal' (Adrian Lyne, 1987) y 'La mano que mece la cuna' (Curtis Hanson, 1992), las causas que empujaban a sendas protagonistas a emprender sus respectivas venganzas dejaban de tener importancia ante el pecado mucho mayor que cometían ellas: desbaratar el estilo de vida de una familia de 'yuppies' y quebrar su sensación de seguridad.

Tráiler del filme

'El regalo', el estimable debut como director del también actor Joel Edgerton, actualiza buena parte de los supuestos de este subgénero. Uno de los mejores intérpretes provenientes de Australia, Edgerton se reserva aquí el papel antagonista, Gordo, una especie de fantasma del pasado que reaparece en la vida de Simon (Jason Bateman) cuando este regresa a su ciudad natal junto a su esposa Robyn (Rebecca Hall). Para la pareja, el traslado es el signo de inicio de una nueva vida: Simon ha conseguido trabajo en una empresa con gran proyección de futuro, han adquirido una de esas casas en las afueras con las que sueñan tantas familias y Robyn intenta volver a quedarse embarazada tras una experiencia frustrante en este sentido. Pues eso, ¿qué puede salir mal?

Uno más para comer

En una escapada para comprar muebles destinados al nuevo hogar, la figura de Gordo aparece, casi espectral, en el segundo plano, tras el escaparate de la tienda. Se hace el encontradizo con Simon hasta presentarse. Ambos fueron juntos al mismo instituto, ¿cómo puede Simon no acordarse? Al encuentro casual sigue el regalo que el hombre deja en la puerta del nuevo hogar de la pareja, una botella de vino. Qué atento. Pero ¿cómo ha sabido la dirección? Y, claro, ahora hay que invitarlo a cenar. Por si acaso, Gordo se presenta al día siguiente en la casa ya en persona. No ha sabido nada de ellos todavía. La comida juntos se vuelve inevitable...

El cineasta pone en tela de juicio la figura del triunfador tal y como se concibe en la sociedad capitalista

¿Es Gordo un acechador o un simple pesado inofensivo? ¿Quizás un hombre tan tímido como torpe en su intento de entablar amistad con un viejo conocido? ¿O esconde algún tipo de intención perversa tras sus esfuerzos para entrar en el círculo de Simon y Robyn? Edgerton mantiene a Gordo durante buena parte del filme en este terreno de inquietante ambigüedad que provoca una sensación de inquietud en el espectador. ¿Hay que rechazar a Gordo o tenerle compasión? Este extraño también se acaba convirtiendo en el agente que desvela las verdaderas personalidades de la pareja. Es a través de las reacciones ante la presencia de Gordo que conocemos mejor a Robyn y Simon. Ella no puede evitar sentir cierta empatía hacia esta figura del pasado de su marido. Mientras que él resulta cada vez más odioso.

Durante la mayor parte del metraje, Edgerton dosifica con la necesaria habilidad la información sobre cada uno de los dos personajes masculinos a fin de mantener vivo el suspense respecto a sus verdaderas personalidades. Al tiempo que sitúa a Robyn en el centro de un espacio de inseguridad. La lujosa residencia donde se han instalado está rodeada de unos ventanales que subrayan la exposición de la protagonista a los peligros exteriores. Y es como si Gordo tuviera la habilidad de aparecer siempre tras algún cristal. Esta imagen, la del hombre que observa desde detrás de un vidrio la vida que desearía tener, será clave en el desenlace moral del filme en torno a las figuras del triunfador y el perdedor.

Pero Edgerton no dibuja una mera amenaza de peligro físico sobre los protagonistas, sino que dispara una carga de profundidad contra todo un sistema de valores, de manera que por momentos 'El regalo' se acerca más al 'thriller' de escrutinio moral de un Michael Haneke que a la pirotecnia vengativa de sus análogas de los noventa. La inseguridad que siente Robyn en su nueva residencia proviene del hecho de que Gordo ha mostrado ser capaz de aparecer en el momento más inesperado. Pero también de que aquello que debería darle confianza a nivel personal empieza a mostar señales de podredumbre: su marido quizás no es el tipo de persona de la que debería haberse enamorado y su vida no resulta tan satisfactoria como aparenta.

Aunque acaba personalizando en demasía su ataque, el cineasta pone en tela de juicio la figura del triunfador tal y como se concibe en la sociedad capitalista, al mostrar su naturaleza abusona, falsaria y manipuladora.También le pesa al filme que Edgerton, guionista y director, sienta en el fondo debilidad por el personaje que interpreta, de manera que hacia el tramo final acaba decantando demasiado la balanza de las antipatías hacia uno de los personajes. Lo que implica también una lectura concreta de un final que pretendía mantenerse en el terreno de la ambigüedad. Y hasta aquí puedo leer...

Entre finales de los ochenta y principios de los noventa, proliferaron los 'thrillers' psicológicos en torno a extraños que perturbaban la vida estable de una familia acomodada de apariencia perfecta. El miedo al otro que atraviesa buena parte del cine fantástico y de terror estadounidense tomó cuerpo en esa década en forma de intrusión en la intimidad. El enemigo ya no provenía del espacio exterior ni respondía a las características arquetípicas del criminal. Ahora se trataba de una persona de apariencia amigable, uno de los nuestros, que conseguía traspasar la última barrera que protege al ciudadano medio: el umbral del hogar.

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