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Los Coen nos meten un chute de algodón de azúcar con 'Ave César'
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Los Coen nos meten un chute de algodón de azúcar con 'Ave César'

'Ave, César' es la película perfecta. ¿Saben esa perfección que irradia un matrimonio de La Moraleja 24 horas antes de divorciarse? Pues se trata de ese tipo de perfección

Foto: ¡Ave César!
¡Ave César!

Empecemos por el final. La cosa funde a negro y una terrible sensación se apodera de ti. Esa sensación tan común de saberte o creerte idiota. Sobre todo porque, mientras bajas las escaleras de la sala, puedes leer unos créditos que dicen: “Producida, dirigida y escrita por Joel y Ethan Coen”. Esas son palabras dolorosas, porque la culpa, por supuesto, nunca puede ser de los Coen. Intuyes que se te ha escapado algo. Algo muy gordo. Algo que el calvo que camina a tu lado totalmente despreocupado seguro que ha pillado. Entonces intentas repasar mentalmente todas y cada una de las a menudo divertidas secuencias de 'Ave, César', pero te das cuenta de que, para entonces, apenas cinco minutos después de haberlas disfrutado, de haberte reído incluso a carcajadas con algunas de ellas, ya las has olvidado para siempre.

Miren, esta es la película perfecta. Los actores, la producción, la fotografía… Todo está bien. ¿Saben esa perfección que irradia un matrimonio de La Moraleja veinticuatro horas escasas antes de divorciarse? Pues se trata de ese tipo de perfección. Una de tipo superficial. En realidad, seamos sinceros, hace tiempo que algunos dejamos de confiar a ciegas en los hermanos Coen. Nos gustaban más cuando aspiraban a la Palma de Oro que ahora que flirtean con los Oscar. Sus últimas películas, precisamente las que ha bendecido la Academia, me dejan frío. No encuentro la belleza, la originalidad, la irreverencia, la frescura en los planos, ni la contundencia en los textos de sus primeras obras. Todo sigue resultando brillante en la ejecución, pero obedece a leyes mecánicas, así que empiezo a pensar que los Coen viven ese bloqueo creativo que sufría el personaje protagonista de uno de sus grandes logros, 'Barton Fink' (1991).

Precisamente esa película, 'Barton Fink', supuso el primer viaje de estos dos hermanos al Hollywood clásico, aunque con resultados bastante más sugerentes que este segundo y aparatoso intento, 'Ave César', que cabe interpretar como una parodia (más melancólica que satírica) y un homenaje (demasiado autocomplaciente) a los grandes estudios de los años 50 y a las gentes que trabajaban en ellos. La película cuenta las peripecias de un grupo de actores y directores que ruedan a la vez un western, una de romanos, un melodrama y un par de musicales en el contexto de una América azotada por la paranoia anticomunista. El resultado es un 'pastiche', más bien un gazpacho de géneros y referencias cinéfilas al Robert Taylor de 'Quo Vadis', a la Esther Williams de Busby Berkerley, a Laurence Olivier, a Cecil B. DeMille y a tantos otros.

Y todos esos guiños nostálgicos, todos los personajes (que son muchos) y todas las tramas que protagonizan quedan entrelazados únicamente por la figura de un héroe mundano, una constante en la filmografía 'coeniana', interpretado a la perfección por Josh Brolin, que encarna la figura del 'solucionador de problemas'. Eddie Mannix es el tipo que media entre la industria y las insaciables periodistas del colorín, que rebaja los egos de las estrellas; un hombre llamado a cargar sobre sus espaldas con todos los pecados de la industria; una especie de Jesucristo pagano que debe pedir perdón cada día en un confesionario por todos los errores cometidos en nombre del cine durante la larga jornada laboral del día anterior. La parábola religiosa, otra de las constantes en el cine de estos dos, está ahí, pero hay que ponerle mucha fe para creer que significa realmente algo. Porque a esta historia le falta intención; le falta maldad.

En una secuencia de 'Ave, César', sacerdotes, pastores y rabinos se reúnen en torno a una mesa para discutir sobre la idoneidad del contenido religioso de la superproducción bíblica que se está trabajando en el estudio. Evidentemente, los religiosos no llegan a un total entendimiento. Los Coen también se sentaron en una mesa a discutir sobre el pasado y el presente del cine, sobre lo que significa, si es más arte o más industria (atentos a la rebelión comunista de los guionistas), pero tampoco llegaron a ninguna conclusión concreta. Por eso decidieron contarnos que el cine es uno y a la vez trino, que no se puede comprender, pero que está ahí, con sus contradicciones, y que nos ilumina. Un mensaje muy bonito y muy bien contado. Se podían repartir algodones de azúcar a la salida de esta cinta, pero lo cierto es que a los hermanos Coen les irá siempre mejor con lo misántropo que con lo ecuménico.

Empecemos por el final. La cosa funde a negro y una terrible sensación se apodera de ti. Esa sensación tan común de saberte o creerte idiota. Sobre todo porque, mientras bajas las escaleras de la sala, puedes leer unos créditos que dicen: “Producida, dirigida y escrita por Joel y Ethan Coen”. Esas son palabras dolorosas, porque la culpa, por supuesto, nunca puede ser de los Coen. Intuyes que se te ha escapado algo. Algo muy gordo. Algo que el calvo que camina a tu lado totalmente despreocupado seguro que ha pillado. Entonces intentas repasar mentalmente todas y cada una de las a menudo divertidas secuencias de 'Ave, César', pero te das cuenta de que, para entonces, apenas cinco minutos después de haberlas disfrutado, de haberte reído incluso a carcajadas con algunas de ellas, ya las has olvidado para siempre.

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