El rebelde que cruzó los cielos
Robert Zemeckis se sirve del 3D para recrear la aventura del funambulista francés que atravesó las torres gemelas suspendido en un cable de acero
“Me paseo de un extremo a otro del cable, adelante y atrás. Miro fija y orgullosamente al insondable desfiladero, mi imperio. Mi destino ya no me tiene conquistando las más altas torres del mundo, sino más bien el vacío que estas protegen. Esto no puede medirse”
El que habla es Philippe Petit. Lo hace recordando sus pensamientos suspendido en el vacío a 400 metros de altura en 1974, cuando se coló en las Torres Gemelas, antes de ser inauguradas, para atravesarlas caminando por un cable tendido entre ambos edificios. Su odisea paró el mundo durante horas, reivindicó la labor de los funambulistas y ha inspirado a Hollywood. Robert Zemeckis trae su historia a la gran pantalla en 'El desafío', un filme que se estrena el viernes en IMAX y en tres dimensiones para trasladar el vértigo que el propio Petit no sufre.
La película toma como base el libro que Petit escribió (Duomo Ediciones) y al que le han cambiado el nombre original, 'Alcanzar las nubes', por el de 'El desafío', algo que desagrada al artista, que no cree que esa palabara describa sus actuaciones. “Mi vida no está hecha de desafíos, sino de sueños. Para mí no era un desafío, cuando creo en un proyecto nunca me paro. El miedo en el cielo no existe”, cuenta en la presentación de la película en Madrid. Un acto que sólo podía tener lugar en un sitio, en las alturas. Exactamente en la azotea de la Torre Picasso, desde la que Petit ha explicado que todavía tiene pendiente cruzar las torres Kio.
Ser humilde no es mi fuerte. Para un artista que se juega la vida es díficil serlo, así que llevo la humildad en mi corazón
El funambulista francés pide permiso para hablar en castellano, a pesar de que no lo domine del todo. Quiere aprovechar su visita para chapurrerar uno de los ocho idiomas que habla. Lo cuenta con un punto chulesco que él mismo reconoce: “ser humilde no es mi fuerte, para un artista que se juega la vida es díficil serlo, pero cuando te sientes invencible es cuando la muerte está más cerca, así que llevo la humildad en mi corazón. Aunque tu no la ves, porque ves al torero orgulloso que se desliza por el cable”.
Para su mítica aventura tuvo que preparar el 'golpe perfecto' durante casi siete años. Fotografió las Torres Gemelas desde un helicóptero, construyó una maqueta a escala, se coló dentro y logró su propósito. “El mundo abrió a este joven las puertas del cielo”, recuerda Petit, que explica que en “medio segundo” es capaz de retroceder 40 años en el tiempo para describir con dos palabras lo que sintió durante los 40 minutos que paseó por el cable: “felicidad, extásis”.
Rebelde sin causa
Philippe Petit se ve como un artista, pero con la irreverencia por bandera. Un rebelde que se manifiesta en contra del mundo con cada número de magia y cada vez que se sube a la cuerda floja. El funambulismo como forma de cuestionar el orden establecido. “Es la rebeldía lo que me lleva a hacer esto, que yo no considero desafíos, son poesía. La creación no se puede hacer sin rebeldía”, dice seguro.
Con su actuación en pleno World Trade Center se manifestó “contra la condición humana, contra las reglas de los padres, la escuela y la sociedad”. “Estamos pegados al suelo. Me opongo a las reglas establecidas, a quedarme en el rebaño, es mi segunda naturaleza”, añade alguien que con cuatro años ya se subía a los muebles practicando su equilibrio.
La película del director de 'Regreso al futuro' nació hace diez años. Cuando Zemeckis y Petit llegaron a un acuerdo que daba al funambulista las capacidades de colaborador artístico, sin las cuales no hubiera permitido el proyecto. En un primer momento era él quien iba a aparecer en pantalla atravesando el cable, pero finalmente fue Joseph Gordon-Levitt el que puso cara al Petit cinematográfico. Eso sí, recibió las clases del maestro para que su cuerpo pareciera el de un artista de verdad.
El equilibrista se muestra satisfecho con la película y con “su sensibilidad", y cree que gracias a la tecnología 3D e IMAX el espectador podrá “caminar detrás de él en el cable”. Una experiencia física que completa la que James Marsh ofreció en 'Man on wire', el documental que contaba la misma historia y que ganó el Oscar.
Una película que, según su protagonista, traslada “el sentido de la aventura, el alma de Nueva York, del siglo pasado y de las Torres Gemelas”, sobre las que se ofrece una mirada que es todo un homenaje a la historia reciente americana. “Un trozo de mi vida” al que Hollywood ha puesto su grano de arena. Detalles que sólo él conoce pero que no oculta: “no me tropecé antes de entrar al cable, eso es imposible, igual que tampoco goteó sangre, eso no es elegante”, recuerda alguien que se ve a sí mismo como un torero, algo por lo que también desea cruzar Las Ventas de lado a lado suspendido por el aire.
Es la rebeldía lo que me lleva a hacer esto, que yo no considero desafíos. Son poesía. La creación no se puede hacer sin rebeldía
Aunque le cuesta criticar la película de Robert Zemeckis, Petit explica que no le gustó que Ben Kingsley no le pidiera consejo para crear a su Papa Rudy, y que se haya primado más la sensación de miedo y vértigo que la poesía visual. “Hollywood no es muy bueno poniendo poesía en la pantalla. El miedo no es mi manera de pensar ni de vivir, eso me ha dolido un poco, pero me lo guardo para mí”, zanja añadiendo que se quedó con las ganas de hacer un cameo en el filme para poder ver su nariz en el cine.
A sus 66 años no tiene miedo a que alguien le quite el trono como el mejor equilibrista del mundo, ya que no entiende la rivalidad en el arte y ya piensa en sus siguientes retos: “Soy joven, tengo 66 años y no pienso parar hasta que mis piernas dejen de andar”. Su mayor enemigo, el pensamiento del siglo XXI que complica la vida del artista y en el que todo son negativas y excusas para no apoyar sus performances. “Es una gangrena moderna y hay que cambiar esto luchando todo el día contra las reglas y esta forma de pensar”, añade.
Este “extraterrestre”, como él se define, tiene el sueño de transmitir su legado, algo que hasta ahora no ha sido fácil y para lo que planea crear una fundación para enseñar “las artes del teatro”. Allí la gente aprenderá malabarismo, magia, mimo, equilibrismo, pero también a no perder el contacto con la calle. Una calle a la que Philippe Petit siempre vuelve con su sombrero y su monóculo, viajando en el tiempo a ese 1974 que cambió su vida para siempre.
“Me paseo de un extremo a otro del cable, adelante y atrás. Miro fija y orgullosamente al insondable desfiladero, mi imperio. Mi destino ya no me tiene conquistando las más altas torres del mundo, sino más bien el vacío que estas protegen. Esto no puede medirse”