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José Antonio Gurriarán: "La bomba más poderosa contra el terrorismo es el diálogo"
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el periodista sufrió un atentado hace 30 años

José Antonio Gurriarán: "La bomba más poderosa contra el terrorismo es el diálogo"

Su libro ha inspirado la película de Robert Guédiguian que compite en la Sección Oficial de Seminci y aboga por el diálogo y recuerda el genocidio armenio cuando se cumplen 100 años

Foto: José Antonio Gurriagán conoce a sus verdugos
José Antonio Gurriagán conoce a sus verdugos

El 30 de diciembre de 1980 cambió para siempre la vida de José Antonio Gurriarán. Mientras paseaba por el centro de Madrid una bomba explotó en la Gran Vía. Como buen periodista acudió a la cabina más cercana para pedir un fotógrafo. La segunda bomba detonó justo a su lado destrozándole las piernas. El atentado fue provocado por el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia. Pero Gurriarán no buscó venganza, ni siquiera justicia, sólo quería entender. Se empapó de la historia del país, de sus reivindicaciones y del horrible genocidio que sufrieron y para el que pedían reconocimiento oficial. Fue más allá, movió cielo y tierra hasta que conoció a aquellos que le han dejado unas secuelas físicas que todavía arrastra. Cuando les tuvo delante les miró a los ojos y les regaló una obra de Martin Luther King.

La increíble historia de este periodista español (contada en su libro 'La bomba')ha servido de punto de partida para que Robert Guédiguian, de padre armenio,realice su homenaje a las víctimas del genocidio del que ahora se cumplen 100 años sin que Turquía y un gran número de países occidentales reconozcan la matanza indiscriminada sufrida en 1915. 'Una historia de locos' se ha presentado en la Seminci junto al documental 'Una bomba de más', el documental de Audrey Valtille que también recuerda el encuentro entre la víctima y sus terroristas. Un momento que muchos consideran de vital importancia para el final de la violencia en los años 80.

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A Valladolid ha acudido Guédiguian, pero también José Antonio Gurriarán, que no puede evitar emocionarse recordando la película, que considera “el mejor acercamiento al terrorismo” que ha visto en un filme que “comparte mi idea sobre la lucha armada”. Gurriarán reconoce a El Confidencial que con estos temas hay que tener mucho cuidado, y más en España donde hemos vivido en primera persona los asesinatos de ETA. “Yo siempre he defendido el diálogo con ETA, y a veces se entendía bien y otras no, pero mejor eso a que haya más muertes. Si el diálogo servía para que dejaran las armas... La bomba más poderosa es el diálogo”, explica reiterando que ante todo se considera pacifista.

Gurriarán llegó a empatizar con la causa armenia, y fue capaz de mirar hacia adelante sin ira y sin rencor: “Nunca los he culpabilizado, así que no he tenido que perdonarles nada. No he querido meterme en esa vorágine de autodolor. Me sentí muy fuerte cuando les pude mirar a los ojos, porque la víctima era yo".

Nunca he culpabilizado a los terroristas, así que no he tenido que perdonarles nada. No he querido meterme en esa vorágine de autodolor

Así como él pudo perdonar, también cree en el perdón de los terroristas, pero nunca lo pondría como condición fundamental para el final de la violencia. “Lo más importante es que dejen de matar, porque las palabras se las lleva el viento. A mi no me pidieron perdón, pero lo hicieron de otra manera”, explica. Sin embargo Gurriarán tiene claro que su caso no puede extrapolarse al de ETA en España porque “no han entregado las armas”. “Antes de pedir perdón que las entreguen, si lo pidieran mejor, pero no hace falta”, zanja.

En sus ojos no hay ni rastro de maldad ni de odio, algo que también percibió Guédiguian cuando le conoció. “Es un santo, no hay otra palabra para describirlo. Su capacidad de amar no la tiene casi nadie”, opina el realizador. En 'Una historia de locos' lanza a la cara del espectador la incómoda pregunta sobre si el fin justifica los medios. “Nunca los justifica, pero también es verdad que hay momentos muy precisos de la historia en los que no queda más remedio. A veces sólo queda la lucha armada para hacerse oír”, cuenta a este periódico.

Este es su particular homenaje “a todos aquellos que luchan por el reconocimiento de este genocidio, la justicia y la verdad”. Y es que el caso armenio es especialmente doloroso, ya que muchísimos países occidentales no lo han condenado nunca, de hecho España evita pronunciar siempre la palabra. Las relaciones comerciales con Turquía pesan más que el dolor de las víctimas. Guédiguien recuerda que este año el Papa Francisco lo reconocía públicamente. Dos horas más tarde Turquía retiraba su embajador en el Vaticano.

El fin nunca justifica los medios, pero hay momentos muy precisos de la historia en los que sólo queda la lucha armada para hacerse oír

Ese reconocimiento por parte de Turquía “nunca llegará”, según José Antonio Gurriarán que espera que este centenario ayude a recordar a todo el mundo “este genocidio olvidado”. De momento cree que algo está cambiando, ya que en el mundo de la cultura turca se empieza a denunciar este hecho a pesar de que el gobierno considere a todos aquellos que lo hacen “traidores a la patria”.

Todos ellos deberían leer 'La bomba', el libro de Gurriarán. O mejor, hablar media hora con él. Escuchando sus palabras seguro que entendían la necesidad de reconocer los errores del pasado para que no se repitan el futuro y para que aquellos descendientes de víctimas del genocidio puedan comenzar a perdonar.

El 30 de diciembre de 1980 cambió para siempre la vida de José Antonio Gurriarán. Mientras paseaba por el centro de Madrid una bomba explotó en la Gran Vía. Como buen periodista acudió a la cabina más cercana para pedir un fotógrafo. La segunda bomba detonó justo a su lado destrozándole las piernas. El atentado fue provocado por el Ejército Secreto para la Liberación de Armenia. Pero Gurriarán no buscó venganza, ni siquiera justicia, sólo quería entender. Se empapó de la historia del país, de sus reivindicaciones y del horrible genocidio que sufrieron y para el que pedían reconocimiento oficial. Fue más allá, movió cielo y tierra hasta que conoció a aquellos que le han dejado unas secuelas físicas que todavía arrastra. Cuando les tuvo delante les miró a los ojos y les regaló una obra de Martin Luther King.

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