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La clase media pierde la chaveta (para bien)

La cinta británica ‘High Rise’, adaptación de una novela de James Ballard, mete un chute de adrenalina

Foto: Luke Evans en 'High Rise'
Luke Evans en 'High Rise'

Toda muestra de cine tiene su película pedrada. La del Festival de San Sebastián de este año es británica, la dirige Ben Wheatley (Turistas, A Field in England) y se llama High Rise.

Para este reportero tiene algo de placer morboso que así sea, ya que el filme adapta una legendaria y brutal novela de J.G. Ballard: Rascacielos (1975). Dos pedradas, por tanto, al precio de una. Magnífico.

Hay novelas de cuya lectura uno no se recupera nunca. No, no es que te cambien la vida, es que se quedan anidando en el fondo del cerebro con propósitos colonizadores inquietantes. No importa que uno las leyera hace veinte años, porque ahí siguen, agazapadas, esperando su oportunidad para hacerle dios sabe qué a tu neuronal en cuanto te descuides.

En el caso de Rascacielos la cosa es doblemente preocupante, dado su argumento (con perdón: argumento y Ballard suelen ser conceptos antagónicos): un edificio inteligente en los suburbios londinenses de los años setenta, con tantos servicios en su interior que no es necesario salir al exterior, ni siquiera cuando estalla un demencial enfrentamiento entre las clases sociales que ocupan distintas zonas del rascacielos... y que acabará como el rosario de la aurora. He aquí uno de esos libros crescendo (igual que High Rise es una película crescendo) que se leen con perplejidad del tipo: “Esto no puede ir más allá”. (página 45). “Es imposible llevarlo más lejos?” (página 104). “Jodeeeeeeeer” (página 112). Y así todo el rato, leyendo con el cuerpo y la cabeza en tensión, saltando de ida de perol en ida de perol hasta la ida de perol final.

Rascacielos fue el cierre de la trilogía mayor de Ballard, completada por Crash y La isla de cemento. La combinación más depurada de sus obsesiones sobre la relación entre capitalismo, tecnología, hiperconsumismo y clases medias, un cóctel trampa del que, según la imaginación febril de Ballard, sólo se podía salir mediante sacudidas vitales extremas, cambios de rumbo punks y estallidos primitivos y liberadores de violencia. Catarsis contra alienación.

El niño se ha vuelto tarumba

Todo partía de una de las paradojas más inesperadas de la historia de la literatura del siglo XX: como narró en su biografía El imperio del sol, Ballard vivió su infancia en Shangai. Cuando estalló la II Guerra Mundial, fue confinado en un campo japonés de prisioneros. Sí, suena a malas noticias, pero para Ballard no lo fueron en absoluto:

“Estaba demasiado ligado a Lunghua para querer huir del campo, pues allí había encontrado una libertad que no había conocido en Shangai. Lejos de querer fugarme del campo yo no había hecho otra cosa que ocultarme profundamente en sus entrañas”. ¡Glups!

Según Ballard, el malestar interno no se resuelve en el diván, sino en el campo de batalla urbano

De ahí surge la pedrada psicológica que alimenta sus novelas. Salvo que Ballard la adaptó a su época de escritor, la del turbocapitalismo, ese momento en el que el fordismo dio paso al consumismo y las clases medias tuvieron acceso a “todos los sueños que el dinero podía comprar”, generando un malestar interno que, según las ficciones de Ballard, no se resuelve en el diván, sino en el campo de batalla urbano.

No es extraño que la modélica adaptación hecha por Wheatley se cierre con una cita de Margaret Thatcher anunciando los nuevos tiempos políticos por venir. La misma Thatcher que dijo aquello de que “no existe tal cosa como la sociedad”, cita que los personajes de Ballard se toman al pie de la letra… para pervertirla.

En rueda de prensa, Wheatley respondió “sí, hasta cierto punto” al ser preguntado si su película tenía algo de anticapitalista. Y añadió: “Todas mis películas son una reacción al presente, por eso me atrajo la novela de Ballard. Aunque la escribió en los setenta, predijo su época y más allá. La división entre los que tienen dinero y los que no lo tienen es cada más profunda, así que este parecía ser el momento adecuado para llevar Rascacielos a la gran pantalla”. Pero no nos equivoquemos: High Rise no es tanto una película política como una pedrada, que es parecido pero no es lo mismo. Para más información: vayan a su biblioteca más cercana y busquen novelas por la BAL. Y buena suerte...

Toda muestra de cine tiene su película pedrada. La del Festival de San Sebastián de este año es británica, la dirige Ben Wheatley (Turistas, A Field in England) y se llama High Rise.

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