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Atrapado en la música dance
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estreno de 'eden'

Atrapado en la música dance

La directora francesa Mia Hansen-Løve  (Un amour de jeunesse) recrea en esta película, presentada en la pasada edición del Festival de San Sebastián, la escena house francesa de los 90

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La nueva película de Mia Hansen-Løve se levanta sobre una preciosa paradoja: habla del paso del tiempo a partir de un personaje que no evoluciona, que ha decidido vivir eternamente el momento en el que fue más feliz. El único momento que, no de forma gratuita, se repite en la película (a medio metraje y acompañando a los créditos finales). De fondo, perfectamente documentada e inseparable de la vida de los personajes de esta historia, la escena house francesa de los 90 y las dos décadas musicales que la suceden (el filme abarca de 1993 a 2013).

La cineasta francesa parte en Eden de la historia de Paul (Félix de Givry), un DJ parisino especializado en garage house, para reincidir en algunos de los temas capitales de su filmografía: el paso de los años, las distintas etapas vitales y el imprevisible efecto del tiempo sobre nuestras vidas. Pero esta vez lo hace de una manera distinta. Si los personajes de sus anteriores Tout est pardonné (2007) o Un amour de jeunesse (2011) se movían al ritmo del tiempo, el protagonista de Eden ni siquiera se da cuenta de que éste pasa.

En los veinte años que cubre la película, cambia el contexto, cambian las personas que le rodean (es interesantísimo cómo está explicado el personaje a partir de los personajes femeninos que le rodean) y cambia la música, lo único que da un sentido real a su vida, pero él permanece estático, aferrado a los sonidos y las emociones que descubrió en la adolescencia.

A partir de esa idea, de la inmovilidad de un personaje cuya pasión es a la vez un regalo y su condena, la autora habla con extrema sensibilidad, sin perderse en su ambición y esquivando tópicos, de grandes temas. Inspirada en la vida de su hermano Sven Hansen-Løve, coguionista del filme, Eden va de alargar la juventud (pero no busquen aquí una reflexión tontorrona sobre el Síndrome de Peter Pan), de no querer/saber evolucionar, de creer ciegamente en algo, de las pasiones que estimulan y a la vez paralizan… También habla, sin caer en discursos moralistas, de hedonismo y adicción; y activa una reflexión sobre el éxito, sobre su significado y sus implicaciones, más interesante de lo habitual en el cine contemporáneo.

Y la música, presente todo el rato. Podría ser sólo un telón de fondo a la historia de Paul, un escenario que nos situara estéticamente en el tiempo. Pero va mucho más allá. Mia Hansen-Løve consigue algo tan difícil como partir de lo íntimo, la vida privada y ensimismada del protagonista, para disponer una crónica impecable sobre una escena musical muy concreta. O, visto del revés, retratar con precisión un contexto (qué maravilla cómo están rodadas las escenas de club, a años luz de las típicas escenas catetas de discoteca) para deslizarse con delicadeza en la vida de sus protagonistas y darle así sentido.

En una película monumental, la directora de Le père de mes enfants (2009) señala musicalmente el paso del tiempo, los movimientos y la evolución (o no evolución) de los personajes. Son buenos ejemplos, sin contar más de la cuenta, los títulos de los dos bloques que separan la película (Paradise Garage y Lost In Music), la forma en la que están utilizadas las elipsis temporales y, sobre todo, la selección y disposición de las canciones de la banda sonora. Como era de esperar, Daft Punk, que además eran del grupo de amigos de Sven Hansen-Løve, aparecen en el filme (no ellos, dos actores que les dan vida). La directora convierte sus apariciones en una especie de running gag y se apoya en el contraste entre su suerte y la del protagonista para armar la citada reflexión sobre el éxito. Pero lo mejor no son tanto esas apariciones como la sabia elección de sus canciones para ilustrar algunos de los momentos más importantes de la vida de ese protagonista perdido en la música.

La nueva película de Mia Hansen-Løve se levanta sobre una preciosa paradoja: habla del paso del tiempo a partir de un personaje que no evoluciona, que ha decidido vivir eternamente el momento en el que fue más feliz. El único momento que, no de forma gratuita, se repite en la película (a medio metraje y acompañando a los créditos finales). De fondo, perfectamente documentada e inseparable de la vida de los personajes de esta historia, la escena house francesa de los 90 y las dos décadas musicales que la suceden (el filme abarca de 1993 a 2013).

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