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Resnais y la reivindicable levedad del ser
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estreno de 'amar, beber y cantar'

Resnais y la reivindicable levedad del ser

Llega la película póstuma del mítico director de clásicos del cine francés como 'Hiroshima, mon amour' (1959) o 'El año pasado en Marienbad' (1960)

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Desde películas como Hiroshima, mon amour (1959) o El año pasado en Marienbad (1960) hasta esta, su ópera póstuma, Amar, beber y cantar, la filmografía de Alain Resnais dibuja una insólita trayectoria de la gravedad de los años de juventud a la ligereza de su obra de vejez. Al inicio de su carrera, el que ha sido el director francés más importante de la segunda mitad del siglo XX junto a Jean-Luc Godard, convirtió el cine en el gran arte de la memoria.

Sus primeros títulos abordaron temas hasta entonces tabú en la gran pantalla como la crueldad del imperialismo europeo en África (Les statues meurent aussi, 1953), los campos de concentración nazis (Nuit et brouillard, de 1955, fue la primera película en mostrar ese horror, mucho antes que el Holocausto deviniera un asunto de “prestigio” tanto en la ficción como en el documental), la bomba atómica lanzada sobre Japón (Hiroshima, mon amour), las torturas practicadas por los franceses durante la Guerra de Argelia (tema que flota en todos los fotogramas de Muriel, 1963) o las actividades en la clandestinidad de los exiliados republicanos durante la dictadura de Franco (La guerra ha terminado, 1966, con guion de Jorge Semprún).

Tras dedicar la primera parte de su filmografía a temas que apelaban a las fracturas de la Historia más reciente, Alain Resnais fue desplazándose hacia una práctica artística que incorporaba o acentuaba inquietudes en apariencia menos densas. Fue el primer director que, desde el cine de autor, reivindicó e incorporó a su estilo disciplinas hasta entonces muchas veces consideradas menores o más ligeras como el cómic, el serial, la ciencia-ficción y el llamado teatro de bulevar, una forma de dramaturgia entre lo popular y lo clásico que triunfó en los escenarios parisienses de principios del siglo XX. Todo ello sin perder su gusto por la experimentación narrativa y el extrañamiento como estrategia de relación con el espectador tan propios de un artista de la modernidad como él.

Todas estas características toman especial relevancia en su carrera sobre todo a partir de los años noventa. En 1993 adapta por primera vez al dramaturgo británico Alan Ayckbourn, al que también recurre en Amar, beber y cantar, en Smoking/No Smoking, un juego narrativo donde se despliegan un número exponencial de variables sobre una misma historia a partir de una cuestión tan azarosa como encenderse o no un cigarrillo. En 1997 lleva a cabo esa obra maestra llamada On connaît la chanson, homenaje al mismo tiempo a la canción popular, a la obra de Dennis Potter y a la comedia humana sobre las apariencias.

Aunque sin la vocación musical de esta última, Amar, beber y cantar vuelve a orquestar una comedia dramática donde los personajes tienden a actuar a partir de las conclusiones habitualmente erróneas que sacan de su prójimo. La película se centra en tres grupos de parejas cuya vida se ve alterada por un misterioso personaje, George Riley (el título original de la obra de Ayckbourn es Life of Riley), quien, a modo de un Godot vodevilesco, consigue enredar las relaciones de los protagonistas sin aparecer ni un solo momento en la representación.

Como en la anterior, Vous n'avez encore rien vu (2012), Resnais no solo no disimula sino que subraya la naturaleza dramatúrgica de su película

Como en la anterior, Vous n'avez encore rien vu (2012), Resnais no solo no disimula sino que subraya la naturaleza dramatúrgica de su película. Excepto por los planos de transición entre una secuencia y otra, esos travellings tan resnaisianos que nos transportan como flotando por el paisaje de Yorkshire, Amar, beber y cantar se desarrolla en su integridad en interiores que recuerdan un escenario teatral. Los fondos son telones pintados en diversos colores por los que entran y salen los intérpretes, la mayoría habituales de la troupe del director como André Dussollier o su compañera Sabine Azéma.

El atrezzo es escaso y artificioso como cualquier decorado. La iluminación tiene una clara intención expresionista. Y el juego metateatral se cierra a través del propio argumento. Estas tres parejas deciden llevar a cabo una obra, también siempre fuera de plano, en la que participe Riley, el hombre al que nunca vemos y a quien acaban de diagnosticarle un cáncer. Los que produce la inevitable mezcla de sentimientos entre los personajes y los roles que encarnan en la ficción dentro de la ficción. Para Resnais, el teatro es el perfecto espejo de la vida en tanto ambos son juegos de equívocos.

Resnais complementa la composición con pequeños detalles extraídos directamente del mundo del cómic. Como en todo el último tramo de su filmografía, un maestro de la viñeta, en este caso Blutch, se encarga de ilustrar el cartel de la película. Pero aquí también dibuja los planos recurrentes que introducen a cada uno de los diferentes escenarios de la acción. No solo eso, en todos los primeros planos de los protagonistas, los momentos en que los personajes evocan una mayor intimidad a la hora de hablar de sus sentimientos, Resnais recorta sus figuras sobre una trama neutra de tinta negra propia de un tebeo.

No hay ninguna vocación crítica, de mirar por encima del hombro a los personajes, en Amar, beber y cantar. Por mucho que la película ponga en evidencia el punto ridículo de unas mujeres que se afanan en convertirse en el último gran amor de un hombre moribundo y de sus respectivas parejas masculinas que contemplan desde cierta impotencia los adulterios en marcha de sus esposas, Resnais observa a sus personajes más desde la empatía humanista de quien reivindica no tomarse con demasiada gravedad los asuntos del amor que no desde la actitud cínica del demiurgo moralizador. Como reza la canción final que da título a la película, en el fondo se trata de ponerle un punto de locura a la vida.

Aunque no se trate del mejor film del último Resnais (resulta difícil superar una obra magna tan fascinante como Las malas hierbas, de 2009, su gran película sobre la levedad), Amar, beber y cantar supone desde el título una magnífica declaración de intenciones para cerrar una trayectoria vital y artística por parte de un cineasta nonagenario. El último plano visualiza de forma explícita la idea de la muerte. Para encadenar seguidamente con esa canción alegre y ligera sobre amar, beber y cantar que popularizó Charles Thill en los años treinta a partir de un vals de Johann Strauss. Resnais falleció pocas semanas después de la premiere del film en el Festival de Berlín 2014. El estreno en España de Amar, beber y cantar supone una magnífica oportunidad para retar un homenaje póstumo desde la extravagancia y el buen humor a este maestro del cine contemporáneo.

Desde películas como Hiroshima, mon amour (1959) o El año pasado en Marienbad (1960) hasta esta, su ópera póstuma, Amar, beber y cantar, la filmografía de Alain Resnais dibuja una insólita trayectoria de la gravedad de los años de juventud a la ligereza de su obra de vejez. Al inicio de su carrera, el que ha sido el director francés más importante de la segunda mitad del siglo XX junto a Jean-Luc Godard, convirtió el cine en el gran arte de la memoria.

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