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La rebelión de los perros
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estreno de 'white god'

La rebelión de los perros

El director húngaro Kornel Mundruczó vuelve a la carga con un filme sobre violencia urbana

Foto: El filme llega hoy a los cines
El filme llega hoy a los cines

El arranque de White Dog podría ser el de un filme posapocalíptico. Una niña corre en bicicleta por las calles desérticas de un Budapest en el que no aparece otro rastro humano. Cruza uno de los puentes sobre el Danubio mientras escapa de una jauría de perros enfurecidos que la acechan... El filme no tarda en saltar hacia el punto de partida de la historia que ha desencadenado esta situación. Lili (Zsófia Psotta), una adolescente que estudia trompeta con una orquesta de jóvenes músicos, es hija de padres separados. Su madre se dispone a viajar fuera del país y la deja con el padre, Daniel. Éste no acepta con gusto que la niña vaya siempre acompañada de su perro Hagen.

En la Hungría que retrata KornelMundruczó, los animales mil leches están mal vistos por la sociedad, y su tenencia, penada con multas. Una vecina les denuncia a las autoridades mientras que el director de orquesta se queja porque Lili va con el animal a los ensayos. Así que Daniel decide abandonar a Hagen en un descampado ante la desesperación de la chica, que hará lo posible para reencontrarlo.

A partir de aquí, el director sigue en paralelo los respectivos periplos de ambos protagonistas. Por un lado, Lili vive con natural rebeldía adolescente los acontecimientos. El mundo de los adultos funciona como un entorno autoritario, hostil y agresivo: su padre no para de gritar, su profesor de música la riñe constantemente, la madre se ha marchado... Lili se consuela tocando la trompeta con lo orquesta junto a la que ensaya la Rapsodia húngara de Franz Liszt, que se convertirá en el leit motiv de la película, mientras inicia la búsqueda de Hagen por las calles. Además, mantiene una relación complicada con un chico que parece más interesada por otra muchacha de la clase.

Mientras Lili sufre los reveses propios de la adolescencia, Hagen se embarca sin quererlo en una odisea de maltratos. Mundruczó lleva a cabo en este caso una apuesta arriesgada. Narrar buena parte del filme desde el punto de vista del animal. Algo común en ciertas películas familiares, con la diferencia que aquí nos hallamos en un terreno menos infantil. El perro vaga por la ciudad y encuentra a otros de sus semejantes: chuchos que han sido abandonados por sus dueños. Los canes están acostumbrados a huir y esconderse de los trabajadores de la perrera siempre al acecho. Sin embargo, Hagen no consigue escapar de toda una serie de hombres que se aprovechan de él, lo maltratan y lo venden al mejor postor, como si fuera la versión animal de los personajes de una novela de Charles Dickens o de un filme del Neorrealismo italiano. Hasta que acaba en manos de un apostador que lo entrena para que se dedique a las luchas de perros. El chucho encantador acaba convertido, en manos de un humano, en una máquina de matar...

Sobre el papel, White God tiene cierto atractivo. Mundruczó lleva a cabo una denuncia de la sociedad excluyente trasladando la típica historia de amistad entre un menor y un animal al terreno del fantástico alegórico. La lectura metafórica del filme se alimenta de la realidad más inmediata. La llegada al poder de Viktor Orban en 2010 ha supuesto un giro hacia posturas xenófobas en el gobierno del país de manera que en los últimos años en Hungría han aumentado de forma preocupante las actitudes de discriminación y violencia hacia las minorías. El título en inglés del filme, además, remite inevitablemente a Perro blanco (White Dog, 1982), la película con que el maestro Sam Fuller atacaba el racismo inherente en parte de la sociedad norteamericana a través de la historia de un perro blanco adiestrado para atacar a personas de piel oscura.

El director no consigue explotar al máximo el imaginario cercano al terror que plantea, el de una ciudad tomada por una panda de canes

Sin embargo, Mundruczó limita su propia propuesta a partir de algunas de sus elecciones de puesta en escena. Adoptar la perspectiva los animales le obliga a restringir las propias posibilidades de la película. Una vez hemos disfrutado de un par de simpáticos planos/contraplanos entre miradas de perros (nada que no hubiera ofrecido cualquier filme infantil con animales) y hemos constatado la dificultad y el mérito de planificar la interelación entre las bestias y los humanos, nos damos cuenta que White God no consigue explotar al máximo el propio imaginario cercano al terror que plantea, el de una ciudad tomada por una panda de canes que se rebelan contra la situación a la que les han condenado los hombres.

Por otro lado, todo aquello que tiene que ver con el mundo de los adultos en White God peca de un simplismo incluso superior al que se reprocha precisamente a las películas familiares. En el aspecto dramático, la película de Kornel Mundruczó es tan tosca y grandilocuente como su obra anterior, Semilla de maldad (Tender Son – The Frankenstein Project). En el terreno del fantástico, se queda a medio camino: incluso la utilización de la música en relación con los animales resulta previsible. La referencia durante el metraje a un fragmento de The Cat Concerto, un episodio de Tom & Jerry donde se utiliza la misma obra de Liszt, nos recuerda que hay obras muy superiores en su combinación de animales, violencia y piezas de música clásica.

El arranque de White Dog podría ser el de un filme posapocalíptico. Una niña corre en bicicleta por las calles desérticas de un Budapest en el que no aparece otro rastro humano. Cruza uno de los puentes sobre el Danubio mientras escapa de una jauría de perros enfurecidos que la acechan... El filme no tarda en saltar hacia el punto de partida de la historia que ha desencadenado esta situación. Lili (Zsófia Psotta), una adolescente que estudia trompeta con una orquesta de jóvenes músicos, es hija de padres separados. Su madre se dispone a viajar fuera del país y la deja con el padre, Daniel. Éste no acepta con gusto que la niña vaya siempre acompañada de su perro Hagen.

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