Es noticia
Postales desde el lago azul
  1. Cultura
  2. Cine
estreno de 'aguas tranquilas'

Postales desde el lago azul

La directora japonesa Naomi Kawase estrena su historia de amor adolescente Aguas tranquilas.

Foto: Secuencia del nuevo filme de la cineasta asiática
Secuencia del nuevo filme de la cineasta asiática

El agua juega un papel catártico en el cine de Naomi Kawase. En su última película, la segunda que se estrena en nuestro país tras El bosque de luto (2007), los dos jóvenes protagonistas mantienen cada uno una relación muy diferente con el mar que identifica sus respectivos estados de ánimo. Kioko se zambulle en sus aguas incluso con el uniforme escolar puesto. La muchacha disfruta del día a día y asume con serenidad la enfermedad mortal de su madre. A su amigo Kaito por el contrario no le gusta nadar. El chico descubre una noche el cadáver de un hombre ahogado en la playa. Y lo asocia con algún amante pasajero de su madre. Kaito vive con angustia por la ausencia de su padre, que les abandonó para trasladarse a Tokio.

Kioko y Kaito crecen en una isla paradisíaca de Japón, Amami Oshima. Los dos protagonistas deberán superar sus respectivos trances familiares para disfrutar plenamente de su amor. La película resigue este tránsito hacia la madurez vinculándolo a las fuerzas de la naturaleza. Es la primera vez que Naomi Kawase ambienta uno de esos largometrajes lejos de la prefectura de Nara, su tierra natal sin vistas al mar. Así que el océano cobra un protagonismo preeminente en el filme.

Como es habitual en su obra, la cineasta resalta la importancia de sintonizar la vida del ser humano con los ciclos de la naturaleza. En Aguas tranquilas, el paisaje natural pretende transmitir esa sensación de serenidad que provoca aquello eterno: no solo el mar, también la higuera centenaria que preside el patio de la familia de Kioko, las montañas a lo lejos, el anciano pescando que confunde a la protagonista con su bisabuela... Y al mismo tiempo convierte un fenómeno meteorológico, el tifón que asola la isla, en el desencadenante dramático que le permite a Kaito enfrentarse a sus demonios. La tormenta ejerce su función purificadora sobre los ánimos del muchacho...

El núcleo del filme lo constituye la secuencia de la muerte de la madre de Kioko. Kawase la representa como un episodio despojado de trauma y dramatismo donde la moribunda exhala su último suspiro acompañada de sus seres queridos, que cantan a su alrededor. Justo antes de fallecer, se siente reclamada por su propia madre mientras agradece los momentos de felicidad a su hija, en un cierre perfecto de ciclo vital. El tránsito tiene algo de ritual litúrgico, otra de las obsesiones de la directora. Las liturgias, tan importantes en la tradición sintoísta, conforman en el cine de Kawase el mecanismo con que los seres humanos se mantienen vinculados a lo trascendente.

La película desprende, a pesar de su apariencia naturalista, cierto aire artificioso y forzado

La reconciliación con uno mismo por parte de alguien que se siente traumatizado a causa de la ausencia de sus progenitores es otro tema recurrente en la filmografía de Naomi Kawase, que creció educada por unos tíos abuelos después de que su padre abandonara a su madre. La obra de esta directora ha supuesto una ampliación de horizontes en el panorama del cine japonés contemporáneo. Naomi Kawase debutó en el largometraje en 1997 con la espléndida Moe no Suzaku, Cámara de Oro en el Festival de Cannes, donde ya se perfilaban los temas más habituales en su obra. En una cinematografía como la japonesa donde predominan la películas de ambientación urbana y protagonismo masculino, Kawase se interesa por la pervivencia de las formas de vida rurales y la liturgias populares. Pero también ha ido plasmando a modo de cine-diario y en títulos de metraje corto momentos clave de su vida íntima como el parto de su primer hijo o el posible reencuentro con su padre biológico.

Espiritualidad exótica

El cine de Kawase, por tanto, se ha nutrido de las temáticas y los paisajes que le eran más próximos. Quizá por ello, Aguas tranquilas desprende, a pesar de su apariencia naturalista, cierto aire artificioso y forzado. La belleza de los paisajes es mucho más llamativa que en sus filmes anteriores. La isla de Amami Oshima responde a la idea de Edén al que todavía no han llegado ni los turistas ni los males de la globalización. Un paraíso donde el ser humano todavía puede vivir en perfecta harmonía con la naturaleza. Una localización de lo más fotogénica y atractiva para un público al que le fascina la espiritualidad de raigambre oriental con paisaje exótico de fondo. Kawase no se cansa de enfocar vistas hermosas, rituales folklóricos, cantos tradicionales, rutinas ligadas con la agricultura y la ganadería (un par de sacrificios de corderos incluidos) y un fondo del océano transitado por adolescentes que nada tiene que envidiar al de El lago azul.

Mientras que los personajes reflexionan en voz alta sobre por qué vivimos y por qué morimos. Kawase es una directora con talento que sabe transmitir como pocas las emociones internas de unos personajes que no quieren perder su vínculo con las formas de vida tradicionales. Pero en Aguas tranquilas la vocación de autenticidad acaba resultando demasiado artificiosa.

El agua juega un papel catártico en el cine de Naomi Kawase. En su última película, la segunda que se estrena en nuestro país tras El bosque de luto (2007), los dos jóvenes protagonistas mantienen cada uno una relación muy diferente con el mar que identifica sus respectivos estados de ánimo. Kioko se zambulle en sus aguas incluso con el uniforme escolar puesto. La muchacha disfruta del día a día y asume con serenidad la enfermedad mortal de su madre. A su amigo Kaito por el contrario no le gusta nadar. El chico descubre una noche el cadáver de un hombre ahogado en la playa. Y lo asocia con algún amante pasajero de su madre. Kaito vive con angustia por la ausencia de su padre, que les abandonó para trasladarse a Tokio.

Críticas de cine
El redactor recomienda