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Woody Allen, romanticismo sin química
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estreno de 'magia a la luz de la luna'

Woody Allen, romanticismo sin química

'Magia a la luz de la luna' es un nuevo intento del director neoyorquino por recuperar su vena más romántica. Sin éxito

Foto: Fotograma del nuevo filme de Woody Allen
Fotograma del nuevo filme de Woody Allen

Francia despierta la vena soñadora de Woody Allen. Magia a la luz de la luna es la obra más romántica del director neoyorquino desde Medianoche en París (2011). Con la diferencia que en este caso el protagonista se enamora de una mujer y no de una ciudad.

Situada en los años veinte del siglo pasado, la película sigue las aventuras y desventuras de un prestigioso ilusionista británico, Stanley (Colin Firth), para desenmascarar a una mentalista, Sophie (Emma Stone) a punto de casarse con un millonario. Para ello viaja hasta la Costa Azul donde se alojan tanto los protagonistas de la historia como una tía por la que siente un gran aprecio. Dos problemas se interponen en la misión de Stanley a favor del pensamiento científico: Sophie resulta muy convincente, y todavía más atractiva.

Desde el arranque del filme, Allen deja claras las diferencias entre el prestidigitador de profesión, que se quita la careta una vez finalizado su número y no oculta la naturaleza teatral de su trabajo, y quienes convierten el engaño en una forma de vida aprovechándose de la credulidad de la gente.El ilusionista y el embaucador son dos figuras opuestas que aparecen regularmente en las últimas películas del director. Ya se enfrentaban en Scoop (2006), donde el mago al que daba vida el propio Allen perseguía al seductor asesino que interpretaba Hugh Jackman. Por otro lado, la necesidad de creer en lo sobrenatural para sobrellevar las miserias de este mundo era uno de los temas de la muy negra Conocerás al hombre de tus sueños (2010), por la que pululaban videntes y esotéricos varios.

El rifirrafe diálectico-romántico entre el hombre maduro, británico y racional y la joven norteamericana con supuestos poderes mentales inscribe Magia a la luz de la luna en la tradición de la screwball comedy. Como tantas protagonistas femeninas de estas comedias norteamericanas de los años treinta y principios de los cuarenta, Sophie consigue desmoronar el esqueleto de convicciones que daba sentido a la vida de su oponente masculino. Y no se achica ante un tipo que se comporta ante ella con una evidente arrogancia y superioridad moral.

Al contrario que la mayoría de personajes de este último tramo de la filmografía de Allen, Stanley resulta más misántropo por sus palabras que por sus actos. A pesar de ser un gruñón, un perfeccionista recalcitrante y atrincherarse en su racionalismo militante para combatir la moda de los charlatanes, este mago no da muestras de un carácter demasiado neurótico ni resulta un ser humanamente miserable. Stanley despierta una empatía que no provocaban, por ejemplo, los personajes de Conocerás al hombre de tus sueños.

Su crisis cuando se plantea si se ha equivocado al rechazar lo sobrenatural en su vida lo hace todavía más cercano. Y permite a Allen introducir un dilema muy unamuniano: ¿es preferible dejar que la gente viva feliz en su ilusión o deberíamos encararlos con una verdad que les hará desgraciados? El director se acaba decantando por un término medio poco convincente.

Woody Allen intenta convencernos en su nueva película que incluso el más acérrimo de los misántropos puede rendirse a la magia del amor; puede aparcar, en lo sentimental, la razón y seguir al corazón. Sin embargo, hay poca convicción en la apuesta por el romanticismo de la película. No solo se percibe una evidente falta de química entre Colin Firth y Emma Stone. Escenas cruciales como la del observatorio astronómico (¿autocita a la secuencia en el planetario de Manhattan?), que deberían transmitir al espectador ese momento inefable de magia en que dos personas se dan cuenta de que están enamoradas, está resuelto de manera prosaica y convencional. Y algo parecido sucede con la resolución del último tramo. A pesar de que los álter egos de Woody Allen en la pantalla mantengan una vitalidad a prueba de desgastes, a Magia a la luz de la luna le falta encanto como comedia romántica y filo como retrato implacable de la alta sociedad en la Europa de los años veinte.

Francia despierta la vena soñadora de Woody Allen. Magia a la luz de la luna es la obra más romántica del director neoyorquino desde Medianoche en París (2011). Con la diferencia que en este caso el protagonista se enamora de una mujer y no de una ciudad.

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