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Zach Braff quiere que llores mucho
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ESTRENO 'OJALÁ ESTUVIERA AQUÍ'

Zach Braff quiere que llores mucho

Aidan (Zach Braff), un actor sin trabajo, acude a una audición. En un plano general se nos muestra la sala de espera para el casting. Todos

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Aidan (Zach Braff), un actor sin trabajo, acude a una audición. En un plano general se nos muestra la sala de espera para el casting. Todos los asistentes son negros menos el protagonista y un colega. Entre las charlas, otro de los aspirantes al papel comenta que es su mejor oportunidad desde que le dieron el rol de Otelo en una obra universitaria. El representante de Aidan les confirma que se han equivocado de cita. Hoy solo buscan intérpretes de piel oscura. Otro intento infructuoso del protagonista para obtener un empleo...

La primera media hora de Ojalá estuviera aquí contiene algunos buenos gags, todos ellos relacionados con el hecho de ser un hombre cerca de la cuarentena que no lleva una vida estable y convencional y con la circunstancia de ser judío. El segundo largometraje como director de Zach Braff, más conocido por su papel protagonista en la serie médica Scrubs, pretende calibrar los sinsabores de llegar a la edad adulta sin haber cumplido los sueños de la infancia. Al tiempo que es capaz de reflexionar sobre la fe y sus problemáticas sin perder el sentido de la comedia, rasgo típico (¿y exclusivo?) del humor judío.

El film arranca con una ensoñación de Aidan, mientras su voz en off reflexiona sobre cómo, de aspirar a ser superhéroes de pequeños, nos convertimos en las personas que necesitan ser salvadas. Casado y con un par de hijos, Aidan todavía sueña con ganarse la vida como actor a pesar de que no tiene demasiada suerte en su vida profesional. Ni tan siquiera alcanza a pagar la escuela religiosa a la que acuden sus hijos, que sufraga su padre (Mandy Patinkin).

La hija mayor, en plena adolescencia, vive su religiosidad de forma tan intensa que se viste tapando todas las partes de su cuerpo excepto la cabeza. El menor se conforma con jugar a los videojuegos. Los ingresos en el hogar los aporta sobre todo la esposa de Aidan (Kate Hudson), que por otra parte sufre el acoso sexual de un compañero de oficina. Además, Aidan mantiene una relación complicada con su hermano menor, un freak asocial que vive encerrado en su caravana donde se pasa el día enganchado a la pantalla del ordenador o diseñando trajes para convenciones tipo Comic-Con. Sí, muy original.

El tono de comedia entre melancólica y autoparódica del film desaparece cuando el padre de Aidan confiesa que le queda poco tiempo de vida. La crisis de madurez del protagonista se acentúa ante la próxima pérdida de su progenitor. Zach Braff ya se inspiró para su primer largometraje, Algo en común (2004), en la muerte de su madre para servir uno de esos típicos films independientes que resultan mucho más sentimentaloides de lo que su factura moderna pretende aparentar.

Aquí repite alguna de las estrategias de entonces: moverse en el terreno de la comedia dramática, otorgar al film un punto de humor cool a propósito de las neuras y debilidades de los personajes, y envolver toda la película con una banda sonora repleta de éxitos de la música indie. La financiación, en este caso, se llevó a cabo en buena parte a través de una campaña de micromecenazgo. La película, cómo no, se estrenó en el Festival de Sundance.

A partir de la enfermedad del padre, Ojalá estuviera aquí entra en el territorio del drama para no abandonarlo. Por el contrario, Braff convierte su película en una especie de catarsis personal ante esa encrucijada de la vida en que uno tiene que enfrentarse a los retos de futuro y al mismo tiempo reconciliarse con los fracasos del pasado. En este momento, el film aparca toda complejidad y matiz humorístico para convertirse en un dramón en toda regla que acumula no uno sino varios clímax lacrimógenos.

Zach Braff quiere hacernos llorar muy por encima de nuestras posibilidades. Y deja claro que sus apuntes cómicos sobre un modelo de vida a priori poco convencional eran un mero precalentamiento para acabar reafirmándose en un relato de “la familia es lo más importante” donde el hombre y la mujer se ajustan a los roles más tradicionales y conservadores. Como director de cine, Zach Braff podría haber sido algo así como el hermano pequeño y más indie de Alexander Payne. Pero se conforma con funcionar como la versión Sundance de cualquier realizador de dramas familiares de sobremesa televisiva.

El principal atractivo de Ojalá estuviera aquí es la recuperación de Mandy Patinkin para la gran pantalla. En los últimos años nos hemos acostumbrado a disfrutar del inolvidable Íñigo Montoya de La princesa prometida (Rob Reiner, 1987) casi exclusivamente en la televisión, en series procedimentales como Mentes criminales o en la conspiranoica Homeland. En Ojalá estuviera aquí, donde Patinkin encarna al padre moribundo del protagonista, se rinde homenaje interno a su papel de sex symbol talmúdico en Yentl (Barbra Streisand, 1983) a través de un comentario de la hija adolescente. Ojalá esta película sirva al menos para que ofrezcan más papeles en el cine a Mandy Patinkin.

Ojalá estuviera aquí

Director: Zach Braff

Género: Comedia. Drama

Guión: Adam J. Braff, Zach Braff

Intérpretes: Zach Braff, Josh Gad, Kate Hudson, Jim Parsons...

Aidan (Zach Braff), un actor sin trabajo, acude a una audición. En un plano general se nos muestra la sala de espera para el casting. Todos los asistentes son negros menos el protagonista y un colega. Entre las charlas, otro de los aspirantes al papel comenta que es su mejor oportunidad desde que le dieron el rol de Otelo en una obra universitaria. El representante de Aidan les confirma que se han equivocado de cita. Hoy solo buscan intérpretes de piel oscura. Otro intento infructuoso del protagonista para obtener un empleo...

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