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Una noche en el gran hotel Budapest
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CÓMO SER un PERSONAJE DE WES ANDERSON POR 70€

Una noche en el gran hotel Budapest

La cola da la vuelta a la manzana. Hombres con bastones, trajes de época y guantes de piel de cabra, mujeres en abrigos de piel y vestidos flapper

Foto: Recreación del 'Gran Hotel Budapest' en las calles de Londres (Foto: Laura Little/Secret Cinema)
Recreación del 'Gran Hotel Budapest' en las calles de Londres (Foto: Laura Little/Secret Cinema)

La cola da la vuelta a la manzana. Hombres con bastones, trajes de época y guantes de piel de cabra, mujeres en abrigos de pieles y vestidos flapper, todos ellos sosteniendo maletas antiguas y ramos de flores rosas. Todos han seguido al pie de la letra las instrucciones que les llegaron por email en los días anteriores: invitaciones maquetadas con tipografía antigua que especificaban el día, la hora, el código de vestimenta, y poco más. Solo un "se ruega puntualidad". La gente las ha seguido tanto que lo único que rompe la ilusión de la época son los grupos de amigos que se sacan fotos con sus iPhones.

Estoy en Londres para el evento que ha montado Secret Cinema alrededor del estreno de El gran hotel Budapest, último largometraje del director de culto Wes Anderson (que se estrena en España el 21 de Marzo). La empresa, que hace lo que denomina “cine inmersivo”, ha dado mucho que hablar en la capital inglesa durante los últimos años debido a sus producciones, que convierten el argumento de una película en un mundo interactivo, con actores profesionales y escenografías dignas de una superproducción. Desde 2009 han concedido este particular tratamiento a películas tan diversas como Prometheus, clásicos de Hitchcock o Cadena perpetua.

Aunque para El gran hotel Budapest es la primera vez que han revelado el nombre de la película de antemano, no parece que esto haya rebajado la respuesta del público: el mes entero está “sold out. (Y eso que las entradas valen 70 euros. Yo por 70 euros espero interminables copas de Veuve Cliquot servidas por el mismísimo Bill Murray).

placeholder Foto: Hanson Leatherby/Secret Cinema

El cine de Wes Anderson parece hecho a medida para un evento como éste. A pesar de sus detractores, que le tachan de cursi y nostálgico, el encanto de sus películas reside en su habilidad para construir mundos que, por fantásticos que sean, resultan creíbles y contundentes. Son una vía de escape para aquellos que, inmersos en el constante flujo de información de sus smartphones, están demasiado azotados por el mundo real. ¿Qué podría ser mejor para sus fans que pasar una noche entera en uno de esos mundos?

A nivel superficial, el mundo construido por los organizadores es impecable. Al cabo de unos minutos, una azafata vestida de botones tacha nuestros nombres de una lista y nos guía por una cloaca estrecha entre dos edificios que respiran antigüedad hasta dejarnos en la puerta de una antigua fábrica de vidrio, maquillada a la perfección para parecer el hotel del título.

En el interior, nada ha sido dejado al azar. Camareros y chicas de la limpieza flirtean debajo de candelabros de cristal. En una esquina, un músico toca un tango en un bandoneón. Por no hablar de las habitaciones amuebladas de la planta superior, una de las cuales incluye un ataúd (para dejar las flores rosas encima). Los actores que interpretan a los trabajadores del hotel han sido escogidos personalmente para que respondan al glamour rancio que se requiere. El pelo engominado y los bigotes solo acentúan sus dientes torcidos, narices rotas y complexiones pálidas. Mayor parecido con el mundo de la película, imposible.

Sin embargo, la única cosa más evidente que la atención a los detalles es la incomodidad que se respira entre el público. Debido a la energía empleada en la preparación (hay por lo menos un Steve Zissou, y tantas Margot Tenenbaum que empiezo a preguntarme si no es solo que se ha convertido en un referente de estilo para las chicas de cierta edad), a los asistentes les es difícil meterse en el papel. Mientras 'subimos' en una habitación amueblada como un funicular, los intentos de interacturar con nosotros por parte de un actor con acento entre canadiense e irlandés se quedan en nada. Una mujer se mira los pies y se sonroja.

Me doy cuenta que a esta gente les cuesta soltarse precisamente porque ya están disfrazados en su vida real. La vida en el capital es un baile de máscaras continuo

Incluso después de unas copas, el público sigue rígido. Mientras espero en una de las barras a que me sirvan un cóctel de 10 euros (no incluido en la entrada) me dirijo a un chaval de 20 años que viste un traje clavado al de M en las películas de James Bond. "Soy el agregado cultural de Noruega" me dice, antes de preguntarme si yo también estoy “in character” (interpretando un personaje). Lo que sigue es uno de esos silencios incómodos que ni los mejores directores pueden guionizar.

Será en otra barra donde escuche la frase más ilustrativa de la noche. Es a la vez una declaración sin importancia, y algo que resume la actitud de los londinenses, y lo que les hace tan difícil dejarse llevar. "Ahora gano unas 415 libras a la hora" le dice un abogado a otro. "Ya hay poca gente que me pueda pagar". Me doy cuenta que a esta gente les cuesta soltarse precisamente porque ya están disfrazados en su vida real. De amos del universo, de creativos o de diseñadores gráficos. La vida en el capital es un baile de máscaras continuo.

A las dos horas, un mensaje por megafonía anuncia que la película está a punto de empezar. Desfilamos hacia la 'sala de baile' donde esperan 300 sillas en filas frente a la pantalla. Hay palomitas y golosinas, y entre el público se respira por primera vez el ambiente de expectación colectiva ausente el resto de la noche. Y nadie queda desilusionado. La película es una maravilla, una clase maestra de montaje, ritmo y diálogo que supera a sus referentes.

Viendo las caras sonrientes al salir de la sala piensoque hay algunas experiencias que no se pueden mejorar. Y una película de Wes Anderson es una de ellas.

La cola da la vuelta a la manzana. Hombres con bastones, trajes de época y guantes de piel de cabra, mujeres en abrigos de pieles y vestidos flapper, todos ellos sosteniendo maletas antiguas y ramos de flores rosas. Todos han seguido al pie de la letra las instrucciones que les llegaron por email en los días anteriores: invitaciones maquetadas con tipografía antigua que especificaban el día, la hora, el código de vestimenta, y poco más. Solo un "se ruega puntualidad". La gente las ha seguido tanto que lo único que rompe la ilusión de la época son los grupos de amigos que se sacan fotos con sus iPhones.

Bill Murray Londres
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