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En Venezuela ya no queda pelo malo
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estreno de la ganadora de la concha de oro

En Venezuela ya no queda pelo malo

Fue la gran sorpresa del festival de San Sebastián al llevarse el premio gordo con el presupuesto más pequeño. Realismo social en Caracas

Foto: Fotograma del filme venezolano
Fotograma del filme venezolano

En Pelo malo, el tercer largometraje de Mariana Rondón ganador de la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián, los personajes esperan encontrar la aprobación en la mirada de otro. El protagonista, Junior (Samuel Lange), es un niño de nueve años que vive con su madre viuda y su hermano pequeño en una enorme colmena de pisos de Caracas. Lo único que heredó de su padre es la tez morena y unos cabellos tozudamente rizados. La gran aspiración de Junior es tener el aspecto de un cantante con el pelo liso y así gustarle a su madre. También que el atractivo muchacho que regenta el quiosco del barrio le haga caso. La película retrata el proceso de represión de su identidad.

Marta (Samantha Castillo), la madre de Junior, no ve con buenos ojos a su hijo diferente. Marta es una mujer luchadora que destina casi todas sus energías a encontrar un trabajo para mantener a su familia. A pesar de tener experiencia como vigilante de seguridad, a la protagonista no le ofrecen otra labor que la de limpiadora. El ascensor social no existe para una mujer de clase trabajadora. O dispone de un peaje muy alto.

Mariana Rondón encuadra a sus dos protagonistas en una ciudad hostil, claustrofóbica y atosigadora. La Caracas de Pelo malo es una metrópolis desbordada, sobresaturada de tráfico, con el transporte público abarrotado y los ciudadanos agolpados en inmensos bloques de cemento. Moviéndose entre incontables muros, edificios, rejas, barreras y masas humanas, los personajes no disponen de ninguna salida. En la primera escena del filme, Junior y su vecina practican un curioso entretenimiento: uno nombra algún elemento significativo del edificio de enfrente y el otro intenta localizarlo entre los centenares de balcones que se alinean ante sus ojos. En esta Caracas comparten plano las consignas revolucionaras pintadas en las paredes con canciones sobre el ñaca ñaca.

Los personajes de Pelo Malo pretenden fijar una imagen diferente de sí mismos. Una imagen que les devuelva la mirada de aprobación que están buscando. Junior desea aparecer con el pelo liso en la fotografía para la inscripción en el colegio. Su amiga se disfraza como una de esas tantas misses que aparecen continuamente en la televisión. La madre de la niña ofrece sesiones de ejercicios para mujeres con complejo de gordas. Marta, tan preocupada porque Junior no es un chico como los otros, contraviene sin ser consciente de ello otro rol de género impuesto. Ella será capaz de cualquier cosa para vestir con un uniforme de guardia de seguridad, un atuendo tradicionalmente masculino.

Junior ve como su madre nunca lo mira. Marta dedica todo su cariño materno al bebé. Al joven protagonista solo parece entenderlo su abuela paterna, que pretende "comprárselo" a su madre para no envejecer sola. Abuela y nieto comparten una de las mejores escenas: para estimular su vocación de cantante, la anciana le enseña a Junior a cantar y bailar Mi limón, mi limonero, un tema de rockandroll sesentero popularizado por el venezolano Henry Stephen. Aquí la película estrecha su vínculo con Fish Tank, filme de la británica Andrea Arnold situado en un contexto parecido y protagonizado también por una adolescente que buscaba en el baile el espacio donde desarrollar su identidad.

placeholder Una familia a la mesa

A través de esta historia de amor imposible entre un hijo y su madre, Mariana Rondón traza cómo los mecanismos de represión de la identidad se transmiten desde los ámbitos públicos a los privados. Cómo las consignas y los modelos estéticos difundidos por los medios de comunicación van instalándose en el trabajo, el barrio, la escuela, los amigos, la familia... En la película se apuntan muchas de las microrepresiones que viven de forma cotidiana sus protagonistas por cuestiones de color de la piel, sexo, opción sexual, aspecto físico, clase social... y la manera en que la violencia se ha instalado en sus vidas. Marta acaba convertida en un engranaje más en la operativa para que todo el mundo encaje en el sistema.

Los comentarios sobre la situación política en Venezuela llegan de forma tangencial: por las noticias que emite la televisión nos situamos en los meses de agonía de Hugo Chávez. En los noticiarios hablan de misas ecuménicas, de un hombre que asesinó a su madre en un presunto ritual de sacrificio en favor de la salud del presidente, también de jóvenes que se rapan el pelo en solidaridad con la cabeza calva de éste. Esta noticia liga inevitablemente con ese último plano de la película certificando que el proceso de uniformización identitaria de Junior ha sido completado. En Venezuela ya no queda pelo malo.

En Pelo malo, el tercer largometraje de Mariana Rondón ganador de la Concha de Oro en el pasado Festival de San Sebastián, los personajes esperan encontrar la aprobación en la mirada de otro. El protagonista, Junior (Samuel Lange), es un niño de nueve años que vive con su madre viuda y su hermano pequeño en una enorme colmena de pisos de Caracas. Lo único que heredó de su padre es la tez morena y unos cabellos tozudamente rizados. La gran aspiración de Junior es tener el aspecto de un cantante con el pelo liso y así gustarle a su madre. También que el atractivo muchacho que regenta el quiosco del barrio le haga caso. La película retrata el proceso de represión de su identidad.

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