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¿Es RoboCop un policía de izquierdas o de derechas?
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Hollywood resucita al agente cíborg

¿Es RoboCop un policía de izquierdas o de derechas?

‘RoboCop’ (1987) anticipó la quiebra de Detroit. El filme, tachado de fascista, se revela ahora como una ácida distopía social. Su remake llega hoy a los cines

Foto: Fotograma del remake de 'RoboCop'
Fotograma del remake de 'RoboCop'

Todo ello coincidiendo con la llegada (hoy) a los cines del remake de RoboCop dirigido por el brasileño José Padilha (Tropa de élite). Si la recuperación comercial del filme era previsible dado el actual gusto de Hollywood por resucitar viejas franquicias de éxito, más miga tiene que Detroit venere ahora la figura del cíborg que vaticinó su gigantesca crisis actual (quiebra financiera, colapso municipal y abandono de barrios enteros).

El orgullo industrial de EEUU, la ciudad del motor, la cuna del fordismo, se empezó a venir abajo a primeros de los ochenta ante su incapaz de competir con la competencia automovilística extranjera. Las autoridades no fueron entonces capaces de anticipar la magnitud de un agujero que no dejaría de crecer hasta que Detroit se declaró en quiebra en 2013. Sin embargo, el hundimiento del Detroit del siglo XXI sí fue anticipado en los ochenta por una serie de distopías futuristas culturales que interpretaron los primeros síntomas de decadencia económica de la ciudad como un escenario futurista de crisis estructural.

La banda sonora de la decadencia industrial se creó en los ochenta: en la misma época en la que se estrenó RoboCop, la comunidad musical negra de Detroit (Juan Atkins, Derrick May, Kevin Saunderson, Underground Resistance) se sacó de la manga un nuevo género musical: el techno, que pondría ritmo minimal al cierre en cadena de las fábricas de coches.

El futuro de la ciudad

Pero RobocCop fue más allá en su retrato de un Detroit posapocalíptico hacia el año 2040. El filme se atrevió a plantear un escenario en el que las instituciones públicas cedían parte del gobierno de la ciudad a las multinacionales. En 1987 todavía sonaba a chiste distópico que una ciudad pudiera privatizarse, pero el Detroit quebrado de 2014 está inmerso ahora mismo en dicho debate.

La idea de la película era que una empresa arrasará el decadente casco urbano de Detroit (traducción: limpiar la chusma) y construyera sobre sus escombros un nuevo Detroit listo para afrontar nuevos negocios. El encargado de ejecutar esta mega operación de gentrificación sería un policía, mitad hombre mitad robot, llamado RoboCop. La paradoja de RoboCop es que, aunque parece una película de anticipación y crítica social, ha sido interpretado durante mucho tiempo como un filme fascista. Una contradicción que, por otro lado, es habitual en las valoraciones de las películashollywoodienses del director holandés Paul Verhoeven, uno de cuyos puntos fuertes es la ambivalencia política.

En efecto, todavía hoy hay quien ve Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1987) como una descerebrada celebración fascista de la guerra por la guerra, pese a tratarse de una de las mayores sátiras antimilitaristas hechas nunca por Hollywood.

El equívoco cultural permanente provocado por Verhoeven tiene que ver tanto con su ambigüedad como con su uso hiperbólico de la violencia (excesivo para algunos; satírico para otros).

El problema de la violencia es central en RoboCop, y no solo porque la película escandalizara en su día por la crudeza de alguna de sus escenas. Si la gestión de la seguridad ciudadana es un tema político conflictivo que levanta ampollas a ambos lados del espectro ideológico, RoboCop le echaba aún más leña al fuego al plantear un futuro donde máquinas policías ejercerían dicha función sin límites de ningún tipo (ríete tú de Harry el Sucio).

Por ahí vinieron parte de los tortazos progresistas al filme, que pasaron por alto el hecho de que Verhoeven criticaba (a su manera) el modelo de tolerancia cero privatizada que la trama del filme parecía defender.

Padilha es nuestro hombre

Edward Neumeier, guionista de RoboCop y Starship Troopers, ha contado alguna vez que aunque Verhoeven y él son de izquierdas, la mayoría de sus amigos progresistas siguen creyendo que Robocop es una película fascista.

En este contexto de confusión cultural y contradicción política, resulta difícil encontrar a un director más adecuado para dirigir el remake de RoboCop que el brasileño José Padilha. Y lo es porque las críticas que afrontó el primer Robocop son parecidas a las que provocó Tropa de élite (José Padilha, 2007).

Esta cinta sobre la gestión de la seguridad ciudadana en las favelas brasileñas generó una de las mayores broncas interpretativas de los últimos años. Por resumirles: hay quién la ve como una apología salvaje de la violencia policial y hay quien la ve como una denuncia salvaje de la violencia policial. ¿Cómo se explica esto? Pues así: el fuerte de Tropa de élite, que era un poco el fuerte de RoboCop y Starship Troopers, era precisamente su ambivalencia política (como modo de reflejar una realidad conflictiva).

Poco después de que Detroit se declarara en quiebra, la CNN entrevistó al guionista de RoboCop para lanzar paralelismos entre ficción y realidad. Edward Neumeir dijo entonces una frase que nos sirve para echar el cierre: “Robocop era y es una metáfora de la decadencia industrial de EEUU”. Interpretarla como una película sobre un policía que se toma la justicia por su mano es, por tanto, errar el tiro.

Todo ello coincidiendo con la llegada (hoy) a los cines del remake de RoboCop dirigido por el brasileño José Padilha (Tropa de élite). Si la recuperación comercial del filme era previsible dado el actual gusto de Hollywood por resucitar viejas franquicias de éxito, más miga tiene que Detroit venere ahora la figura del cíborg que vaticinó su gigantesca crisis actual (quiebra financiera, colapso municipal y abandono de barrios enteros).

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