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El martillo comunista de Thor
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Estreno de 'thor, el mundo oscuro'

El martillo comunista de Thor

La factoría Marvel vuelve a rescatar a un personaje de su fondo editorial para ponerlo al servicio de Hollywood

Foto: Fotograma del nuevo filme de Marvel
Fotograma del nuevo filme de Marvel

Slavoj Žižek lo tiene claro: los superhéroes son los nuevos marxistas, comunidades de freaks que viven retiradas en mundo nuevos, creados a su medida, donde desarrollan sus extrañas habilidades sin que nadie les juzgue. O en palabras del filósofo esloveno: “Viven juntos creando las condiciones para que sus peculiaridades florezcan. ¿Acaso estos extraños colectivos no recuerdan al sueño de Marx, según el cual, en las sociedades comunistas, la libertad de todos se basará en la libertad de cada individuo?”.Cuando Žižek escribió eso, se refería a Heroes, la serie de la NBC, pero su teoría bien podría aplicarse, no solo al renacer de la pasión contemporánea por los superhéroes, claro ejemplo de un mundo sin salidas necesitado de nuevas utopías, sino específicamente, a la serie de películas con las que Marvel, tirando de archivo, ha convertido su larga cartera de hombres con poderes en una franquicia multimillonaria. Aunque pueda parecer paradójico, la máquina de hacer dinero de Marvel puede ser leída como una puesta al día del ideario marxista. Así de rara es la posmodernidad, que pone los dólares al servicio de la propaganda comunista. Y sin saberlo.

La segunda parte de Thor, El mundo oscuro, retrata la lucha del héroe del martillo mágico volador (¿les suena aquello de la hoz y el martillo?) por liberar a nueve extraños mundos, entre ellos la Tierra, de la amenaza de un elfo perverso, que aprovechando un momento de alineación (que no alienación) que romperá todas las leyes de la física, abriendo un túnel entre todos ellos, permitirá expandir el mal de un solo golpe por los nueve mundos. Algo así como el marketing maestro de una multinacional para expandir globalmente un nuevo producto por diversos mercados.

Será Thor, junto a su hermano Loki, un traidor reconvertido al ideario libertario, junto a un equipo de humanos científicos con poco predicamento entre sus congéneres, quienes deberán luchar contra la amenaza neoliberal que aspira a uniformar a los nueve mundos bajo un mismo manto ideológico. O la eterna lucha entre el bien y el mal leída en clave de la liberación de los pueblos frente a la globalización uniformizadora.

Resulta fascinante comprobar cómo Marvel dinamita el ideario de la crítica europea tradicional con una serie de películas en las que el trabajo del realizador está supeditado por completo al trabajo colectivo, a una estética y unas formas, que van más allá de la autoría personal: Thor: El mundo oscuro está dirigida por Alan Taylor, autor formado en las series televisivas, como Juego de tronos o Boardwalk Empire, y acostumbrado por tanto a ese impulso grupal que difumina la firma entre una nube colectiva.

Así que poco importa el realizador, porque, como en el hollywood clásico, no es sino uno más de un autor colectivo, y casi anónimo, que se inscribe en unas guías de estilo constantes y que se repiten de una película a otra. Lo que aquí está en juego no es el trabajo autoral, sino ese autor difuso y borroso, colectivo, y colectivista, trabajando en grupo por una empresa común. Por eso, enfrentarse a las películas de la Marvelrequiere dejar de lado la búsqueda de rasgos autorales, y por tanto individuales, para entender las películas como un eslabón más en una cadena de producción (cuasi-soviética, en este caso) encaminadas a formar una obra mayor. Como en los cómics originales, los autores y dibujantes cambian, pero los personajes permanecen, y aunque muten y adopten tonalidades distintas en función de la firma, hay una base que se mantiene inmutable. Es otra vez esa libertad de cada uno que permitirá la libertad de todos.

Thor es ni más ni menos lo que promete: un espectáculo grandilocuente

Con inevitables referencias a El señor de los anillos, especialmente en una música que remite una y otra vez a la banda sonora de la trilogía de Peter Jackson, Thor: El mundo oscuro es ni más ni menos lo que promete: un espectáculo grandilocuente, en la siempre sobrevalorada e infrautilizada tecnología de tres dimensiones (destinada, como bien saben, a encarecer un producto final que no ofrece nada más ni nada mejor), convenientemente trufado de secuencias humorísticas, mucha acción, algo de romanticismo y los inevitables juegos con el propio universo Marvel para gusto de los fans.

La mezcla salida de esta cadena de producción es matemáticamente irrefutable, perfectamente impersonal, físicamente exacta. Unfuckable, que diría Albert Serra. Y sometida, como cualquier objeto de consumo, a la obsolescencia programada: tan solo la espectacularidad de alguna secuencia de acción, los puntos humorísticos, la trama entre los hermanos, que camina entre la buddy movie y la épica, y sobre todo la secuencia final, poniendo en duda las leyes de la física, contienen el poso suficiente para expandirse más allá de las dos horas de proyección.

En esa secuencia final, en la que Thor verá desaparecer su martillo entre los nueve mundos, parece inevitable acordarse de dos cosas: de Last Action Hero (1993), por un lado, película protagonizada por el antiguo gobernador de California, Arnold Schwarzenegger,que jugaba con bastante más convicción que Thor a la colisión entre el mundo de los superhéroes y el mundo real; y por otro, de uno de los mejores momentos de la serie The Big Bang Theory, en el que las novias de los protagonistas, físicos freaks aficionados a los comics, en un intento por acercarse a ellos y entenderles mejor, se proponen descubrir qué hay de interesante en esas páginas de dibujos y poco texto. El resultado: un hilarante debatesobre si el martillo de Thor es mágico per se, o solamente cuando cae en manos de su dueño. Y sí, a nadie le importa, pero ahí está la gracia.

Thor, el mundo oscuro
Director: Alan Taylor
Reparto: Chris Hemsworth, Natalie Portman, Anthony Hopkins
Género: Superhéroes
Nacionalidad: EEUU
Duración: 112 minutos


Slavoj Žižek lo tiene claro: los superhéroes son los nuevos marxistas, comunidades de freaks que viven retiradas en mundo nuevos, creados a su medida, donde desarrollan sus extrañas habilidades sin que nadie les juzgue. O en palabras del filósofo esloveno: “Viven juntos creando las condiciones para que sus peculiaridades florezcan. ¿Acaso estos extraños colectivos no recuerdan al sueño de Marx, según el cual, en las sociedades comunistas, la libertad de todos se basará en la libertad de cada individuo?”.Cuando Žižek escribió eso, se refería a Heroes, la serie de la NBC, pero su teoría bien podría aplicarse, no solo al renacer de la pasión contemporánea por los superhéroes, claro ejemplo de un mundo sin salidas necesitado de nuevas utopías, sino específicamente, a la serie de películas con las que Marvel, tirando de archivo, ha convertido su larga cartera de hombres con poderes en una franquicia multimillonaria. Aunque pueda parecer paradójico, la máquina de hacer dinero de Marvel puede ser leída como una puesta al día del ideario marxista. Así de rara es la posmodernidad, que pone los dólares al servicio de la propaganda comunista. Y sin saberlo.

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