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“No necesitamos entrar en habitaciones, sino salir a las calles”
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isaac rosa publica 'la habitación oscura'

“No necesitamos entrar en habitaciones, sino salir a las calles”

El escritor Isaac Rosa regresa con una novela dedicada a la necesidad de renunciar al individualismo y volver a la ayuda en comunidad

Foto: Isaac Rosa y 'La habitación oscura', vuelve la literatura de intervención social. (Efe)
Isaac Rosa y 'La habitación oscura', vuelve la literatura de intervención social. (Efe)

Isaac Rosa (Sevilla, 1974) ha vuelto a la oscuridad. Su nueva novela, La habitación oscura (Seix Barral), tiene evidentes conexiones con su anterior libro, La mano invisible. Espacios cerrados y liberadores que acaban siendo opresivos. Entonces escribió sobre el mundo laboral y ahora sobre la fraternidad. A lo mejor no lo recuerdan, consiste en el avance común, apoyándose en los otros, no en el empeño individualista. A partir de esa habitación sin luz, en la que se dan cita un grupo de conocidos, se establecen entre ellos vínculos casuales y sexuales. Un refugio al que caer para librarse de la opresión exterior, que termina por convertirse en otra cosa. En motivo de dolor.

El contexto de crisis total, ¿cree que es un momento que beneficia a sus novelas?

En realidad, pienso lo contrario, porque puede parecer que sobran los temas. Basta asomarse a la ventana o abrir el periódico para tener historias. Parecería que llegan solas, pero creo que al contrario, lo que tenemos es una acumulación y complejidad que impide descubrir lo que pasa. Aunque nos ofrecen cada día relatos simplificadores desde el periodismo o desde la política, desde la economía, desde la propia ficción, por lo general ocultan una parte importante, que es lo conflictivo y complejo como el tiempo en que vivimos. Yo mismo no estoy seguro de comprenderlo y lo intento con la novela.

El relato crítico está de moda, pero la mayoría pecan de autocomplacientes con sus lectores.

Hay una parte muy amplia de los lectores que ya han subido una serie de escalones, y no hace falta contarles que el agua moja y que el capitalismo es malo.

¿Entonces, cuál es el relato válido?

Creo que nuestro lugar, nosotros. Siempre que hablamos de nuestra situación miramos a los que están arriba, la clase dirigente, la clase política, los que nos han metido aquí. Pero no nos miramos a nosotros mismos. Con La habitación oscura no quería caer en el relato culpabilizador de “hemos vivido por encima de nuestras responsabilidades”, pero tampoco quería caer en echar la culpa hacia arriba. Hablar de ellos y nosotros. Tenemos un discurso muy crítico con el capitalismo, pero el capitalismo somos nosotros y no lo vemos. Hablamos de transformar la sociedad, pero no estamos transformando nuestras actitudes, expectativas, costumbres, a lo que estamos dispuestos a renunciar y a hacer. Debemos asumir nuestra parte de responsabilidad: aquí nos han metido, pero también nos hemos metido; no nos están dejando salir, pero tampoco hacemos nada por salir.

Esa es la propuesta angular de la novela.

Hoy tenemos al capitalismo en la boca todo el día. Hace unos años tú lo mencionabas en una mesa con amigos y te miraban como si hablaras del imperialismo, como una palabra vieja y tan asumida como el aire que respirábamos. Ahora es al contrario, es una sobreexposición del capitalismo, con un discurso muy encendido y muy retórico, pero no nos damos cuenta de que el capitalismo está dentro de nosotros.

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El escritor rompe con la tradicional visión crítica contra las instituciones que protegen y encumbran al capitalismo, para hacerlo una cuestión personal, una tara vital para la que todavía no existe cura ni terapia. Por eso es sangrante, porque a fin de cuentas es la eterna pelea de la experiencia contra esperanza. Porque ha bajado el debate a la casa de sus lectores. Es una novela contra su generación y contra sus fieles. “El precio obligaba a más: para no perder velocidad, para completar el itinerario señalado, hubo también que conquistar ascensos laborales y ganar oposiciones y aumentar ventas y repartir muchas tarjetas de visita, y salir de noche del trabajo y tomar copas y llevarnos carpetas a casa y aceptar la llave para ir un rato los sábados, y hacer méritos ante los superiores y competir con nuestros iguales y frenar el ascenso de los inferiores, y tomar analgésicos y tranquilizantes y somníferos y anfetaminas y cocaína, y levantarnos rápidamente en caso de caída y no llorar…”, escribe Isaac Rosa, con una prosa reiterativa como un pensamiento imborrable.

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¿A la habitación oscura van los cobardes o los valientes?

Me cuesta hablar en términos de valentía o cobardía. Creo que van los heridos que necesitan curarse o no sentir las heridas mientras están en la habitación.

¿Están heridos por todo lo que no es la habitación?

Desde luego, por su propia vida, por sus propias decisiones.

¿Cuándo empieza la herida? ¿Cuándo empezamos a tomar decisiones que van en contra de nuestra naturaleza?

Hay una primera herida, cuando dejamos de ser jóvenes. Es un momento en el que entiendes que has tomado decisiones irreversibles. La herida generacional es la de la decepción, esta no es la vida que nos habían prometido, en la que siempre viviríamos mejor, que tendríamos más libertad, más democracia, más bienestar… y todo eso se ha descompuesto. Todavía no hemos asumido que todo era mentira. No queremos romper nada para que todavía se pueda recomponer. De alguna manera, seguimos apegados a ese espejismo. El problema de hoy es que no nos hemos dado cuenta de lo que nos ha pasado, aunque en nuestro discurso parezca que sí sabemos qué ha sucedido. Ni siquiera en lo más íntimo sabemos lo que nos ha pasado. En realidad, todavía nos reímos y no somos infelices del todo. Posiblemente sea una ceguera.

Sería romper con las bases de nuestra educación.

Es que es lo que somos. No hemos conocido otra cosa. Nos hemos educado en esto, nos han domesticado así. Esa es la dificultad: no es romper con unas instituciones o con una clase que nos somete, es romper con nosotros mismos y con nuestra vida. Y pensarlo de otra manera…

¿Cómo se rompe: es una ruptura violenta, es una ruptura reflexiva?

Es una ruptura dolorosa y la mejor manera de que duela menos es romper con los demás, no uno solo. Así duele menos, pero también servirá para algo. Si rompes tú solo a oscuras, se convertirá en resentimiento inútil.

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Isaac Rosa avanza con La habitación oscura en su proyecto de intervención al pulir el vínculo entre las ideas y la trama, del ensayo con la ficción. Y en el resultado tiene mucho que ver las cotas poéticas a las que se ha entregado, sin crecer en lo relamido ni en lo artificial. La oscuridad le dio la oportunidad de volver a una voz mucho más lírica que en las dos novelas anteriores. La excusa era perfecta: una novela visual para un lector ciego. No es la única evolución técnica, el intento por dominar el tiempo en el relato, empleando herramientas propias del cine la convierte en una cámara oscura, un pensamiento múltiple instantáneo que avanza y retrocede mientras urde los hilos de 15 años a la sombra.

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¿Es el libro es una fábula sobre la confianza ciega?

Este grupo de personas construyen un sucedáneo de sociedad que protege poco, que ayuda poco, en la que no sabes si estás solo o con los demás. Una de las cosas que más nos cuesta entender hoy es la necesidad de lo colectivo: nosotros somos genuinamente individualistas, porque hemos crecido en eso. Nuestra adolescencia se desarrolló en los años en los que el individualismo era sinónimo de éxito de vida. Eso nos cuesta romperlo, a pesar de las nuevas fórmulas de comunidad que surgen. En realidad, seguimos siendo muy, muy individualistas. Va a costar mucho desandar ese camino.

Al menos es un conato de comunidad, ¿no es válido como intento?

Sí, pero como comunidad es imperfecta, te relacionas sin ver al otro. Lo crean como un refugio, pero ese tipo de refugios que no se construyen con los otros y en los otros acaban siendo muy débiles. Este tipo de refugios, que son los que más buscamos, son los que no necesitamos. Es el que menos nos sirve, el que nos va a salvar por un rato. A la hora de la verdad es la cabaña del cerdito que soplan y vuela. Un refugio estable es el construido por todos y mirándonos a la cara.

Sin embargo, ¿no le parece que queda en el aire si la habitación es algo favorable o no?

Siendo el autor, tengo una relación ambigua y compleja con la habitación oscura. No sé si ayuda, si sirve o no, es mi novela en la que las conclusiones son menos rotundas.

¿A partir de refugios como este es desde donde se busca la justicia, la solidaridad y la libertad?

No. No es ahí donde tenemos que buscar la justicia, la solidaridad o la libertad. Pero no quita para que una habitación oscura te pueda ayudar en algún momento. Ahí sí tengo algo más clara mi conclusión: la habitación oscura no puede sustituir todo eso, que hay que construirlo fuera y mirándonos a la cara y sabiendo quiénes somos y hablando con los demás. Por eso es una mala alternativa o el último recurso cuando no puedes construir. Hoy no necesitamos entrar en habitaciones, sino salir a las calles, para reapropiarnos del espacio público y reencontrarnos con los demás. La habitación oscura es un lugar de encuentros y de desencuentros, donde no decir ni tomar decisiones. Es muy cerrada en sí misma, es restrictiva, no admite a nuevos miembros. Es una comunidad cerrada en sí misma, que se mantiene en la clandestinidad. Ese no es el tipo de sociedad que necesitamos.

Es una novela generacional, pero ¿amable o crítica?

No he querido hacer un retrato complaciente de nuestra generación. Está escrito en clave biográfica porque es mi generación y es de lo que quiero escribir, de lo que me pasa a mí y a la gente de mi entorno. Porque nuestra generación está en el centro de la crisis, lo que está pasando nos está golpeando mucho más que a nuestros padres o a nuestros hermanos pequeños o hijos cuando vengan. Seremos los más damnificados por la crisis, porque nos ha cogido en un momento en el que creábamos nuestro proyecto vital y se nos ha venido todo abajo. Somos la primera generación nacida en el capitalismo de consumo. Tampoco tenemos una memoria de lucha o resistencia, no sabemos cómo defendernos. Somos una generación con miedo a perder lo poco que teníamos y a perder aquello que nos habían prometido. Pero si todavía esperamos que algún día regrese. No hemos renunciado a ello.

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La habitación oscura es un lugar contra la visibilidad. Un agujero en medio de la nada. Un no-lugar donde desaparecer para encontrarse, para refugiarse, para olvidarse. Un lugar para escapar. “Cada vez éramos más quiénes nos lanzábamos a él como a un lago donde bucear para alcanzar el fondo y entre el limo, a veces, encontrar un cuerpo hundido al que agarrarnos, y era otra forma de refugiarnos, de llegar aún más al fondo, de acurrucarnos bajo la tierra y desaparecer para después resurgir más fuertes”, cuenta el narrador, al que Isaac Rosa altera en número y género según necesite la narración. La novela se hace luminosa con el impúdico tratamiento de la intimidad de sus personajes, que muestran sus lesiones fruto de una vida incoherente y desorientada.

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¿En la evolución de sus novelas La habitación oscura puede ser la más madura en la combinación de las ideas y de la ficción?

Todavía estoy madurando y espero que mi nuevo libro sea mejor que el anterior, no creo que haya llegado a mi madurez. Pero sí creo que este libro contiene todo lo que he ido aprendiendo en los libros anteriores. Aquí también hay un poco de El vano ayer, en el cuidado por la escritura. Tiene de El país del miedo por la inserción de ideas en la narración. Y tiene que ver con La mano invisible por la oscuridad. Este libro es el que mejor funciona de todos, hay menos artificiosidad que en La mano invisible. Es una novela mucho más reposada y centrada. Es mi novela más madura o por lo menos el tipo de literatura que quiero hacer. Estoy alcanzando una forma de escritura mía.

Es un libro que llama la atención por una presencia y una ausencia notable. La presencia es el cuidado lírico.

En este libro hay una preocupación formal mayor que en La mano invisible, porque entonces no quería extraer la belleza del mundo laboral, debía ser más crudo, austero y menos complaciente con el lector, que no disfrutase leyendo, que leer la novela fuera como trabajar. Me obligaba a no escribir bonito. En esta novela la oscuridad me ofrecía la posibilidad de distorsionar la percepción. Me obligaba a otro tipo de escritura, llámalo poética.

La ausencia es la ironía.

Es que este libro surge de una serie de planteamientos y de ideas amargas. Mi propia mirada a mi tiempo es desoladora. No veo muchos motivos para reírme. La ironía tenía poco lugar en esta novela. Abusamos de ella para mal, yo el primero. Vivimos tiempos demasiado irónicos y todos asumimos ese registro cuando contamos algo. En esta novela no cabía la ironía.

Es un elemento desarticulador de la propia crítica, el recurso del discurso del derrotado.

Es una forma de decir sin decir nada, evitar pronunciarse y evitar hablar. La ironía te sitúa en un terreno cómodo en el que parece que dices, pero en realidad evitas pronunciarte.

¿Cuál fue la voluntad estilística al escribirla?

Quería situar al lector dentro de la habitación oscura, que fuera el que recuerda, el que experimenta el tiempo y el espacio de otra manera. Todas las decisiones que iba tomando en la escritura del libro apuntaba a ese discurso que a veces va muy rápido, otras se congela, retrocede, que se mueve en varios planos simultáneos. Esa actividad cerebral que corre y no para.

¿Por qué optó por un tratamiento y una composición tan expresiva?

Porque debía ser la transcripción de un pensamiento atropellado, la propia divagación. Una de las intenciones más importantes del libro era trabajar más con el tiempo y con el espacio. La oscuridad me lo permitía. A oscuras, en silencio, acabas perdiendo la noción del tiempo y el espacio se deforman. El tiempo mental es un tiempo incontrolable, donde se mezclan pensamientos y sensaciones. Pero además desde un punto de vista visual: el uso de la manivela para retroceder es absolutamente cinematográfico, porque de alguna manera nuestra propia memoria tiene cada vez más un componente audiovisual, en la que recordamos nuestra vida en fotografías.

A pesar de ello es un espacio oscuro en el que todo se ve.

Hay otra serie de ideas que me interesaba tocar en torno a la oscuridad. El tiempo que vivimos es un tiempo de hipervisibilidad y de repente entras en una habitación oscura en la que nadie te ve y tú no ves. La sensación de omnipresencia con la que todo podemos verlo es irreal. Vemos y somos vistos; siempre a la vista de los demás, voluntaria o involuntariamente. La habitación oscura es un paréntesis en el que entras y desapareces. Estar a oscuras no quiere decir dejar de construir imágenes.

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¿Es un refugio o una escapatoria? Es un lugar insuficiente porque desaparece a las primeras de cambio. Sin embargo los personajes tienen la ilusión de haber encontrado una escapatoria, un afuera. Algo que parece imposible de encontrar. Algo que no existe, ese afuera del capitalismo. Mientras permanecen en la habitación están al margen, pero no del sistema que los ha obligado a buscar un analgésico: “Toda una vida subterránea que nunca saldrá a la luz per que con su energía hace posible la vida sobre la superficie”. La habitación –que comienza siendo el sitio de la risa y acaba como el del llanto- se vuelve madriguera retorciendo un poco más la metáfora de sus componentes a los ojos del lector: cuanto más resisten, más se aíslan.

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Hay un verbo que está presente en toda la novela, aunque no aparezca: renunciar.

No sabemos renunciar. No entra dentro de nuestras capacidades y cuando renunciamos lo disfrazamos de alguna manera. No ha entrado en nuestro vocabulario, y debemos aprender a vivir con la renuncia.

¿La habitación es un sucedáneo de sociedad?

Sí, de hecho, en algunos momentos puede ser hasta lo que imposibilite la creación de otro tipo de sociedad. La incapacidad de construir con los demás. Fruto de esa incapacidad de hacerlo en el exterior, donde crear un lugar para lo colectivo y dejar fuera la individualidad. Para mí la conclusión de la novela es que si esa es la comunidad que construyen, no funciona. No les acaba sirviendo, porque ellos encuentran menos salida en el interior. Es un refugio insuficiente y débil.

Un espacio abierto, abarrotado de personas que construyeron una comunidad, pero en público, ¿recuerda las lonas de Sol?

Sí. Los que están en la habitación oscura también participaron en Sol. Se suman a protestas y van a desahucios. Pero es esa complejidad que, aunque creamos que creemos en lo colectivo, seguimos siendo muy individualistas. Participamos en protestas, pero mantenemos esa aspiración de protegernos y cuidarnos a solas, de no contar con los demás. Esa reconquista de lo colectivo es discontinua y con retroceso.

La habitación es casi como un pequeño país, un lugar autónomo, un territorio narrativo. Un Estado físico y un estado emocional.

Sí, aparentemente es un territorio limitado, pero muy poblado que permite llenarlo mucho más. Es un lugar mental.

¿Por qué se mantuvo en el camino de la oscuridad?

No tenía claro que debía de ser una habitación oscura para contar una serie de cosas. Esta novela surgió de forma mucho más intuitiva que las anteriores. En La mano invisible comencé con la intención de escribir una novela sobre el mundo del trabajo y a partir de ahí busqué cuál podía ser la metáfora. En este caso fue al revés, lo primero que me encontré fue la habitación oscura donde la gente tiene relaciones. A partir de ahí he intentado crear una historia en clave no sólo de relaciones personales, sino de crítica social.

¿Cómo definiría esa expresión, “novela de crítica social”?

Es un tipo de novela que está en la línea de mis anteriores novelas, en el terreno de las intervenciones. No escribo un novela por crear una novela entretenida, ni sólo por motivos artísticos, ni por ganar dinero o reconocimiento social. Escribo por una intención clara de intervención social. Todo lo anterior también está presente: con mis novelas gano dinero, tengo reconocimiento, intento entretener al lector y además tengo intereses artísticos. Pero lo que me mueve a escribir no es ninguna de esas razones, sino esa intención de intervención social.

¿Temeque tu papel político termine por ocultar tus hallazgos literarios?

Sería casi lo contrario que me pasó con El vano ayer: entonces hubo críticas muy elogiosas, que sin embargo en algunos casos pasaban por alto el fondo político del libro y se centraban en resaltar los aspectos formales. Ahora sí, puede que la lectura política eclipse un análisis más literario, pero me preocupa más que además se pueda caer en una lectura política superficial, que no entre a fondo en los elementos más conflictivos del libro.

Isaac Rosa (Sevilla, 1974) ha vuelto a la oscuridad. Su nueva novela, La habitación oscura (Seix Barral), tiene evidentes conexiones con su anterior libro, La mano invisible. Espacios cerrados y liberadores que acaban siendo opresivos. Entonces escribió sobre el mundo laboral y ahora sobre la fraternidad. A lo mejor no lo recuerdan, consiste en el avance común, apoyándose en los otros, no en el empeño individualista. A partir de esa habitación sin luz, en la que se dan cita un grupo de conocidos, se establecen entre ellos vínculos casuales y sexuales. Un refugio al que caer para librarse de la opresión exterior, que termina por convertirse en otra cosa. En motivo de dolor.

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