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Quinquis: de la vida en la calle a los museos
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Quinquis: de la vida en la calle a los museos

Eran jóvenes. Eran delincuentes. Y se convirtieron en un icono. Fueron los quinquis, que en los años 70 y 80 colonizaron los extrarradios de las grandes

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Quinquis: de la vida en la calle a los museos

Eran jóvenes. Eran delincuentes. Y se convirtieron en un icono. Fueron los quinquis, que en los años 70 y 80 colonizaron los extrarradios de las grandes ciudades españolas, atemorizaron a señoras y ancianos y enamoraron a ingenuas quinceañeras. El cine de la época se fijó en ellos y los catapultó al imaginario colectivo nacional. Pero sus vidas no fueron fáciles: una sucesión continua de carreras escapando de la policía, de ingresos en reformatorios o centros penitenciarios, de urgencias en busca de sus dosis de droga.

 

Ahora, estas agitadas vidas a ras de suelo urbano regresan en forma de exposición. La Casa Encendida ha inaugurado Quinquis de los 80. Cine, prensa y calle, una muestra que viene del CCCB de Barcelona y que pretende recuperar la esencia de la fascinación que provocó la vida de estos jóvenes en los españoles de los 80 y explicar cómo y por qué se convirtieron en un género gracias a su presencia mediática.

El Vaquilla es el encargado de dar la bienvenida a los visitantes: un video suyo contando cómo es su día a día mientras conduce por un descampado madrileño abre la exposición. Tras él, dos grandes bloques temáticos se encargan de desmenuzar el fenómeno quinqui. Por un lado, la conversión del Vaquilla y sus colegas en estrellas de la gran pantalla, aupados por los cómics y la música de la época. La Grecas, Los Chichos o Eskorbuto ponían banda sonora a las vidas de estos chavales y, por ende, a las películas que protagonizaban.

Las portadas de sus discos más representativos están presentes en la exposición junto a los carteles de las películas que retrataron sus vidas. Estos filmes, que pertenecen a un subgénero -el quinqui- sólo posible en la España de finales de la dictadura, son también parte esencial de la muestra y conforman el ciclo de cine que la acompaña. Navajeros, Deprisa deprisa, La patria del Rata o El Pico 2 son algunos de los títulos que quisieron llevar al cine un estilo de vida tan peculiar y que La Casa Encendida de Madrid proyectará este verano.

Como dice una de las comisarias de la muestra, Amanda Cuesta, “el género quinqui no existe, pero todo el mundo sabe a qué nos referimos: es un término acuñado por la cultura popular". Y es que a quién no le asaltan las imágenes de barrios desfavorecidos, coches viejos, descampados, navajas y jeringuillas cuando se menta al Vaquilla, al Jaro o cuando suena una canción de Las Grecas. Resulta que los españoles hemos creado a partir de la vida de estos chicos un auténtico mito que pivota, como explicaba Cuesta, entre la fascinación y la repulsa.

¿Pero de dónde salieron exactamente estos chavales? La exposición también quiere dar una respuesta a esto poniendo en contexto su situación. Adolescentes expulsados del sistema educativo que no encuentran trabajo y viven en barrios desfavorecidos, sin servicios ni oportunidades, como San Blas en Madrid, Otxarkoaga en Bilbao o La Mina en Barcelona. Jóvenes enganchados a la heroína que no tienen otra cosa que hacer que deambular por las calles durante todo el día y buscar financiación para sus vicios. Chavales que entraban y salían de la cárcel como de su propia casa.

Eran jóvenes. Eran delincuentes. Y se convirtieron en un icono. Fueron los quinquis, que en los años 70 y 80 colonizaron los extrarradios de las grandes ciudades españolas, atemorizaron a señoras y ancianos y enamoraron a ingenuas quinceañeras. El cine de la época se fijó en ellos y los catapultó al imaginario colectivo nacional. Pero sus vidas no fueron fáciles: una sucesión continua de carreras escapando de la policía, de ingresos en reformatorios o centros penitenciarios, de urgencias en busca de sus dosis de droga.