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'François Truffaut': Cuando tu madre te desprecia y tu padre no existe
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'François Truffaut': Cuando tu madre te desprecia y tu padre no existe

Un emocionante documental revisa la vida miserable del director de 'Los 400 golpes'

Foto: François Truffaut. (Filmin)
François Truffaut. (Filmin)

No diría uno que la figura de François Truffaut esté hoy en boca de todos. Hay como una Bolsa de la Mención, un parqué del decir, y ahí vamos viendo qué directores de cine son reivindicados y recordados, y sus películas alabadas, y su nombre puesto a circular de nuevo entre las generaciones jóvenes. Kubrick, por ejemplo, está muy arriba en este ranking del homenaje; Fellini, por otro lado, ha desaparecido. Sergio Leone sube enteros cada año; Billy Wilder se va hundiendo. Del que nadie se acuerda ya es de François Truffaut.

Por eso combina oportunidad e indiferencia el documental que David Teboul ha hecho de su figura, François Truffaut: Mi vida en un guion (Filmin), y se puede uno poner a verlo porque hace muchos años servía de algo en los bares saberse la Nouvelle Vague. Eran tiempos de Trueba, Fernando, y de leerse El cine según Hitchcock (la larga conversación entre los dos directores) y de ciclos en la filmoteca sobre todo lo anterior, y sobre el muermo francés en general. Con todo, pronto estrenará Richard Linklater Nouvelle Vague, y a lo mejor se pone de moda otra vez el muermo en general.

El documental sobre Truffaut me ha parecido excepcional, al punto de que creo que es una de sus mejores películas, junto a Los 400 golpes. No es el típico documental donde la gente habla a cámara sobre un muerto, y vemos trozos del muerto en entrevistas del pasado y trozos de las películas del muerto. Teboul va más adentro, y nos da un Truffaut vivo, dolorido, en primera persona.

Esto es así porque el off de la cinta son palabras del propio director francés. Parece que la muerte le pilló con la autobiografía a medias, y esa media biografía que le dio tiempo a escribir la va leyendo Louis Garrel sobre imágenes de Los 400 golpes y, sí, de entrevistas que daba el director, amén de otras películas que hizo. El efecto es exquisito. La vida de Truffaut fue prácticamente la de un personaje de Dickens, al que, no en vano, François leía mucho.

Pronto estrenará Richard Linklater 'Nouvelle Vague', y a lo mejor se pone de moda otra vez el muermo en general

“Es afortunado el francés que sabe quién es su padre”. Esta frase, de atribución imprecisa, persigue a Truffaut durante toda la vida, pues él no cuenta con un padre, sino con un padrastro, y su madre y su padrastro se preguntaban con frecuencia: “¿Qué hacemos con el niño?” El niño es un estorbo, sobre todo para ir de vacaciones. Lo tienen durmiendo en una cama plegable en el pasillo. Su madre le insulta, le manda, es su criado diminuto. Era tan moderna la madre que al niño lo tuvo que acabar cuidando la abuela. También le pegaba de vez en cuando.

Niño de la guerra (nació en 1931), François guarda peor recuerdo de su madre que de las bombas, así de duro es tener una madre que no te quiere. “Cantábamos más durante la guerra”, escuchamos. Porque, en guerra, no hay cines, guateques, espacio social para el esparcimiento, y la gente se ponía a cantar en medio de la calle, mientras llegaban los aviones a bombardearles.

Con este mal fario (guerra y madre), Truffaut acabó alistándose a lo tonto, y luego entró en una cárcel (por desertor) y después en el manicomio. Esto es muy tierno de ver porque, en los tramos de entrevista, el director parece muy tímido, inseguro y desamparado. Después de tanto sufrimiento, encima tengo que explicarles a los periodistas mi película.

Los 400 golpes fue lo que te pasa cuando maltratas a un niño con talento, que luego hace una película donde le cuenta a todo el mundo lo que creías un secreto doméstico, tu maldad invisible. No queda muy lejos esta voladura sentimental de la que encontramos en la reciente novela El aniversario (Anagrama), de Andrea Bajani. Una cosa que tiene el arte es que vale para vengarse.

La cima de dolor y desapego de la cinta son un par de cartas, las que se cruzan el padrastro y Truffaut cuando Los 400 golpes gana en Cannes. El padre, con finura corresponsal, le acusa de hacerse el “glorioso mártir infantil”, y de considerarlos a él y a su madre “padres ignorantes”; palurdos, en fin. El director responde con contundencia kafkiana ( Carta al padre), y explica por qué dejó de ver a sus progenitores. “Odio a mi madre”, escuchamos. “A ti te quiero y te desprecio”, también. Y finalmente: “No fui maltratado, simplemente no fui tratado, no fui amado”.

'Los 400 golpes' fue lo que pasa cuando maltratas a un niño con talento, que hace una película donde cuenta lo que creías un secreto doméstico

Es acongojante esta parte del documental. Dense cuenta además de que las cartas son en francés, que duelen más.

Luego Truffaut contrata a un detective para descubrir quién fue su padre verdadero, algo que siempre es una mala idea. ¡Puede ser cualquiera! Nada cambia cuando, sin padre, te dicen, ese, ese de ahí, llamado Fulano, es tu padre biológico. ¿Y?, me pregunto.

Por completar el viacrucis, Truffaut se divorcia y además se muere, temprano, con 52 años. Entre medias, hizo muchas películas, y, salvo la primera, no diría yo que nos entusiasman. Salió, eso sí, muy simpáticamente en Encuentros en la tercera fase (1977), de Steven Spielberg. Quien busca a su padre busca vida alienígena. Prácticamente, no hay ninguna diferencia.

No diría uno que la figura de François Truffaut esté hoy en boca de todos. Hay como una Bolsa de la Mención, un parqué del decir, y ahí vamos viendo qué directores de cine son reivindicados y recordados, y sus películas alabadas, y su nombre puesto a circular de nuevo entre las generaciones jóvenes. Kubrick, por ejemplo, está muy arriba en este ranking del homenaje; Fellini, por otro lado, ha desaparecido. Sergio Leone sube enteros cada año; Billy Wilder se va hundiendo. Del que nadie se acuerda ya es de François Truffaut.

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