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Todo está lleno de mierda y corrupción: el brutal regreso del 'Hamlet' de Ostermeier
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Todo está lleno de mierda y corrupción: el brutal regreso del 'Hamlet' de Ostermeier

"El 95% del teatro es una mierda, como en la vida. Solo hay un 5% que vale la pena", afirma el director alemán Thomas Ostermeier. Más o menos eso representa su versión shakesperiana del príncipe danés. Alucinante

Foto: El 'Hamlet' de Thomas Ostermeier que se ha podido ver en el Festival Temporada Alta de Girona (cedida por el festival)
El 'Hamlet' de Thomas Ostermeier que se ha podido ver en el Festival Temporada Alta de Girona (cedida por el festival)
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En 2008, la compañía Schaubühne de Berlín puso el mundo del teatro patas arriba. Su director, el alemán Thomas Ostermeier, estrenó un Hamlet que lo cambiaba todo. Introducía micros, cámaras en mano, una manguera que empapaba a todos mientras llenaba el escenario de tierra y ketchup. Y a la vez meneaba el texto de Shakespeare de tal manera que la crítica que el inglés hizo de la sociedad de su tiempo quedaba aquí explícita de una forma descarnada y cruel: estamos llenos de mierda y de corrupción moral hasta arriba y no nos salvamos ninguno (ni el propio Hamlet, niño bien malcriado). Además, dotaba a la tragedia de un humor distanciado e irónico que lo hacía todo aún más afilado. El público alucinó. Fue un exitazo.

Este sábado se volvió a representar en el Teatro Principal de Girona dando apertura al Festival Temporada Alta que dirige Narcís Puig y lo cierto es que no ha perdido ni una coma de modernidad. Es verdad que hay recursos -los micros, las cámaras, el poner todo perdido en el escenario- que ya hemos visto mucho más, pero el texto, la crudeza, lo visceral, lo descarnado -qué alemán- siguen brillando y metiéndose hasta el tuétano. Y, además, es que estamos en una era en la que todo aquello que denunció Shakespeare ya ni siquiera se esconde bajo la mesa. Gertrudis, la madre de Hamlet, y Claudio, el tío, sentían algo de bochorno por lo que habían hecho, por el dolor causado. También esos amigos traidores Gilde y Rosencrantz y Guildenstern sabían que no lo estaban haciendo bien. Sin embargo, ahora todo es mucho más desacomplejado: ¿acaso alguien pide perdón cuando ha hecho daño, cuando ha cometido un error? ¿No acaba todo el mundo matándose y destrozándose?

"El 95% del teatro es una mierda, como en la vida. Solo hay un 5% que vale la pena", dijo Ostermeier, de 57 años, este viernes en la rueda de prensa

“El 95% del teatro es una mierda, como en la vida. Solo hay un 5% que vale la pena", dijo Ostermeier, de 57 años, este viernes en la rueda de prensa de presentación de la obra. Y lo dice alguien que ha hecho algunos de los mejores montajes contemporáneos de estos últimos años. Esa es la visión desoladora que le imprime a este Hamlet, a la vida y a su teatro, en general, y quizá por eso es uno de los grandes. Se lo toma en serio. "Es que no hay nada que se acerque más a la realidad que el teatro pero mantengo una relación de amor y odio con él", manifestó insistiendo, por otra parte, en que no busca lanzar ningún tipo de mensaje. Al contrario, su teatro carece de toda moralina, como ocurre con Shakespeare del que también ha montado Sueño de una noche de verano, Ricardo III y Otelo. “Lo que él hace es mostrarnos el abismo de la vida”, por eso sus obras siguen tan vigentes “"dada la tragedia de la humanidad en la que vivimos". Lean hoy el periódico en cualquiera de sus secciones.

O corrompes o te corrompen

Ser o no ser, esa es la cuestión, espeta Lars Eidinger (Berlín, 1976) como Hamlet nada más comenzar la obra. El espectador no tiene que esperar más para encontrarse con las frases más famosas de este texto. Ostermeier lo hizo aposta: ¿no queréis el ser o no ser? Pues, hala, desde el minuto uno. A lo largo del montaje el monólogo se repite hasta tres veces. Para que quede bien claro que esta es la cosa principal: ¿me meto en esta batalla, opongo resistencia o dejo que me arrasen las bajezas, las injusticias y la amoralidad de tanta gente? Si al final me van a pisar, quiera o no quiera, lo fregado con tanto mimo. Esa es la batalla de la vida constantemente y que uno aprende (cuando quizá sea ya tarde). Todo está podrido en Dinamarca y en tantas partes. ¿Luchas, miras para otro lado o te corrompes tú también? Esa es la elección.

Ostermeier, además, aquí centra su tiro sobre algo que conoce bien: el teatro. Su Hamlet es un ajuste de cuentas con su profesión, con las creaciones, con el amor al teatro que hay quien también tira por el sumidero, quien no lo respeta. Como tantas otras profesiones.

placeholder El director alemán Thomas Ostermeier, que obtuvo en el 2011 el León de Oro de la Bienal de Venecia por el conjunto de su obra (EFE  Quique García)
El director alemán Thomas Ostermeier, que obtuvo en el 2011 el León de Oro de la Bienal de Venecia por el conjunto de su obra (EFE Quique García)

Eidinger también fue el Hamlet del montaje de 2008 y está espectacular. Lo lleva representando 17 años. Como dijo Ostermeier, dice que lo hará hasta que se muera. Hasta que sea un viejito príncipe de Dinamarca. Le imprime dolor, desazón, locura -cómo no vas a volverte loco cuando ves que todo se derrumba-, pero también sarcasmo, ironía, esa crueldad del niño bien que lo tiene todo y patalea con aires de superioridad cuando se lo quitan. También vemos eso habitualmente. Fantástico Eidinger (que, por cierto, es un excelente Dj también y hoy en día uno de los actores de teatro más solicitados en Alemania).

Pero hay que hacer mención al resto del reparto -se completa todo solo con seis actores- de la compañía Schaubühne puesto que forman una maquinaria perfecta (qué bien también ahí la dirección). Casi todos doblan personajes. Como Magdalena Lermer, que interpreta a Gertrudis y a la desdichada Ofelia; Urs Jucker, el malvado Claudio; Konrad Singer como el cuerdo Horacio, el desafortunado Laertes, y el amigo traidor Rosencrantz ; Robert Beyer como el consejero Polonio y Damir Avdic como el otro amigo desleal Guildenstern. Fantásticos.

La escenografía con la gran pantalla y un escenario movedizo que nos envuelve en la locura hamletiana es también otro rotundo acierto. Solo hay una mesa (como de bodas), pero vemos todo el castillo danés, el entierro del rey (la primera escena es absolutamente obra maestra: prácticamente con eso bastaría para darnos a todos por contentos), los encuentros entre Ofelia y Hamlet, las intrigas entre Claudio y Polonio… Y sí, en la puesta en escena también hay momentos de mucha fisicidad, pero no son gratuitos. La herida del cuerpo exhibe la herida del alma.

placeholder La increíble escena inicial del 'Hamlet' de Ostermeier (cedida por el festival)
La increíble escena inicial del 'Hamlet' de Ostermeier (cedida por el festival)

“Qué mal está todo aquí sobre mi corazón", afirma roto Hamlet en una frase que lo resume todo. El príncipe heredero muestra su violencia cuando le han hecho daño -al acabar con Rosencrantz y Guilderstern, con Polonio, al enfrentarse a Laertes, al rechazar a Ofelia- , pero todo esto es resultado de la podredumbre moral que le atenaza. Al final, sin embargo, en ese duelo en el que todo acabará en tragedia (porque cuando se hace daño no puede acabar de otra manera), un luz luminosa: Hamlet pide perdón; Laertes pide perdón. El perdón como salvación (sin ser esto un texto cristiano). Y, sin embargo, qué difícil también esto del perdón. Porque aquí acabarán todos matándose. Y el resto será silencio.

Los aplausos no se hicieron esperar. La pregunta, desde luego, es: ¿y después de haber visto algo así, qué?

En 2008, la compañía Schaubühne de Berlín puso el mundo del teatro patas arriba. Su director, el alemán Thomas Ostermeier, estrenó un Hamlet que lo cambiaba todo. Introducía micros, cámaras en mano, una manguera que empapaba a todos mientras llenaba el escenario de tierra y ketchup. Y a la vez meneaba el texto de Shakespeare de tal manera que la crítica que el inglés hizo de la sociedad de su tiempo quedaba aquí explícita de una forma descarnada y cruel: estamos llenos de mierda y de corrupción moral hasta arriba y no nos salvamos ninguno (ni el propio Hamlet, niño bien malcriado). Además, dotaba a la tragedia de un humor distanciado e irónico que lo hacía todo aún más afilado. El público alucinó. Fue un exitazo.

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