Todas las piedras que son y no son España: una Historia a través del patrimonio
El especialista en al-Ándalus Eduardo Manzano Moreno aborda con ‘España Monumental’ un relato histórico a través del patrimonio que elude en cambio la idea de la construcción nacional
Si hay algo que resulte español a los millones de turistas que visitan cada año, nuestro país es Sevilla, Andalucía. La Giralda, por ejemplo, esa torre de la catedral cuya propia construcción y alteraciones a lo largo de los siglos definen no sólo su historia, sino la de la propia ciudad y por extensión la del país: no es más que el antiguo alminar de la mezquita almohade desaparecida, en cuya base además se encuentran elementos de la época romana con inscripciones latinas, mientras que en el otro extremo, en los arcos superiores del minarete siguen los capiteles omeyas de mármol de la época califal procedentes nada menos que de Córdoba y del palacio de Medina Azahara. Se convirtió de hecho en el campanario de la catedral cristiana que sustituyó a la mezquita almohade, que ya incorporaba elementos omeyas y cuyo cuerpo de campanas, alzado sobre el antiguo minarete, lo terminó en 1565 Hernán Ruiz, que no era sino hijo del arquitecto Hernán Ruiz el Viejo, que ya había intervenido la Mezquita de Córdoba entre 1523-1547 dotándola por primera vez de elementos cristiano con la construcción del crucero y la capilla renacentista.
Las piedras de la Giralda son así un compendio singular de la historia de España según la nueva obra del historiador Eduardo Manzano Moreno: "La célebre veleta o giraldillo que hoy en día corona y da nombre al edificio es una alegoría del triunfo de la fe católica, también realizada en ese momento. Otra adición fue la de un reloj, hoy desaparecido, que se realizó en el siglo XVIII. Roma, los califatos andalusíes, omeya y almohade, la España de la Contrarreforma o incluso el siglo de la Ilustración han contribuido así a configurar La Giralda". Es también un compendio del contenido mismo de España monumental: Una historia a través del patrimonio (Crítica) que publica ahora Manzano: relato histórico, intervenciones arquitectónicas, transformación de edificios, influencia de la religión católica, preservación y turismo...
"La idea era la de una historia que no fuera solo narrada, sino que pudiera ser vista, casi tocada", tal y como explica a El Confidencial vía zoom el experto en al-Ándalus. El autor deLa corte del Califa(Crítica) sobre Al-Hakam II, basada en los anales palatinos y en el estudio de los vestigios del antiguo palacio de Medina Azahara, recuerda: "He trabajado mucho en Medina Azahara, y no es simplemente la excavación de un yacimiento arqueológico, sino que es una de las principales fuentes de información sobre el periodo de los califas omeyas en Córdoba. Lo ponemos casi al mismo nivel que las fuentes escritas, porque nos da una información que estas no proporcionan. De forma que siempre he estado muy acostumbrado a introducir los elementos del patrimonio histórico en la interpretación de la historia".
Es la idea que motiva este nuevo ensayo, ya que según Eduardo Manzano este patrimonio plantea muchas preguntas: ¿Por qué se decide levantar determinadas obras en momentos y lugares concretos? ¿Qué llevó por ejemplo al califa omeya Abd al-Rahmán III a fundar una nueva ciudad a ocho kilómetros de Córdoba, o a un obispo a erigir una catedral en pleno centro urbano? Interrogantes que permitirían entender los monumentos "como productos sociales, expresiones materiales de las sociedades que los crearon y en donde es importante preguntarse por qué algunos han perdurado hasta hoy, mientras que otros desaparecieron con el tiempo".
¿Qué llevó a Abd al-Rahmán III a fundar una nueva ciudad a ocho kilómetros de Córdoba?
Es precisamente el resultado de ese legado patrimonial histórico, inexorablemente unido en su concepción a la idea de nación, lo que plantea a su vez algunos interrogantes en la obra de Eduardo Manzano. En la introducción matiza el propio título de España Monumental al expresar: "Parecería, por lo tanto, que estoy reivindicando un «patrimonio histórico español» que sería reflejo de una historia esencial de la nación española y cuyos orígenes se encontrarían en las épocas más remotas. En realidad, mi intención es justamente demostrar lo contrario".
¿Una historia de España a través del patrimonio, pero no de la nación? Manzano distingue entre la historia que revelan los vestigios materiales frente a la de una historia nacional a partir de ellos. Según explica a El Confidencial: "sin duda los orígenes del concepto de recuperación de un patrimonio van unidos a la construcción de la nación. Es el planteamiento del XIX: "Estos vestigios son las viejas glorias de la nación y, por lo tanto, son nuestras, nos pertenecen". Y eso es el arma de doble filo que siempre ha tenido el patrimonio, que, por una parte, ha permitido que sea recuperado, que sea preservado y accesible, porque esa conciencia nacional sirve como una fuerte presión para que la ciudadanía pueda acceder a objetos o a lugares que antes eran propiedad de la monarquía o de la nobleza o del clero. Pero tiene también la otra parte, que es la trampa de la identidad. El patrimonio de repente se convierte en el mito identitario de la nación, y a veces también en la religión".
"Hay una trampa de la identidad. El patrimonio de repente se convierte en el mito identitario de la nación, y a veces también en la religión"
Eduardo prefiere de hecho hablar de patrimonio andaluz, o catalán, o extremeño, que de patrimonio español, en tanto y cuanto son efectivamente las comunidades autónomas las que gestionan ese legado patrimonial a modo de Estado federal: piedras que son y no son España ¿pero no es precisamente esa gestión de facto federal la que ha desligado la identidad nacional por una regional creada en la Transición con la Constitución del 78? Manzano reconoce que las propias webs de las CCAA así lo recogen en general, pero que no existe una contradicción intrínseca: "uno puede interesarse por el patrimonio andaluz y al mismo tiempo situarlo en un marco más amplio. De hecho, el patrimonio andaluz se comprende mejor si se contextualiza con el de otras regiones, como Castilla y León o Cataluña. Esto permite que cada comunidad gestione su propio patrimonio, pero sin impedir que se inserte en una visión general. Precisamente eso es lo que he intentado hacer en el libro: situar el patrimonio en un marco histórico más amplio, donde los distintos lugares se complementan entre sí. A veces esto crea muchos desgarros cuando no es para tanto al constituir fundamentalmente comunidades patrimoniales".
España monumental parte de los 46 lugares españoles declarados Patrimonio de la Humanidad, seleccionados según la lista de la UNESCO "para evitar cuestiones identitarias". La obra se estructura de forma cronológica, lo que da sentido al relato histórico. Así, se recorren enclaves como la Ciudad Histórica de Toledo, los Monumentos de Oviedo y del Reino de Asturias o la Catedral de Burgos, agrupados en capítulos temáticos como Los restos del imperio (época romana), al-Ándalus y el Reino de Asturias, La expansión monumental de la Edad Media o La huella del al-Ándalus, referente al controvertido periodo de la Reconquista. También aborda el Imperio español, el patrimonio burgués del siglo XIX y los vestigios prehistóricos de Atapuerca, Altamira y el resto del arte rupestre de la lista.
Imagen de Altamira.
Uno de los aspectos que emergen en el libro con el patrimonio como eje de esa Historia de España es el de la Iglesia: por un lado, respecto a la desamortización de sus bienes en el XIX, pero también en cuanto al anticlericalismo del XX "que le hicieron también el caldo gordo a la burguesía con la especulación y destrucción de algunos elementos patrimoniales". "La cuestión de la Iglesia es muy interesante", explica Manzano, "la desamortización de bienes eclesiásticos genera, por un lado, un daño enorme en el patrimonio". Así, durante las desamortizaciones del siglo XIX, muchos monasterios fueron abandonados y en pocos años, aquellos espacios religiosos se convirtieron en ruinas o en simples dependencias agrícolas. Los nuevos propietarios adaptaron los edificios a sus necesidades —establos, almacenes, talleres—, y con ello se perdió buena parte de su valor histórico y artístico. Sin embargo, al mismo tiempo comenzó a surgir una idea nueva: la necesidad de preservar los objetos y obras procedentes de los antiguos monasterios como parte del legado de la nación. "Ahí siempre se toma como referencia la Revolución Francesa —recuerda Manzano—, cuando se crea el Museo del Louvre para reunir los bienes de la corona y de la Iglesia en un espacio público". Ese ejemplo inspiró una incipiente conciencia patrimonial en España: había que conservar, catalogar y proteger –así surge el Museo Arqueológico Nacional–, pero la coexistencia de esa nueva sensibilidad con las leyes de propiedad privada generó una paradoja profunda. "Por un lado, se quería preservar; por otro, se producía el gran expolio que acompañó al siglo XIX y parte del XX en España".
Había que conservar, catalogar y proteger –así surge el Museo Arqueológico Nacional–
Manzano señala que este proceso fue lento, contradictorio y lleno de retrocesos, un avance irregular que continuó durante la Segunda República y que habría retrocedido durante el franquismo con actuaciones urbanísticas desafortunadas además de los expolios que se produjeron antes de existir una protección efectiva. Omite, en cambio, que debido a la actuación del régimen franquista se recuperó, por ejemplo, arte expoliado por las tropas de Napoleón durante la Guerra de Independencia, así como el regreso de la icónica Dama de Elche. "Es una historia de avances y retrocesos —resume—, en la que la idea de conservar el patrimonio nacional fue abriéndose paso muy poco a poco". Culmina en los años 80 con las leyes de protección del Patrimonio que el autor considera que han funcionado relativamente bien.
¿Está, pues protegido nuestro patrimonio? No precisamente, puesto que conjugada la amenaza del expolio, ahora existe, en cambio, la sobre explotación del patrimonio con los millones de turistas que los visitan, además de la moda de las reclamaciones por parte de comunidades concretas: "Tenemos, por una parte, la reivindicación identitaria del patrimonio, que creo que nos mete en muchísimos problemas, más de lo que la gente tiende a pensar, como fue el caso por ejemplo del cementerio judío del siglo XII descubierto en 2008 en las obras de un polideportivo de un instituto en Toledo. Generó una protesta masiva de líderes judíos ultraortodoxos de Nueva York por considerarlo una profanación, que acabó presionando al gobierno español para detener las obras. Luego está el problema del turismo masivo. Estamos en cifras que todos los años superan a las del anterior y que son ampliamente celebradas. Tiene que haber un límite porque esos lugares no están preparados para un impacto de tantos visitantes. Es un problema complejo porque las restricciones pueden resultar en medidas elitistas que son contrarias a la propia noción de patrimonio histórico, pero es evidente que se tienen que tomar algunas medidas. En los años 70 en Altamira había ya 570.000 visitantes al año, pero afortunadamente llegó Manuel Fernández Miranda, un asturiano de pro y le puso freno cuando era Director General de Bellas Artes. De otra manera es posible que ya no existieran las pinturas rupestres. Hay que buscar formas".
Si hay algo que resulte español a los millones de turistas que visitan cada año, nuestro país es Sevilla, Andalucía. La Giralda, por ejemplo, esa torre de la catedral cuya propia construcción y alteraciones a lo largo de los siglos definen no sólo su historia, sino la de la propia ciudad y por extensión la del país: no es más que el antiguo alminar de la mezquita almohade desaparecida, en cuya base además se encuentran elementos de la época romana con inscripciones latinas, mientras que en el otro extremo, en los arcos superiores del minarete siguen los capiteles omeyas de mármol de la época califal procedentes nada menos que de Córdoba y del palacio de Medina Azahara. Se convirtió de hecho en el campanario de la catedral cristiana que sustituyó a la mezquita almohade, que ya incorporaba elementos omeyas y cuyo cuerpo de campanas, alzado sobre el antiguo minarete, lo terminó en 1565 Hernán Ruiz, que no era sino hijo del arquitecto Hernán Ruiz el Viejo, que ya había intervenido la Mezquita de Córdoba entre 1523-1547 dotándola por primera vez de elementos cristiano con la construcción del crucero y la capilla renacentista.