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El hombre al que está leyendo media Europa
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entrevista con giuliano da empoli

El hombre al que está leyendo media Europa

El autor más popular entre las élites políticas europeas publica un nuevo libro, en el que describe una alianza contradictoria, pero efectiva, entre los depredadores políticos y los tecnológicos

Foto: El escritor Giuliano da Empoli, en Madrid. (EFE/Daniel González)
El escritor Giuliano da Empoli, en Madrid. (EFE/Daniel González)
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Giuliano da Empoli es conocido en España por su novela El mago del Kremlin (Ed. Seix Barral) pero es bastante más que un autor de éxito. Trabajó en el entorno político junto con Matteo Renzi, fundó un think tank, Volta, y ahora goza de un estatus privilegiado, el de escritor observador, que le permite intercambiar opiniones con figuras relevantes de la escena internacional. Politico le dedicó un artículo titulado “La clase política europea no puede dejar de leer a Giuliano da Empoli”. El ítalo-suizo está de moda entre las élites europeas.

Su nuevo libro, La hora de los depredadores, también editado por Seix Barral, se compone de una narración de momentos ocurridos entre bastidores, a través de los cuales abre al lector pequeñas ventanas al mundo del poder, y con los que dibuja un retrato impresionista del mundo en el que nos hemos adentrado. En el texto, da Empoli demuestra no solo que tiene pulso de buen escritor, sino que posee un ojo analítico muy fino.

P. En el libro utiliza una frase de Joseph de Maistre, referida a la Revolución francesa, que define muy bien la relación de las élites europeas con estos tiempos: “Durante mucho tiempo lo tomamos como un acontecimiento. Nos equivocamos: fue una época”. A pesar de todo, incluso con el regreso de Trump, parece que las élites tradicionales siguen pensando que esto es más un acontecimiento que un cambio de época.

R. Es muy difícil, cuando se ha crecido en una época en la que se seguían ciertas reglas, cambiar de paradigma. Vemos que las anomalías se multiplican. Sabemos que cuando las anomalías superan cierto umbral, es una señal de que hay que cambiar de paradigma interpretativo. Sin embargo, es más cómodo no hacerlo. Y creo que esto se percibe muy bien hoy en la forma en que las élites tradicionales (el Partido Demócrata en Estados Unidos, pero también las élites europeas) se enfrentan a la ofensiva de 360 grados de Trump. En lugar de enfrentarse con la realidad, prefieren parcelar el asunto en temas técnicos. Los europeos, por ejemplo, en lugar de enfrentarse al desafío ideológico de Trump, prefieren negociar sobre aranceles, luego sobre armas para Ucrania, y luego sobre otro tema. Como si Trump estuviera interesado en temas específicos y no en un proyecto de cambio de régimen en su conjunto.

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PREGUNTA. Por hablar de cómo hemos llegado hasta aquí. En el libro describe la inauguración de la fundación que Obama puso en marcha al salir de la Casa Blanca. En ella, se encontró con personas simpáticas y con buenas intenciones, pero que parecían poco preparadas para hacer frente al desafío que planteaba Trump. Esa división entre quienes querían hacer valer el poder y quienes hablaban de valores y buenas intenciones es un buen retrato de las últimas elecciones estadounidenses, pero también de la batalla entre los líderes europeos y las nuevas derechas. Leyendo ese capítulo, es fácil explicar por qué unos van ganando y otros van perdiendo.

RESPUESTA. La fuerza de aquellos a los que llamo depredadores consiste en que, en contextos en los que electorados y las opiniones públicas perciben que todo está bloqueado y que no hay nada que se puede hacer, que se vota a izquierda o a derecha y nada cambia, el depredador aboga por restablecer el poder. Es alguien que actúa, no un tecnócrata que simplemente aplica las reglas. Son hombres (generalmente son varones) que tratan de imponer su voluntad sobre la realidad y que prometen algo muy poderoso, una forma de milagro. Hay que tener en cuenta que el milagro, en teología, es un acto de Dios que sortea las reglas de funcionamiento del mundo y de los humanos para producir un efecto específico en la realidad.

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Esa es la promesa del depredador, un milagro político que salta por encima de las reglas y a veces de las leyes (ya que, en realidad, las leyes solo están ahí para proteger a las élites y al statu quo) para producir un efecto concreto sobre los problemas de la gente. Pueden actuar en el terreno de la inmigración ilegal, del poder adquisitivo, de la inflación, de la criminalidad y en la tasa de homicidios, pero se trata siempre de romper las reglas para producir un milagro en lo concreto. Esta es una promesa muy poderosa en contextos políticos que se perciben bloqueados. Las viejas élites que simplemente responden diciendo que ‘no tienes derecho a hacer eso’, ‘hay que proteger las reglas’, ‘no puedes hacer aquello’, pero que no son capaces de ofrecer soluciones a los problemas reales, están dando una respuesta formal a un ataque que es sobre la sustancia. Su respuesta, por lo tanto, es muy débil.

P. Hay una idea muy frecuente en el mundo liberal según la cual, para que la economía revele todo su potencial, tiene que haber menos regulación, menos leyes y reglamentos. Los depredadores que describe traducen esa idea al mundo político: para que la política funcione, para que el gobierno sea eficaz, tiene que funcionar con menos reglas, normas y trabas. Es una traslación lógica: lo que funciona en la economía también lo hará para la política. Se entra así en el terreno de un pensador como Carl Schmitt.

En este punto, los depredadores políticos, es decir, los extremistas políticos como Trump, Bukele, Milei o Bolsonaro, convergen con la segunda categoría de depredadores, que son los tecnológicos, los jefes de las plataformas y de los grandes imperios de la tecnología. En realidad, estos dos tipos de depredadores no tienen la misma visión del mundo. A menudo, los extremistas políticos, por ejemplo, son nacionalistas y eso provoca conflictos, como los que vimos entre las bases de Trump y la gente de la tecnología en asuntos como los visados para la mano de obra cualificada.

"Cuentan con la fuerza de los tecnólogos, que son una verdadera máquina de poder social, comunicativo y de organización social"

Sin embargo, están de acuerdo en lo esencial, que es barrer las reglas, las instituciones y los contrapesos de la democracia liberal. No quieren límites ni reglas frente a su poder, y por eso quieren barrer también a las élites de la democracia liberal, a los tecnócratas de izquierda y derecha, a los medios y los periodistas. Se crea así una convergencia poderosa entre dos tipos de depredadores, ya que no se trata únicamente de personajes un poco folclóricos y un poco extraños, como Trump y los demás, sino que cuentan el aporte de los tecnólogos, que son una verdadera máquina de poder social, de poder comunicativo y de poder de estructuración de la sociedad.

P. Es sorprendente, en este sentido, hasta qué punto las élites tradicionales no terminan de entender cómo las tecnológicas quieren acabar con ellas. No se trata únicamente de los políticos liberales globalistas, sino de los consultores, abogados, expertos, contables y tecnócratas que crecieron con ellas. El proceso de transformación social comienza por la sustitución de las élites.

R. Hay, al menos, dos malentendidos. El primero es que cuando aparecieron en escena estos jóvenes de la tecnología, con sudaderas y capucha, hace un cuarto de siglo, más o menos, se los consideró como gente que quería hacer negocios y montar empresas, cuando se trataba de algo mucho más amplio. Lo que proponen, en el fondo, es una reestructuración del conjunto de las relaciones sociales, del funcionamiento de nuestros sistemas sociales y de nuestras democracias. Así que es su proyecto no es simplemente ganar mucho dinero mediante nuevas empresas. Al principio, quizá fuera eso, pero hoy ha evolucionado.

"Quienes están amenazados por la IA son los profesiones liberales, que se convertirán en las profesiones menos libres"

En segundo lugar, hay un error de las élites que oímos muchas veces. Recuerdo que, cuando discutíamos sobre estos temas hace diez años, se decía que para escapar de las máquinas había que especializarse, estudiar, conseguir una formación avanzada, crear valor, etc. Lo que vemos hoy muy claramente es que, sobre todo, e incluso más que los perfiles profesionales poco cualificados, quienes están amenazados por el despliegue de la tecnología y de la inteligencia artificial son los abogados o los médicos, eso que llamábamos profesiones liberales y que se convertirán en las profesiones menos libres. No quedarán muchas y las que queden no serán libres en absoluto, porque tendrán que justificarse cuando no sigan las indicaciones de la máquina. Esto es muy chocante para las viejas élites.

P. Luego volveremos sobre ese tema, pero querría poner el acento en la alianza entre los magnates de la tecnología y las clases populares. Es curioso cómo, en EEUU, Trump ha construido una alianza política entre figuras como Peter Thiel, Palmer Luckey, Sam Altman, Alex Karp o Marc Andreessen, y personas de clase trabajadora y media baja que esperan empleos mejor pagados y un crecimiento del trabajo industrial. Una de las dos clases va a terminar decepcionada, y probablemente sea la popular. Quizá ahí esté la gran dificultad de los trumpistas en las siguientes elecciones.

R. Sí y no. Obviamente, estoy de acuerdo, pero hay algo más. Vimos una imagen bastante impactante cuando Elon Musk, hace pocas semanas, intervino con Tommy Robinson en la gran manifestación de los ultranacionalistas de extrema derecha en Londres. Dijo cosas que les gustaron mucho a los asistentes: hay que disolver el Parlamento, necesitamos una revolución, la violencia está llegando, prepárense y ármense, etc. Pero en un momento dado añadió que todo eso había que hacerlo porque tenían ante ellos un futuro que sería muy hermoso, hecho de robots, un poco como Star Trek. Y eso, obviamente, no era precisamente lo que quería oír el público que estaba escuchando. Fue una forma muy gráfica de evidenciar esa contradicción.

"En una revolución, lo más importante es saber con qué se desea acabar. En ese punto, los trumpistas y los tecnólogos están de acuerdo"

Pero también creo que, aunque no quieran las mismas cosas, sí están de acuerdo en la destrucción de lo que existe y en el castigo a las élites actuales. En una revolución, eso es lo más importante: hay que estar de acuerdo en lo que no se quiere, en aquello con lo que se desea acabar. Cito a Shakespeare en el libro, en Enrique VI, “lo primero que hay que hacer en una revolución es matar a todos los abogados”. Y en eso están de acuerdo.

Además, y es el aspecto más preocupante, lo que vemos en Estados Unidos es un proyecto de cambio de régimen que sale de la esfera de la democracia. Algunos lo han expresado claramente, como Curtis Yarvin, que es alguien ligado a J.D. Vance y a Peter Thiel. Prevé una salida de los mecanismos de la democracia y la llegada de un nuevo sistema, iliberal, en el que, si se pierde el consenso social, no importará, porque ya no será un sistema democrático. Habrá una gobernanza algorítmica decidida por los poderes que controlan el algoritmo. Ese es el proyecto que daría solución al problema que mencionas, el del riesgo de perder la base social con la que cuentan hoy.

P. Desde mi punto de vista, Curtis Yarvin es como Dugin en Rusia. Son personas que pueden decir lo que deseen, pero carecen de poder. Sin embargo, figuras como Peter Thiel sí son los intelectuales de nuestro tiempo, los que diseñan la ideología y la sociedad de nuestra época y tienen poder para llevarlo a efecto. Son las personas que están alrededor de Trump.

R. Peter Thiel no es un tecnólogo de origen. Quiere ser un intelectual, estudia derecho, intenta seguir una carrera de jurista, escribe un libro contra el wokismo, que en esa época ni siquiera se llamaba así, funda una revista de ideas cuando está en Stanford…Pero comprende en un momento dado que los instrumentos puramente intelectuales, como las revistas, los libros, incluso la política clásica, no son los más eficaces para producir un impacto en la realidad. Y entonces pivota hacia la tecnología, hacia las startups, hacia las finanzas, etc. Hoy es un intelectual que tiene una influencia inmensa sobre la realidad. Y estoy de acuerdo con lo de Curtis Yarvin. Es simplemente un engagé, alguien que a veces dice cosas que pueden ayudar a entender algo. Pero el poder está en otra parte, obviamente.

P. Volviendo a la restricción de libertad a la que antes aludía. La IA es muy buena para el control y para la vigilancia, pero es un sistema que evita todo aquello que no es cuantificable, los que no puede ser reducido a números en un Excel, por lo que deja de lado buena parte de la vida social, personal y política. En algunos casos será eficaz, en muchos otros no puede ofrecer soluciones eficientes. Además, restringirá la capacidad de acción. Cuando el algoritmo dicte un diagnóstico o una conclusión, un médico o un abogado, por citar un par de casos, es probable que no se atrevan a enfrentarse a la máquina aunque crean que se equivoca. En el libro cita El Proceso, de Kafka, para ilustrar el horizonte al que nos puede dirigir la IA.

R. Esa es la razón por la que vivimos en sociedades cada vez más digitalizadas, cuantificadas y dirigidas por algoritmos, y paradójicamente no solo no se han reducido la incertidumbre y el caos, sino que han aumentado mucho. Hay una especie de desajuste entre la naturaleza humana y la dimensión analógica; en lo digitalizable y cuantificable hay algo que se pierde de nuestra naturaleza. De ahí surge un potencial de caos y de imprevisibilidad enorme, que creo que está destinado a aumentar. El deseo último de los señores de la tecnología es escapar de la dimensión humana, de la ambigüedad y de la incertidumbre y para ello quieren imponer una cuantificación al 100%, que es imposible de lograr. Además, es algo muy peligroso cuando se decide imponer por la fuerza y con medios enormes.

"Europa está en una posición de humillación muy fuerte. Nuestra ausencia de soberanía viene de lejos, pero hoy se ha vuelto más visible"

Por eso hablo en el libro de Kafka como el verdadero novelista de anticipación. Hoy en día, hay muchas distopías. Cada día, las editoriales publican cinco nuevas distopías. Pero en realidad, Kafka ya lo contó muy bien: describió en El proceso un sistema en el que no solo el acusado, sino incluso los jueces, los abogados, todos los que están involucrados en él, no saben realmente qué está pasando. Carecen de los elementos para emitir un juicio. Eso es bastante aterrador, porque la necesidad de agencia es una necesidad humana fundamental. Sabemos que en un hospital o en una residencia de ancianos, un hecho tan simple como que el paciente o la persona mayor puedan elegir entre varias opciones para su menú, alarga su vida, porque todos necesitamos sentir que tenemos un poco de control sobre nuestro destino, incluso en situaciones donde ese control está reducido. Cuando las máquinas reducen la agencia y la transforman en algo destinado a desaparecer, asfixian algo absolutamente fundamental para nosotros.

P. Europa vive un momento complicado. Por el momento, vemos a Alemania posicionándose en la industria de la defensa y a Francia en dificultades. El Reino Unido está anticipando el tipo de cambios por los que los tecnólogos apuestan, por ejemplo con la gestión de los datos del sistema sanitario británico en manos de las tecnológicas. La UE tiene un proyecto de futuro que consiste en combatir a Rusia y desarrollar la inteligencia artificial mediante los centros de datos. Es probable que haga falta mucho más, pero no aparece por el horizonte.

R. En términos geopolíticos, Europa está en una posición de humillación muy fuerte. Nuestra ausencia de soberanía en el plano militar, en el digital y en otros planos, no es de hoy, viene de lejos. Pero hoy se ha vuelto mucho más visible. Es como una provincia del Imperio Romano que, mientras hay emperadores amables y razonables, puede fingir ser libre y próspera. Pero cuando llega un emperador como Calígula o Nerón, que nombra a su mejor amigo como gobernador de la provincia, esta descubre que todo es mucho más difícil y duro. Creo que estamos un poco en esa situación, y el riesgo es el que mencionas, es decir, que cada uno intenta, en el fondo, encontrar un camino en solitario desde una posición de vasallaje respecto al emperador. Obviamente, Gran Bretaña está de manera mucho más natural en la lógica estadounidense, además de haber salido de Europa. Alemania tiene su modelo en crisis y, por lo tanto, debe establecer un nuevo modelo. En realidad, no sabemos lo que es la soberanía desde hace 70 años.

"Está claro que las fórmulas legalistas no han funcionado y, por tanto, que hay un espíritu mayoritario que reconquistar"

Este proceso de rearme debe hacerse bajo una lógica cooperativa europea, al igual que se hizo en los años 80, cuando Mitterrand, a través de su relación con Helmut Kohl, ‘permitió’ un regreso de la Alemania unificada a la escena internacional que se apoyaba sobre la mutualización del marco alemán. Hoy tenemos necesidad de nuevo de que el retorno geopolítico de Alemania se haga sobre una lógica colectiva europea colectiva. Aunque no sé si eso será posible.

P. Uno de los personajes más curiosos del libro es el capitán Rocca, el guardaespaldas que les acompañó a la inauguración de la Fundación Obama. Afirma que, si hubiera sido estadounidense, el capitán Rocca, “uno de los pocos representantes del pueblo presentes allí”, habría salido de esa cena como votante de Trump. Es un símbolo del alejamiento de muchos ciudadanos de las élites demócratas. Y esa distancia persiste, en EEUU y en Europa. De algún modo, pueden atacar a Trump, pero no saben cómo hacer que gente como el capitán Rocca deje de ser trumpista.

R. El libro está construido como una sucesión de escenas, y una de ellas es la de Fundación Obama, que tuvo lugar en 2017, después del primer triunfo de Trump y con la aparición de los depredadores en la política. Lo que vimos en aquel momento fue una forma de celebración de la fragmentación y de las minorías, que es loable, pero en democracia si se quiere proteger a las minorías, se debe ganar a la mayoría de los electores. Es la única manera de realizar ese programa. Está claro que las fórmulas legalistas no han funcionado y, por tanto, que hay un espíritu mayoritario que reconquistar.

P. Ha señalado una intención económica en la tecnología que escondía una intención política. ¿Hay también en ella una suerte de teología?

R. Lo que es importante, desde mi punto de vista, es que la tecnología tiene su propia dinámica, y puede ser adoptada de maneras diferentes por sociedades distintas. Por ejemplo, la aparición de la imprenta siglo XV produjo efectos completamente distintos, en la China imperial, en la Europa de la Reforma y en el Islam del califato. Eran sociedades con reglas y costumbres muy diferentes y su impacto lo fue también. Hoy debería ocurrir lo mismo. No hay una tecnología, la inteligencia artificial, que sea sagrada, que nos llega de Marte y que debe ser aceptada del mismo modo que aceptamos que llueve. Es estúpido estar en contra de la tecnología, no soy un ludita. El problema es cómo la gobernamos y qué hacemos con ella. Hoy tenemos el modelo chino, el modelo estadounidense, que tiende a converger con el modelo chino, pero esa es otra historia, y también deberíamos desarrollar un modelo europeo. Haría falta una coalición de voluntarios, también con países no europeos, como Brasil, que adopten una tecnología compatible con la sociedad democrática. Diferentes sociedades deberían adoptar perspectivas distintas. Es difícil, pero no imposible.

Giuliano da Empoli es conocido en España por su novela El mago del Kremlin (Ed. Seix Barral) pero es bastante más que un autor de éxito. Trabajó en el entorno político junto con Matteo Renzi, fundó un think tank, Volta, y ahora goza de un estatus privilegiado, el de escritor observador, que le permite intercambiar opiniones con figuras relevantes de la escena internacional. Politico le dedicó un artículo titulado “La clase política europea no puede dejar de leer a Giuliano da Empoli”. El ítalo-suizo está de moda entre las élites europeas.

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