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Así se hicieron nazis los jóvenes alemanes
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Así se hicieron nazis los jóvenes alemanes

¿Cómo pudieron los nazis cometer los crímenes que cometieron? Laurence Rees combina historia y nuevas investigaciones en psicología para responder a esa pregunta en 'En la mente nazi? (Crítica). Publicamos un fragmento

Foto: Un grupo de niños saluda en 1937 a Adolf Hitler con el brazo en alto. (Getty Images)
Un grupo de niños saluda en 1937 a Adolf Hitler con el brazo en alto. (Getty Images)

Sin la habilidad que Hitler y los nazis manifestaron a la hora de convencer a millones de alemanes de que apoyaran su sueño utópico y racista, aquellos nunca habrían podido alzarse con el poder. Fue un sueño que, como veremos, resultó atractivo para muchos jóvenes. Esto se explica en parte por un hecho psicológico relativo a la forma en la que el cerebro se desarrolla.

A tenor del misérrimo porcentaje de voto cosechado en mayo de 1928, no parecía nada evidente que los nazis tuvieran mucho futuro. De hecho, en aquel momento muchos de sus opositores los despreciaban como fuerza política. Pero si la situación se examina más de cerca, había algunos indicios de que podía representar un nuevo principio: los nazis habían tocado fondo, pero a partir de aquí, ascenderían.

En Alemania el desempleo estaba aumentando y el sector agrícola pasaba por dificultades económicas. Tal clase de malas noticias favorecía a los nazis. Era casi un axioma: cuando aumentaban el desempleo y la desilusión popular hacia los partidos políticos convencionales, aumentaba asimismo el voto a los nazis y la afiliación a su partido. Así, a finales de 1928 más de 100.000 personas poseían el carnet nazi. Uno de ellos era un joven llamado Wolfgang Teubert, que se unió a los camisas pardas hacia esta época. "Me alegré de unirme [a la SA] porque pensaba: 'Es la única manera, es la única solución", explicó Teubert. Se sentía emocionado por el carácter revolucionario de los nazis, aunque su familia no quería "que yo anduviera por ahí con la camisa parda y encargándome de la supervisión de alguna sala" por el peligro que podían representar los partidos de oposición, en particular los comunistas.

Teubert creía en un antisemitismo que él calificó de "superficial". Los judíos le disgustaban porque —alegó— sus parientes habían sufrido pérdidas económicas de resultas de la influencia de los judíos. Pero lo que más le atraía del movimiento era "el núcleo de su programa: instaurar una Volksgemeinschaft" (comunidad popular). Aun así, este compromiso con la Volksgemeinschaft incluía un componente antisemita, pues como hemos visto, los judíos quedaban excluidos de la concepción racista de la "comunidad nacional" nazi.

Distintos grupos políticos actuaron para estorbar los mítines de sus rivales, y Teubert participó en batallas con los comunistas. Pero los nazis contaban con una gran ventaja en estas luchas: los policías —entre los cuales abundaban las ideas políticas autoritarias— estaban casi siempre de su parte. "Yo era mensajero en bicicleta —rememoraba—, y en cierta ocasión tuve que ir a un mitin que estaba quedando rodeado [por la oposición política], en la ciudad de al lado de la mía, en Friburgo. Pensé que yo no llamaría la atención, con mi vestimenta de ciclista, pero me detectaron y, al grito de '¡Nazi!', esa gente se volvió contra mí y me tiró al suelo. Por suerte, con una mano, con la izquierda, aún me pude agarrar a un policía, y no lo solté, y él me ayudó a abrirme paso en la pelea. Me sentía dolorido, sobre todo en el abdomen y el estómago, pero solo habían sido puñetazos".

placeholder Cubierta de 'En la mente nazi' (Crítica), el nuevo libro de Laurence Rees.
Cubierta de 'En la mente nazi' (Crítica), el nuevo libro de Laurence Rees.

Alois Pfaller, que era entonces un joven activista comunista, confirmó que la policía "estaba del bando de los derechistas. Ellos [los nazis] casi siempre tenían protección. A nosotros en cambio no nos protegía nadie, a nosotros nos podían apalear y [los policías] se quedaban mirando sin más. No movían un dedo". En Baviera, a él y sus camaradas comunistas casi nunca les dieron permiso para organizar las manifestaciones: "Teníamos que hacerlo todo ilegalmente. Yo solía pasear por los barrios de la clase obrera; comprobaba si las puertas estaban abiertas y a qué hora estaban cerradas; y luego [consultaba] con los oficiales de la organización juvenil. Les decía que fueran a tal edificio o a tal otro y [les indicaba:] “Podéis esperar ahí hasta que yo silbe”. Y la gente se escondía ahí y, cuando era la hora, yo silbaba y ellos salían. Y nos poníamos en filas de a cuatro y empezábamos a cantar y hacer una marcha".

Muchos jóvenes bávaros con ganas de unirse a un partido radical eligieron simplemente entre los nazis y los comunistas. El propio Pfaller sopesó si sumarse a los camisas pardas: "Pero vaya, lo hablamos con el grupo [de amigos] y ellos me convencieron: 'Eso no nos lleva a ninguna parte, esa gente solo apoya a los empresarios y no a los obreros. ¡Lo que dicen no vale nada! ¡No serás tan bobo de irte con ellos!". A Pfaller tampoco le gustaba el antisemitismo de los nazis. Creía que "todos éramos alemanes" y que "a ver por qué hay que odiarlos [a los judíos], si nadie puede elegir la familia en la que nace".

Cuando tuvo ocasión de observar de cerca a los camisas pardas, Pfaller llegó a la conclusión de que había tomado la decisión acertada. "Incluso cuando emprendían una marcha, no veías en qué representaban los intereses de los trabajadores. Solo hablaban para elogiar a su Führer, para decir que iban a construir un Reich maravilloso, y sobre el Tratado de Versalles". Sobre esto último, "nosotros también estábamos en contra del Tratado de Versalles, evidentemente. Pero ellos no tenían un programa para ayudar al pueblo en general, solo a algunas fuerzas en particular. Eso quedó claro muy pronto".

placeholder Una joven alemana saluda en 1937 a Adolf Hitler. (Getty Images)
Una joven alemana saluda en 1937 a Adolf Hitler. (Getty Images)

Aunque las elecciones de mayo de 1928 habían sido decepcionantes para el movimiento nazi en su conjunto, al menos un miembro del partido sí que salió ganando: Joseph Goebbels. Lo habían elegido diputado del Reichstag y esto le reportó un beneficio inmediato. Como Gauleiter nazi de Berlín había intentado fomentar disturbios a través de un periódico fundado por él mismo, Der Angriff (El ataque). La cabecera no tardó en cobrar triste fama por la brutalidad de sus artículos antisemitas, que Goebbels dirigió en particular contra el doctor Bernhard Weiss, subjefe de la policía. Weiss, que era un judío alemán, fue vilipendiado en casi todas las ediciones de finales de la década de 1920.

Además de difamar a sus enemigos en la prensa, Goebbels también fomentó ataques en las calles y las cervecerías. Para provocar a los oponentes, organizaba mítines nazis en barrios de Berlín donde abundaban los partidarios del comunismo. En febrero de 1928, tras ser considerado el responsable de los actos violentos de la SA durante uno de estos mítines, se lo condenó a seis semanas de cárcel. Pero al ser elegido diputado del Reichstag escapó al castigo, porque todos los parlamentarios disfrutaban no solo de un pase ferroviario gratuito en primera clase, sino también de inmunidad jurídica.

Goebbels, que se presentaba como un revolucionario, se mostraba a la defensiva sobre su participación en el proceso democrático. "Somos un partido antiparlamentario —escribió en un revelador artículo de Der Angriff, justo antes de las elecciones de mayo—, con razones sólidas para oponernos a la Constitución de Weimar y las instituciones republicanas que esta introdujo". A pesar de esta posición voluntariamente antiparlamentaria, afirmó que seguía siendo necesario participar en las elecciones, con el fin de "paralizar el sentimiento de Weimar". El suyo era un mensaje complejo, en apariencia contradictorio; a quien más se lo parecía era a los miembros de la SA, que en muchos casos aspiraban a hacerse con el poder por medios revolucionarios.

"Mussolini también entró en el Parlamento, pero luego no tardó en emprender la marcha de Roma, con sus camisas negras —dijo Goebbels, alargando un poco más la autojustificación—. Los comunistas también tienen sus escaños en el Parlamento. Y nadie tendrá la ingenuidad de creer que es para hacer una aportación razonable y positiva". Esta postura paradójica comportaba que, aunque Goebbels reclamaba "¡fe, dedicación [y] pasión!", no tenía intención de "suplicar que lo votaran". Resumió su actitud hacia el Reichstag con estas palabras: "No tenemos intención de cooperar con un hediondo montón de estiércol. A lo que venimos es a limpiar el estiércol [...] No venimos como amigos, ni siquiera como neutrales. ¡Venimos como enemigos! Venimos como el lobo que irrumpe entre el rebaño, ¡así venimos!".

placeholder Un miembro de las Juventudes Hitlerianas con una bandera con la esvástica en torno a 1935. (Getty Images)
Un miembro de las Juventudes Hitlerianas con una bandera con la esvástica en torno a 1935. (Getty Images)

Este concepto de los nazis como "lobos" es uno de los múltiples ejemplos de la adhesión de Goebbels a una filosofía pseudodarwinista muy extendida en el movimiento nazi. Tres años más tarde, después de ver un documental sobre África, escribió: "Un drama salvaje maravillosamente cautivador [...] Así es la naturaleza en realidad. ¡Lucha!, ¡lucha!, eso gritan las criaturas. No hay paz en ningún lado, solo asesinatos, solo homicidios [...] en el león, igual que en el hombre. Lo único es que nos falta coraje para admitir la realidad tal y como es. Los salvajes son mejores como seres humanos, a este respecto. Mejor ser un rufián que ser un intelectual". En este compromiso con la lucha violenta es fácil detectar una importante proyección de la fantasía, si tenemos en cuenta que Goebbels era un intelectual, además de físicamente discapacitado. En una lucha contra "los salvajes" lo habría pasado realmente mal.

Goebbels también dedicó tiempo a pensar sobre las dificultades que los nazis encontrarían para crear una propaganda efectiva mientras no dispusieran de poder. En agosto de 1929 reveló cómo creía que la gente llegaba a formarse una opinión. A su entender, las "opiniones [individuales] son en lo esencial una grabación gramofónica de la opinión pública. La opinión pública, a su vez, la crean la prensa, el cartelismo, la radio, el cine, la escuela, la universidad y la educación general del pueblo". De ahí el problema al que los nazis se enfrentaban: "el gobierno posee esos métodos [de persuasión]". En consecuencia —pensaba Goebbels— el gobierno del momento era el culpable de que gran parte de la opinión pública se caracterizara por la pasividad. Los gobernantes no tenían derecho a considerar que los alemanes eran un "pueblo cobarde" porque "el propio gobierno ha sido el que ha provocado la cobardía del pueblo"; lo hacía deliberadamente, "acobarda al pueblo para poder desempeñar políticas cobardes, acordes con su naturaleza íntima". Le parecía grave que "desde 1919, el gobierno alemán ha sido pacifista" y "tolera la traición".

"Goebbels creía posible que la mayoría de la gente pensara lo que el gobierno quería, siempre que este controlara los medios de comunicación"

El artículo es provechoso para quien quiera comprender cómo abordó Goebbels la tarea de influir en las mentalidades. Pone de manifiesto que estaba convencido de que se podía hacer que "la mayoría" de la gente adoptara los puntos de vista que al gobierno le interesaran, siempre que ese gobierno controlara los medios de comunicación. Si se les bombardeaba con propaganda, responderían como corderos. El artículo también demostraba que la democracia le parecía odiosa y que anhelaba disponer de poderes dictatoriales. ¿Cómo se podía esperar que un propagandista cumpliera con éxito su labor si no controlaba no tan solo la prensa y el cine, sino también el teatro y el sistema educativo?

Su solución a corto plazo —teniendo en cuenta que los nazis aún no se habían alzado con el poder— era mucho menos convincente que la declaración de sus futuras intenciones. El "deber primero" de la "propaganda nacionalsocialista" debía ser "arrancar de las manos del gobierno la manipulación de la psicología nacional". No se daban detalles de cómo se pensaba lograr esa meta, es de creer que porque Goebbels no había encontrado la forma de hacerla realidad.

En aquellas fechas del verano de 1929, cuando Goebbels expresaba estas ideas, todavía no parecía que los nazis tuvieran mucha esperanza de alzarse con el poder, por mucho que en el mes de septiembre el total de carnets del partido se hubiera elevado hasta cerca de 150.000. El hecho de que tres años más tarde los nazis fueran el partido político con más afiliados de Alemania, y de que en menos de cuatro años Hitler fuera el canciller, se debió en buena medida a una crisis del Estado alemán. Muchas de las condiciones previas de este colapso estaban presentes ya en el verano de 1929: la fragilidad de la democracia de Weimar, la fragmentación de los partidos políticos, la polarización de los debates y el temor al comunismo. Pero el catalizador fundamental no se produjo hasta el otoño, más en concreto, el 24 de octubre.

Aquel día, el Martes Negro, el mercado de valores de Estados Unidos se hundió. Si anteriormente la bolsa se había elevado a lomos de una ola de compras especulativas, primero experimentó una corrección y luego un pánico a gran escala, con una venta de las acciones a la desesperada. Como la economía alemana requería para su funcionamiento de los créditos estadounidenses, para el país germánico el crac bursátil de 1929 resultó catastrófico. Al reclamárseles la devolución de lo prestado, el hundimiento de la economía alemana era sencillamente inevitable.

El crac de Wall Street llegó en un momento especialmente devastador, pues tan solo hacía dos meses que se había llegado al acuerdo del Plan Young. Parecía que esta renegociación de las compensaciones bélicas iba a suponer la salvación de las finanzas alemanas. Bajo la presidencia del banquero estadounidense Owen Young, una comisión de los Aliados había aceptado reducir masivamente el pago de las compensaciones. Aun así los nazis y otros nacionalistas habían levantado agriamente la voz ante la idea de pagar reparaciones de ninguna clase y, con el hundimiento repentino de la bolsa estadounidense, estas voces críticas hallaron mucha más repercusión. En un contexto de crisis económica mundial —decían—, ¿cómo podía seguir hablándose de pagar nada por una guerra que había acabado hacía ya más de diez años? Reclamaron que se hiciera un plebiscito sobre las compensaciones, que se rechazó, sin que la negativa bastara para que el asunto dejara de ser delicado.

El mariscal de campo Hindenburg —nombrado presidente de Alemania en 1925— aprobó el Plan Young por la simple razón de que era una mejora con respecto al acuerdo anterior. Pero muchos nacionalistas se enfurecieron por ello: el hecho de que Hindenburg aceptara pagar reparaciones les parecía inaceptable. Era una situación extraña, porque en realidad el presidente simpatizaba no solo con el odio a Versalles, habitual entre los nacionalistas, sino más en general con su falta de confianza en la democracia. A fin de cuentas, él era un aristócrata, terrateniente y excomandante militar, por lo que ciertamente se mostraba comprensivo con cuantos denunciaban que el sistema de Weimar era inestable.

El desempleo en Alemania creció con una rapidez pasmosa. Si en agosto de 1929 había menos de 1,3 millones de parados, en febrero de 1930 la cifra había dado un salto enorme, hasta los casi 3,4 millones. "Tenías que ir a firmar cada día en la oficina del paro —recordaba Alois Pfaller—. Y ahí te encontrabas con [otros], y se formaban debates y peleas. Allí estaban también los de la SA, estaban los del SPD [socialdemócratas], estaban también los comunistas, todo el mundo se encontraba en la cola del paro [...] Había peleas, sí; pero a mí solo me gustaban los debates, lo único que yo quería era aprender cosas de los que sabían más que yo [...] Pero era una situación desesperada, la gente caminaba por la calle con una cuchara en el bolsillo porque por un marco les daban una comida [en el comedor social] [...] Yo recibía 30 marcos de ayuda al mes [...] de los 30 marcos pagaba 15 de alquiler y los otros 15 se suponía que tenían que bastarme para todo el mes. Era terrible, era imposible".

"El desempleo en Alemania creció con rapidez. En agosto de 1929 había menos de 1,3 millones de parados, en febrero de 1930 eran casi 3,4"

Como era previsible, todo este sufrimiento favoreció a los nazis, que el 8 de diciembre de 1929 rompieron una barrera en Turingia: en las elecciones regionales de este estado del centro de Alemania obtuvieron más del 10 % de los votos, una cifra que hasta entonces nunca habían alcanzado.El porcentaje, concretamente del 11,3 %, significaba que por primera vez podían coaligarse para participar en el gobierno de uno de los estados del país. Esta victoria puso de relieve una vez más el vínculo insoluble entre el éxito de los nazis y la crisis del Estado. Y aunque luego los nazis demostraron ser incapaces de gobernar de forma competente en Turingia, esto no impidió nuevas mejoras electorales.

Alois Pfaller creía saber por qué: "En todas partes hay quien es capaz de confundir a la gente, digamos, tentarlos a hacer algo que razonablemente nunca harían; pero es que en circunstancias de necesidad, cuando la gente es infeliz, cuando está desesperada, hace cosas que normalmente no haría".

placeholder Un desfile de las Juventudes Hitlerians. (Getty Images)
Un desfile de las Juventudes Hitlerians. (Getty Images)

Durante este período decisivo de los primeros años de la década de 1930, la gente que se sintió más "tentada" a sumarse al Partido Nazi, la que lo hizo en mayor proporción, eran los jóvenes que estaban en la veintena. La naturaleza pseudodarwinista del partido, obviamente, atraía en especial a los más jóvenes y sanos; lo mismo ocurría con el concepto de "corregir los agravios" de una guerra en la que casi ninguno había podido participar por motivos de edad, pero que había arrojado una sombra sobre su infancia.

Hacía años que las universidades eran bastiones del movimiento völkisch donde el dolor por la pérdida de territorios derivada del acuerdo de paz aún se sentía vivamente. A los estudiantes —que luego lucharon en gran número por la causa nazi— se les decía incluso que tenían el deber de recuperar lo que el Tratado de Versalles había robado a Alemania. En la Universidad de Tubinga, el rector declaró en 1929 que "no se debería permitir entonar el [himno] Deutschland über alles [“Alemania por encima de todo”] salvo a quien esté resuelto a reconquistar lo que se ha perdido, algo que solo puede lograrse por la fuerza de las armas [...] La libertad no nos la darán los diplomáticos".

Aunque las Juventudes Hitlerianas no se crearon formalmente hasta 1926, hacía ya unos años que el nazismo tenía grupos juveniles. Se habían aprovechado del éxito generalizado de agrupaciones völkisch anteriores, como por ejemplo el Wandervogel, un club muy popular antes de la guerra, que destacaba el valor de pasar tiempo en las zonas rurales del país. "Fui a la montaña con muchos jóvenes hitlerianos —contaba Emil Klein, uno de los afiliados de primera hora—. El movimiento juvenil ya llevaba mucho tiempo en marcha, quizá porque nosotros éramos los más entusiasmados por todo aquello. Todos venían libremente, no porque sus padres lo quisieran. De hecho, muchos venían precisamente porque sus padres estaban en contra de nosotros, por ejemplo, porque eran socialdemócratas. Lo hacían a la contra".

Sobre el autor y el libro

Laurence Rees ha sido productor y director creativo de la BBC, en programas de historia y series documentales. Es autor de numerosos libros, entre los que destacan Auschwitz (2005), Una guerra de exterminio (2006), Los verdugos y las víctimas. (2008), A puerta cerrada (2009), El oscuro carisma de Hitler (2013), El holocausto (2017) y Hitler y Stalin (2022). Sus obras han recibido varios premios, entre ellos un BAFTA, dos International Documentary, un British Book y dos Emmy.

En su nuevo libro, titulado En la mente nazi (Crítica), Laurence Rees combina la historia y las últimas investigaciones psicológicas sobre obediencia y autoridad, así como testimonios inéditos de militantes nazis y de personas que crecieron en el sistema nazi, para ofrecer una nueva y reveladora explicación de por qué tantas personas pudieron cometer el crimen más atroz del siglo XX.

Las Juventudes Hitlerianas tuvieron un impacto considerable en la psique de muchos de esos jóvenes, en especial aquellos cuyas familias lo estaban pasando peor en la Depresión. "Nunca me olvidaré de uno que me dijo que era hijo de un comunista —recordaba otro líder de las juventudes nazis—. Toda la familia estaba en el paro y él había vivido toda su vida en una ciudad grande, en Essen. Entonces lo enviaron a un campamento juvenil, de las Juventudes Hitlerianas, y fue la primera vez que veía un bosque. Fue una verdadera experiencia para aquel chico. A mí me emocionó mucho ver que le había impresionado tanto".

La devoción de los nazis por la violencia también resultó seductora. Un adolescente de Bernburg (Alemania central) reveló que se sintió atraído hacia el movimiento por el hecho de que "los camisas pardas eran atrevidos [...] luchaban contra los comunistas en las salas de los mítines". Contó que él "odiaba a los comunistas por encima de todo, porque me los imaginaba como gente sin beneficio, con el aspecto de bandidos, con sus gorras puntiagudas, las manos en los bolsillos, haraganeando en las esquinas entre juramentos. Y en cambio los hombres de la SA, para mí, eran lo contrario a esa chusma".

Sin la habilidad que Hitler y los nazis manifestaron a la hora de convencer a millones de alemanes de que apoyaran su sueño utópico y racista, aquellos nunca habrían podido alzarse con el poder. Fue un sueño que, como veremos, resultó atractivo para muchos jóvenes. Esto se explica en parte por un hecho psicológico relativo a la forma en la que el cerebro se desarrolla.

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