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El Reina Sofía salda su deuda con Maruja Mallo, la artista más singular de la generación del 27

Por Ada Nuño

La retrospectiva 'Máscara y compás' incluye más de dos centenares de obras de la gallega divididas en series a lo largo de 11 salas. Arte popular, fotografías, escenografía de teatro o pintura figurativa convivieron en su trabajo

"Tras la evidencia de su desparpajo y su ironía, la manera en la que se maquillaba o cómo hablaba, ella contaba lo que quería y había mucho que ocultar. Maruja es una de mis artistas favoritas, justamente porque me intriga, y esta exposición no ha hecho más que aumentar esa intriga", era la comisaria Patricia Molins la que se refería así a Maruja Mallo en el Museo Reina Sofía, a propósito de la exposición Maruja Mallo: Máscara y compás, que podrá verse en las salas del Edificio Sabatini hasta el próximo 16 de marzo de 2026.

Cuando se habla de Maruja Mallo, se suele entroncar su personalidad singular en torno a lo colectivo, ya sea por el grupo de las míticas sinsombrero o por la generación del 27 a la que perteneció. Y, justamente, esta exposición pretende poner énfasis en la manera en la que la artista gallega presentó colectivamente una cosmovisión femenina desde la perspectiva de mujer moderna, radicalmente opuesta al tremendismo de la generación del 98. Una exposición que también es una deuda que se salda —tal y como ha indicado Manuel Segade, director del Museo Reina Sofía— durante la presentación. "Maruja dotó de un imaginario singular y progresista a la generación del 27. Fue además una mujer avanzada e innovadora por su manera de acercarse a las clases trabajadoras o ayudar a la mujer".

La retrospectiva, que cuenta con dos centenares de obras (un centenar de pinturas de las que 13 ya formaban parte de la Colección del Museo, unos 70 dibujos, otro centenar de fotografías y documentos —algunos inéditos— de la artista) viene a ampliar la exposición que durante cinco meses se pudo ver en el Centro Botín, con la idea de recoger todo el recorrido artístico y vital de la artista. Entender de alguna manera la caja de herramientas que en vida tuvo Maruja Mallo. Para ello, han decidido presentar la exposición de forma cronológica a lo largo de once salas, lo que permite entender mejor tanto su evolución como su realismo antinarrativo.

"Mallo es la artista más singular y heterogénea del siglo XX", ha afirmado Bárbara Rodríguez, directora de exposiciones del Centro Botín, quien también ha querido recalcar la absoluta relevancia actual de su obra. "En su vida, muchas personas de la cultura —Alberti, Lorca, Dalí...— fueron atravesadas por su obra. Pero es que en la actualidad su temática también está en íntimo diálogo o relación con artistas actuales, creando una conversación intergeneracional. Para ella, la humanidad se centraba en la mujer".

Canto de las espigas, 1939, Maruja Mallo. (Fecha de 1929 inscrita en el lienzo modificada por la artista)

A finales de los años 20, cuando Maruja Mallo comenzó sus primeros trabajos, comenzaron a desdeñarse las vanguardias pese a que se seguía buscando un arte innovador (se esperaba en aquellos momentos la llegada de la República) y de alguna manera, también un nuevo orden. La idea era regenerar España a través de la cultura y lo popular y el pueblo comenzaron a cobrar gran importancia. Eso puede verse al comienzo del recorrido, en el que se incluyen las cinco verbenas que no se habían mostrado desde que Ortega y Gasset las dio a conocer en 1928, al organizar una exposición en los salones de la Revista de Occidente.

"Presentó un mundo radicalmente nuevo mediante el imaginario de lo popular" ha señalado Molins. "Pero no mediante la nostalgia de lo rural, sino de lo moderno. Las mujeres de la generación del 27 fueron las que, por primera vez, crearon su obra a través de ellas mismas. Era la primera vez que se presentaba el mundo con una mirada femenina. Todas ellas se convirtieron en el modelo de mujer moderna e independiente, y Maruja creó una mujer moderna, pero ligada a la naturaleza".

Todo ello puede observarse también en las salas posteriores a las Verbenas: Estampas (donde el colorismo alegre e ingenuo del arte popular se une a las nuevas formas del ocio de entonces, como eran el cine y el teatro. Mallo contrapone de esta manera a la mujer vital y deportista con la naturaleza), las Cloacas y campanarios (serie más oscura, poblada de esqueletos), Arquitectas, Teatro (no hay que olvidar que la gallega estudió teatro y escenografía en París, donde conoció a Picasso y Miró), la Religión del Trabajo, Naturalezas Vivas (que ya pertenece a su posterior exilio en Argentina), Cabezas y máscaras (que dan nombre a la exposición, probablemente la sala más impresionante de todas) y Moradores del vacío, última etapa en los 60 y que coincide con la vuelta a España tras años de exilio en América Latina. Y, por supuesto, también hay una sala dedicada a sus Fotografías, demostrando así que su arte no solo inundaba el lienzo, sino que también hacía arte consigo misma.

Selvatro, c. 1970-1975, Maruja Mallo
Arquitectura vegetal IV, c. 1933, Maruja Mallo
Maruja Mallo. Fotografía de Jaime Gorospe, 1984
Basuras, 1930, Maruja Mallo
Viajeros del éter, 1982, Maruja Mallo
Joven negra, 1948, Maruja Mallo
Sorpresa del trigo, 1936, Maruja Mallo
La verbena, 1927, Maruja Mallo

"La exposición está ordenada por series porque ella hizo su trabajo por series", ha explicado Molins. "Controló todo, desde su trabajo hasta su nombre —el real era Ana María Gómez González—, hasta se quitó años. El exilio también marcó su trabajo, porque ha quedado como una artista menos presente en la memoria colectiva que Buñuel o Dalí, que estaban en París. Pero en el 36 era la artista más importante de Madrid".

Desde el arte popular al surrealismo, pasando por los dibujos geométricos y fantásticos, también el exotismo y las distintas razas, el recorrido de más de 40 años pretende mostrar distintas etapas diferenciadas pero relacionadas entre sí, que obedecen a distintos momentos de su vida. Un recorrido artístico y vital inclasificable, que pretende dar a conocer el compromiso social de Mallo con la justicia y la igualdad, así como su profunda curiosidad por el mundo (científico, tecnológico, espiritual). En definitiva, una manera de saldar cuentas con el pasado y con una de las figuras más importantes de la generación del 27, injustamente olvidada durante tantos años.

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