El fraile-espía español que con su tinta invisible fue esencial para la independencia de EEUU
En 'España en la independencia de Estados Unidos', Ángel Luis Cervera Fantoni analiza el papel determinante de España en ese evento, con personajes como Fray Antonio de Sedella. Publicamos el fragmento que le dedica
Fray Antonio de Sedella, un fraile capuchino nacido en Málaga, no fue solo un hombre de Dios, sino también uno de los agentes más discretos y valiosos en la red de inteligencia que España tejió en apoyo a la independencia de los Estados Unidos. Su figura, oculta tras la apariencia de un clérigo austero y piadoso, se fue construyendo, en las sombras de la historia, como una pieza clave de los complejos entramados al servicio de su Majestad Católica, el rey de España.
Nombrado Inquisidor en Nueva Orleans en 1777, Sedella pronto se adentró en el mundo de las comunicaciones secretas, donde se destacó por su habilidad para manejar información sensible con gran astucia. Con su gran cultura y profundos conocimientos de química, transformó el espionaje con sus innovaciones tecnológicas y tácticas. Aunque su labor nunca fue descubierta, su contribución al servicio de la inteligencia española fue extraordinariamente valiosa. Su convento en Nueva Orleans, un punto crucial en la red que conectaba las colonias españolas con las fuerzas revolucionarias en América, se convirtió en el epicentro de las operaciones secretas. Desde allí, fray Antonio no solo coordinaba las comunicaciones, sino que también desarrollaba métodos innovadores para asegurar la seguridad de los mensajes.
Una de sus mayores contribuciones fue el uso de la tinta invisible, una técnica que revolucionó el envío de mensajes confidenciales en tiempos de guerra. Sedella empleó el cloruro de cobalto, un compuesto que permitía escribir mensajes invisibles a simple vista, pero que se volvían legibles cuando el papel se calentaba a unos 60 °C, adquiriendo un tono azul intenso. Esta invención aseguraba que los mensajes no pudieran ser interceptados por el enemigo, incluso si estos caían en manos equivocadas. Además, perfeccionó el uso de tintas como el prusiato amarillo, que se activaba con el vitriolo verde, revelando textos ocultos.
La maestría de fray Antonio no se limitaba a la química. También ideó ingeniosos sistemas de cifrado alfanumérico que cambiaban constantemente, lo que garantizaba una mayor seguridad en las comunicaciones. Uno de sus métodos más complejos implicaba el uso de un libro de códigos compartido entre el remitente y el destinatario. Mediante una secuencia numérica que indicaba la página, párrafo, línea y palabra del libro, los mensajes cifrados podían ser descifrados de manera precisa, aunque el proceso requería tiempo y paciencia.
A lo largo de los años, Sedella siguió siendo un pilar del servicio secreto español, incluso cuando el liderazgo de la red de espionaje pasó de Juan de Miralles a Francisco Rendón. Su discreción fue tan impecable que, hasta su fallecimiento en 1829, a los 81 años, su nombre permaneció desconocido fuera de los círculos más cercanos al poder. Su legado quedó marcado por una mezcla de misticismo y respeto: en la memoria popular, se convirtió casi en una figura mítica, venerada por su devoción religiosa, pero también admirada por su habilidad en el espionaje, siempre enmascarada tras su humildad como fraile. Su historia, como una de las más extraordinarias dentro de las sombras del espionaje, pasó desapercibida para muchos, pero su trabajo fue esencial para el éxito de la causa de la independencia de los Estados Unidos.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, la actividad de espionaje se convirtió en un componente esencial para las operaciones militares y diplomáticas tanto de las Trece Colonias como de las potencias europeas interesadas en debilitar a la Corona británica.
La Red Culper, creada por George Washington en 1778 y coordinada por Benjamin Tallmadge, era ampliamente reconocida como la principal estructura de espionaje e inteligencia continental. El general ideó un sistema de espías infiltrados en las líneas enemigas, una red eficaz que no solo reclutaba entre los patriotas, sino también entre los legitimistas. Durante esta contienda, el espionaje y el contraespionaje se convirtieron en herramientas fundamentales de la lucha diaria.
La correspondencia entre agentes continentales descubrió en la tinta invisible —al igual que Sedella— una herramienta ingeniosa y eficaz. En el frente, era común el uso de sistemas de encriptación para garantizar que los mensajes llegaran sin ser descifrados por el enemigo. Uno de los métodos más utilizados por ellos fue la "rejilla de Gerolamo Cardano", un dispositivo de perforaciones que, al superponerse al texto, permitía visualizar el mensaje oculto.
La tinta invisible, hecha con una mezcla de glicerina, agua y cloruro de cobalto, se convirtió en una aliada fundamental, especialmente en los envíos de Europa a América. En este proceso, las cartas de apariencia cotidiana ocultaban entre sus líneas, con esa tinta especial, mensajes secretos relacionados con asuntos políticos o militares, asegurando que solo aquellos con el conocimiento adecuado pudieran descifrarlos.
Mientras la Red Culper recababa información desde dentro de la Nueva York ocupada, la red coordinada por Sedella en el sur garantizaba el abastecimiento y la información diplomática a través de rutas menos vigiladas por los británicos. El trabajo del fraile, junto a figuras como Bernardo de Gálvez y Francisco de Saavedra, permitió que la inteligencia española complementara eficazmente los esfuerzos continentales, en una alianza informal que sería reconocida años más tarde como determinante para la victoria de los colonos.
Sobre el autor y el libro
Ángel Luis Cervera Fantoni es doctor en Historia por la Universidad CEU San Pablo y doctor en Economía por la Universidad Rey Juan Carlos. También es licenciado en Sociología por la Universidad Pontificia de Salamanca y en Ciencias Empresariales por ICADE. Con una extensa trayectoria en los ámbitos de la historia, la cultura naval y la defensa, es académico de la Real Academia de Cultura Valenciana y de la Academia de la Historia de Cuba, además de miembro de la Junta Directiva de la Real Sociedad Geográfica.
Entre sus reconocimientos se encuentran el Premio Elcano de Periodismo del Instituto de Historia y Cultura Naval y el galardón al Mejor Documental Histórico en el Festival de Roma por Cuba 1898: la caída del Imperio español, del que fue guionista y director.
Es autor de El Desastre del 98 y el fin del Imperio español (2016) y de Historia Naval de España (2023). Su nuevo libro, España en la independencia de Estados Unidos (Sekotia), rescata del olvido una conspiración de tres siglos: el silenciamiento del papel decisivo del Imperio español en el nacimiento de la nación americana.
Fray Antonio de Sedella, un fraile capuchino nacido en Málaga, no fue solo un hombre de Dios, sino también uno de los agentes más discretos y valiosos en la red de inteligencia que España tejió en apoyo a la independencia de los Estados Unidos. Su figura, oculta tras la apariencia de un clérigo austero y piadoso, se fue construyendo, en las sombras de la historia, como una pieza clave de los complejos entramados al servicio de su Majestad Católica, el rey de España.