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Brasilia, Valdebebas y las utopías urbanísticas que no llegan a aterrizar
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UNIDAS A 7.500 KILÓMETROS

Brasilia, Valdebebas y las utopías urbanísticas que no llegan a aterrizar

"Es tan artificial como el mundo cuando fue creado", describía Clarice Lispector a la capital de su país. Y esa misma imagen la comparte con los nuevos desarrollos madrileños

Foto: ¿Valdebebas o Brasilia? (Ana Ayuso)
¿Valdebebas o Brasilia? (Ana Ayuso)
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Botones para que pulse el peatón y espere al color verde, porque casi nadie cruza esos pasos de cebra andando. Sobredimensión de un espacio público apenas aprovechado por sus habitantes. Tráfico continuo de coches, pero sin atascos. Homogeneidad estética entre los edificios. Zonas ajardinadas faltas de agua, en un caso por la época de sequía y en otro por un abandono que a nadie parece importarle. Sombras que no aprovechan a la hora de comer quienes viven allí, sino los obreros que trabajan para ellos. Un tejido comercial de proximidad tan escaso que obliga a desplazarse en coche a grandes establecimientos.

Deficientes o casi inexistentes conexiones en transporte público. Hay tantas similitudes entre Brasilia y los PAU (Programa de Actuación Urbanística) madrileños, como Valdebebas, Sanchinarro o Las Tablas, que parecería mentira que se ubiquen a más de 7.500 kilómetros de distancia. Y también con Camberra (Australia), por “la dispersión humana y la dependencia del coche”, o con Abuja (Nigeria), una urbe con “una fuerte segregación socioespacial”, apunta Ana Esteban Maluenda, investigadora y arquitecta especializada en teoría, análisis y crítica de la arquitectura moderna.

El expresidente de Brasil Juscelino Kubitschek (1956-1961) soñó durante su mandato con trasladar la capital de la costa, Río de Janeiro, al centro para “proyectar la imagen de un país más moderno y unificado”, sostiene Esteban Maluenda. Para ella, “Brasilia nació como un gesto político y cultural”, como una ciudad utópica que sustituiría al erial por la superficie sobre la que hoy reposa el Distrito Federal. Expresaba ya en los 70 en un texto sobre esa urbe Clarice Lispector, una de las más importantes escritoras brasileñas del siglo XX -si no la más importante-, que esta ciudad construida en la línea del horizonte “es artificial, tan artificial como ha de haber sido el mundo cuando fue creado”. Antes de que existiese Brasilia, en ese rectángulo que delimita el Distrito Federal sólo había un territorio mayoritariamente rural, con raíces de indígenas desplazados o exterminados durante el siglo XVIII, que se fue transformando en tiempo récord en una capital planificada desde cero.

Brasilia impresiona como museo al aire libre y además por las pocas personas que transitan sus calles, por su tranquilidad impropia en un país eléctrico, por sus supercuadras sostenidas sobre pilotis que elevan la edificación del suelo y liberan la planta baja para dejar una suerte de portal abierto que “da seguridad”, señalan dos ciudadanas de Brasilia, madre e hija, natural de Río la primera y original de la urbe utópica la segunda. También por los brises y celosías que decoran las ventanas, los espacios verdes amarilleados por el final de la época de sequía y por la separación total que reserva cada área de la ciudad a un uso determinado, sin opción a mezclas.

Brasilia es ejemplar: zonificación, edificios monumentales e integración del paisaje

“Brasilia ocupa un lugar central en la narrativa del urbanismo moderno, junto a otras ciudades de nueva planta, como Chandigarh, en la India, o capitales africanas planificadas tras la independencia como Abuja o Dodoma (Tanzania)”, pero, en el caso brasileño, “ese sueño se llevó a una escala sin precedentes, donde se combinaron el trazo abstracto urbano de Lúcio Costa con las formas icónicas de la arquitectura de Oscar Niemeyer”, los dos grandes ideólogos de la ciudad, expresa la también directora del Departamento de Composición Arquitectónica de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM). Brasilia es “paradigmática” porque condensa, casi sin concesiones, los principios del Movimiento Moderno: la zonificación estricta, las edificaciones monumentales y la integración del paisaje con la arquitectura.

Brasilia sigue un Plano Piloto, el de los dos ejes con forma de avión y en el que, para desarrollarlo, Niemeyer y Costa se inspiraron en los preceptos de Le Corbusier y en sus ideas racionalistas y funcionalistas. En esa aeronave, todo está en su sitio, milimetrado con escuadra y cartabón. En las alas residenciales, divididas en supercuadras, se suceden los bloques de viviendas, colegios y pequeños comercios, tomando ejemplo de la 108. En el Eje Monumental, se concentra el poder político y administrativo. Por otro lado, están los sectores comercial y hotelero. Y gran parte del ocio se realiza en clubes deportivos junto al Lago Paranoá o en el Setor de Diversões.

placeholder La supercuadra 108. (A. A.)
La supercuadra 108. (A. A.)

Pensada y promocionada en el exterior como la capital de un país en progreso, se construyó “sin lugar para ratas”, afirmaba Lispector. “Toda una parte nuestra, la peor, exactamente la que siente horror por las ratas, esa parte no tiene cabida en Brasilia”, donde todo está calculado, hasta el “espacio para las nubes”, ironizaba la escritora ucraniana-brasileña. “Pero las ratas, todas muy grandes, la están invadiendo”. Por mucho que se hable de desarrollos urbanísticos de planificación top-down, un concepto que se refiere a aquellos que se diseñan desde las instancias de poder con poca participación directa de la ciudadanía, a las metrópolis de ensueño les van asaltando unos percances que a veces se resuelven a las bravas.

Historia de (varias) ciudades

“El centro cívico y residencial planificado para las élites convive con ciudades satélite donde vive la mayoría de la población trabajadora”, expresa Ana Esteban Maluenda. Quienes construyeron Brasilia, migrantes llegados del resto del país, se instalaron en asentamientos informales cerca de la utópica ciudad. Para ellos no había espacio, por lo que se inició en 1969 el programa CEI, que responde a las siglas de Campanha de Erradicação das Invasões (Campaña para la Erradicación de Invasores). Los curritos a los que no se había tenido en cuenta para que habitasen una vivienda fueron expulsados a otras tierras dentro del Distrito Federal, pero a 30 o 40 kilómetros del Plano Piloto, donde trabajaban. Así nació Ceilândia, que toma su nombre de ese programa de exclusión, y, dentro de ella, Sol Nascente, que compite en población con Rocinha, en Río, como la mayor favela de Brasil.

Por la manera en la que surgió Brasilia y por su brusco crecimiento demográfico desde que se inauguró, "se intensifica la segregación social", señala Danielle, una joven de 27 años natural de Goiânia, que residió en Brasilia para estudiar Periodismo y que ahora vive en Río de Janeiro, por lo que aporta una visión muy completa de lo que significa vivir en varios puntos clave de un territorio que parecería, por extensión y multiculturalidad, que está compuesto por cinco países diferentes. "Desde el principio, Brasilia no fue pensada para ser tan democrática y, como ocurre en todas las ciudades de Brasil, la desigualdad es un problema grave. Hay una diferencia gigantesca en cómo la gente vive en distintos barrios. Hay muchos Brasiles, y Brasilia no es diferente", manifiesta.

"Seguimos sin aprender del todo"

Los “defectos” de la joven capital, que cumple ahora 65 años y que fue declarada en 1987 Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad por la UNESCO, surgieron por “la distancia entre estos ideales y la sociedad real, entre la visión estructural y la escala humana”, resume José María Ezquiaga, arquitecto, urbanista y sociólogo, experto en planificación estratégica urbana y gestión del territorio. Refleja que en España no existen ejemplos “equivalentes” a Brasilia, aunque sí se pueden encontrar experimentos similares en proyectos como Tres Cantos, una ciudad planificada al norte de Madrid. Y también en los nuevos desarrollos periféricos de la capital, como Valdebebas, que comparten con Brasilia, “forzando un poco la imaginación”, concede Ana Esteban Maluenda, algunas características.

“Seguimos sin aprender del todo”. “El modelo de urbanismo monumental y tecnocrático continúa teniendo presencia, aunque hoy se muestra con nuevas estéticas y discursos que buscan ser más sostenibles, inclusivos y participativos”, tres adjetivos con los que se promocionan por sistema los nuevos barrios que surgen sin saber qué es el crecimiento orgánico y espontáneo de un área urbana. Continúa esta investigadora, crítica de la arquitectura moderna: “La realidad demuestra que en numerosos casos persisten esos enfoques top-down, que planifican ciudades desde despachos, con poca comprensión de la complejidad social y cultural de los habitantes”, y que posteriormente derivan en “fragmentación urbana, segregación socioeconómica y dependencia del automóvil”, como también ocurre en Brasilia.

Pese a los diferentes contextos -una es la capital del país más extenso de Latinoamérica y el otro, Valdebebas, es un barrio de menos de 40.000 habitantes de Madrid-, comparten experiencias. Para llegar desde la estación de Cercanías de Valdebebas al primer comercio del barrio, un gimnasio, hay que caminar unos 10 minutos a paso ligero. El Metro ni está ni se espera “como poco hasta el año 2030”, incide Julia Corona, vicepresidenta de la Asociación de Vecinos de Valdebebas, que ya asume que les vienen “cinco años de obras y de conflictos por delante”. Antes contaban con dos líneas de Cercanías, que les conectaban con Sol; ahora, sólo llega una, que va del aeropuerto a Chamartín y vuelta. La salida de la estación es una escena en sí misma: un hombre orinando entre arbustos, porque a saber dónde iba a liberarse cuando las ganas aprietan, con toda muestra de tejido comercial a un kilómetro a la redonda; zonas verdes totalmente descuidadas y niños, días antes de la vuelta al cole, ataviados con camisetas del Real Madrid y esperando en una rotonda a ver a sus ídolos.

placeholder Edificios Comtessa en Valdebebas. (A. A.)
Edificios Comtessa en Valdebebas. (A. A.)

El equipo blanco, pese a haber puesto Valdebebas en el mapa, “no está nada implicado en la vida del barrio. Nos gustaría que hubiera habido algún tipo de conexión, pero no, para nada. Aunque sí que ha generado un nombre”, afirma Julia Corona. Estos desarrollos tienden a convertirse en “ciudades dormitorio, desconectadas y con poca interacción social”, y comparten con las ciudades de nueva planta “la planificación estricta desde el poder, que no logra integrar plenamente la experiencia de los usuarios, lo que reduce la calidad de vida en las ciudades o barrios”. “Resulta llamativo que sigamos repitiendo ese tipo de errores a lo largo de los años”, concluye Ana Esteban Maluenda.

Homogeneidad social y económica

Julia Corona, que se mudó a Valdebebas en 2015, destaca el gran problema de estas ciudades y barrios: el tiempo que pasa desde que se plantean hasta que aterrizan en ella los servicios necesarios para atender a una masa de vecinos que van mudándose de manera escalonada. “Acaban pasando 15 o 20 años, y eso es una barbaridad, porque las cosas que se pensaron hace dos décadas quizás ahora se harían de otra manera”, asevera. Esos largos intervalos traen consigo “repercusiones terribles en los costes finales”, dice. En los económicos, pero también en los sociales. Los PAU son barrios de “rentas medias-altas, que no tienen buena comunicación en transporte y que generan unos empleos determinados en el sector servicios y en el servicio doméstico, ambos de rentas muy bajas” y que viven fuera de esos barrios, porque no existen en ellos viviendas de distintos precios, que permitan una diversidad social, sino que es muy homogéneo en términos sociales, porque apenas tienen vivienda protegida”, mantiene Inés Sánchez de Madariaga, arquitecta, urbanista y profesora de la Universidad Politécnica de Madrid.

Para entender las dinámicas de estos desarrollos madrileños que “llevan al extremo un tipo de urbanismo que en el Estado español se empieza a difundir y a promocionar, especialmente durante el boom inmobiliario”, indica la antropóloga Inés Gutiérrez Cueli, que vivió durante dos años en el PAU de Carabanchel, también en Madrid, para hacer trabajo etnográfico, en el que observó la vida diaria de sus habitantes, sus relaciones sociales, que generalmente se producen hacia el interior de la urbanización, y los desajustes de género y clase. “Se construyen barrios residenciales, sin apenas tejido comercial de proximidad, sin actividad laboral, en los que no hay espacio para el ocio, que apenas tienen servicios públicos o lugares recreativos y de estancia, de tal manera que separan la ciudad entre los lugares de trabajo, ocio y residencia”, refleja, en un claro ejemplo de “urbanismo funcionalista y zonificación”.

Se va generando "sentimiento de pertenencia"

Gutiérrez Cueli interpretó que este PAU, al que se mudaron los “hijos de Carabanchel” que querían formar una familia, representa “un escenario bastante distópico”. “Son parejas de 40 y tantos, con hijos, que están en edad laboral y que no tienen demasiados problemas para conducir y para moverse, pero que, conforme vayan envejeciendo y necesiten una atención sanitaria fuerte y de proximidad o instalaciones de transporte público... ¿qué van a hacer?”, pregunta. Ella, natural de un pequeño pueblo de Cantabria, concluyó en la tesis que surgió de esos dos años en el ensanche de Carabanchel que “las administraciones públicas se tienen que hacer cargo de este tipo de barrios y deben hacer una gran inversión en equipamientos y en dotaciones públicas”. Proveerlos, por tanto, de centros de salud, colegios, mejorar los parques y hacer que llegue el transporte público. “Si no existe este tejido público, se tiene que cubrir con parte privada, con el bolsillo de las familias, y eso genera nuevas situaciones de desigualdad”, zanja esta antropóloga, que subraya que “no tiene sentido seguir desarrollando este tipo de urbanismo y este tipo de ciudad, que no es sostenible ni a nivel energético, ni a nivel ecológico ni a nivel de socialización”.

Una ciudad nueva

Brasilia no deja de ser Brasil, como Valdebebas no es ajeno a ser Madrid. Ambos desarrollos de nueva planta implementan los mismos usos y costumbres que heredan de su unidad superior, del país y de la capital de España. En Brasilia también hay sambas, aunque “menos” que en ciudades como Río, afirma Danielle; en Valdebebas, también tienen terrazas, pese a que la mayoría pertenezcan a franquicias, y “hay sentimiento de lucha”, sobre todo desde que se creó la Asociación de Vecinos, que no se dedica a ofrecer “clases de bailes regionales o de macramé”, sino a reclamar los servicios que les faltan, agrega Julia Corona.

A pesar de las deficiencias que han mostrado estos modelos, van saliendo adelante. “Comparto lo que dice Clarice Lispector, pero es cierto que Brasilia se ha transformado mucho, porque era una ciudad nueva”, asegura Danielle, que vuelve una vez al año a la capital y siempre encuentra “algo nuevo que visitar, un bar, una fiesta o una plaza”. Un caso paradigmático de encuentro se ha observado con la apertura de Casa de Chá (Casa de Té), una cafetería que se inauguró en 2024 y que, en tan sólo unos meses, ha recibido a más de 165.000 visitantes. Este establecimiento, que ofrece productos kilómetro cero, era una necesidad en la explanada del Congreso Nacional de Brasil, donde resultaba complicado hallar un lugar de encuentro.

placeholder Casa de Chá, Brasilia. (Foto: Amanda Vallejo)
Casa de Chá, Brasilia. (Foto: Amanda Vallejo)

Esa madre y esa hija que hablaban de la seguridad de la ciudad repiten las bondades de una Brasilia a la que una persona tras otra que van apareciendo durante la elaboración del reportaje no quieren abandonar. Por algo será. Cuando Lispector habló de la urbe utópica, esta era muy joven y, aunque ahora también lo sea, “va en camino de crear su identidad y de implantar tradiciones propias y su identidad cultural”, reconoce Danielle. Lo mismo le está ocurriendo a Valdebebas, donde se está generando “sentimiento de pertenencia”, defiende Corona. La ciudad y el barrio ideados desde arriba están moldeando su propio estilo sobre el pavimento.

Botones para que pulse el peatón y espere al color verde, porque casi nadie cruza esos pasos de cebra andando. Sobredimensión de un espacio público apenas aprovechado por sus habitantes. Tráfico continuo de coches, pero sin atascos. Homogeneidad estética entre los edificios. Zonas ajardinadas faltas de agua, en un caso por la época de sequía y en otro por un abandono que a nadie parece importarle. Sombras que no aprovechan a la hora de comer quienes viven allí, sino los obreros que trabajan para ellos. Un tejido comercial de proximidad tan escaso que obliga a desplazarse en coche a grandes establecimientos.

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