La Leyenda Negra contra España no fue un invento de los ingleses, sino de los italianos
Fue la refinada Italia del Quattrocento la que comenzó el bulo. Lo analiza José Luis Hernández Garvi en 'Eso no estaba en mi libro de historia de la Leyenda Negra', del que publicamos un fragmento
'Del saqueo de Roma', obra de 1887 de Francisco Javier Amérigo y Aparici. (Museo del Prado).
Para determinar el momento histórico en que la Leyenda Negra empezó a forjarse, la mayoría de historiadores coinciden en señalar que tuvo su origen al final de la Edad Media, alcanzando su pico máximo durante el reinado de los Austrias mayores con ocasión de la guerra de Flandes y manteniendo diferentes grados de vigencia en los siglos posteriores. Este punto de partida surgió a partir de la década de los sesenta del siglo XX como corriente mayoritaria de estudio entre los investigadores.
Hasta entonces, la creencia comúnmente aceptada había defendido que todo empezó en el norte de Europa, como reacción ante una hegemonía española en el continente ejercida mediante la coerción y el nepotismo. En realidad, el foco primigenio hay que buscarlo en la refinada Italia del Quattrocento, sometida en gran parte a la dominación e influencia de aragoneses y catalanes, a los que en un amplio sentido se consideró como pueblos inferiores sin la autoridad moral ni intelectual para imponer sus aspiraciones imperialistas en el Mediterráneo. Esta opinión, extendida posteriormente al resto de españoles, serviría de inspiración en décadas posteriores a la Leyenda Negra difundida en Flandes y entre los enemigos del Imperio español, aunque en este caso algunos autores defienden su naturaleza diferente con respecto a la que surgió en Italia.
Marranos, moros, bárbaros y herejes
Los mercaderes y armadores de las talasocracias italianas habían controlado sin apenas competencia el comercio entre Oriente y Occidente durante toda la Edad Media. No es de extrañar que la irrupción de los emprendedores catalanes en este negocio generase una lógica desconfianza entre los representantes de las ciudades de Génova, Venecia y Pisa, que de esa forma veían peligrar sus intereses económicos en el Mediterráneo. El dinamismo mercantil exhibido por los catalanes estaba a la misma altura que el de sus competidores italianos, además de suponer un peligro tangible en caso de que estallase un conflicto entre Estados debido a una clara superioridad militar que les permitiría imponer sus condiciones.
Las primeras manifestaciones contra su presencia, en lo que consideraban que era su ámbito de actuación exclusivo, se limitaron al insulto de baja estofa y a la difusión espontánea de prejuicios. Los mercaderes italianos no tardaron en calificar a sus competidores aragoneses y catalanes de avariciosos que hacían gala de unos métodos comerciales desleales para robarles mercado. También fueron presentados como informales a la hora de hacer negocios, mientras se desaconsejaba aceptar sus préstamos bancarios para evitar el riesgo de enfrentarse al pago de intereses excesivos, propios de usureros. Con todos estos argumentos, más o menos infundados, se buscaba calumniar mediante el despliegue de una campaña de intoxicación que tenía como propósito crear un estado de opinión desfavorable y opuesto a su presencia.
Las clases dominantes italianas, con grandes intereses mercantiles, no tardaron en comprar un relato que les podía ser útil en sus ambiciones. Instalados en la cima de su poder, temían ser desbancados por los que consideraban como advenedizos extranjeros dispuestos a tomar el control político a toda costa. La elección en 1455 del cardenal valenciano Alfonso de Borjacomo nuevo papa con el nombre de Calixto III empeoró aún más la situación al poner de manifiesto el grado de injerencia de aragoneses y catalanes. Los representantes de las grandes familias italianas con representación en Roma no tardaron en expresar su descontento por aquella elección. Sin embargo, ante esta política de hechos consumados, no les quedó más remedio que recurrir a la agitación del descontento popular contra unos extranjeros a los que aborrecían abiertamente.
Cubierta de 'Eso no estaba en mi libro de historia de la Leyenda Negra', de José Luis Hernández Garvi.
La tensión subió varios grados en intensidad cuando, bajo la protección de Calixto III, su sobrino, el también valenciano Rodrigo de Borja, obtuvo el capelo cardenalicio. Hábil político que supo hacer uso en beneficio propio de las intrigas dentro y fuera de la Curia romana, accedió al solio pontificio en 1492 con el nombre de Alejandro VI. Su pontificado se caracterizó por beneficiar los intereses de sus más cercanos colaboradores, a los que favoreció con nombramientos eclesiásticos. De esta forma creó a su alrededor una facción partidaria de sus ambiciones. Fundador del linaje de los maquiavélicos Borgia, el papa Alejandro VI fue padre de Juan, César, Lucrecia y Jofre, hijos naturales que le sirvieron como instrumentos de sus maquinaciones políticas.
La corte pontificia de Alejandro VI se caracterizó por los abusos de poder, la codicia, el tráfico de influencias y la relajación de las costumbres, atizando el fuego de la hostilidad contra los Borgia. Los rumores infamantes, con base real o infundados, hablaban de asesinatos, orgías en las que participaba el papa y la celebración de cultos satánicos, acusaciones que dieron pábulo a la campaña de difamación. Sin embargo, el comportamiento del que hizo gala Alejandro VI, por escandaloso que pudiera ser, no fue muy distinto del de otros papas del Renacimiento, hombres poderosos y terrenales que dieron sobradas muestras de sensualidad disoluta. Detrás de esta campaña de acusaciones contra los Borgia se ocultaba en realidad el odio hacia una comunidad extranjera, encarnada en la figura del pontífice valenciano y su familia, a los que nunca se perdonó su ascenso hasta la cima del poder terrenal y eclesiástico. La literatura posterior se encargó de hacer el resto.
Durante las primeras décadas del siglo XVI se asistió a una consolidación del poder hispano en Italia, situación que no ayudó precisamente a mejorar la percepción hacia lo español. Si había algunos que todavía no habían tomado partido por el bando de los prejuicios, el desarrollo de los acontecimientos les haría ponerse del lado de la mayoría. Después de una larga y dura campaña en Italia luchando contra los franceses, en la primavera de 1527 las victoriosas pero indisciplinadas tropas del emperador Carlos se amotinaron ante el retraso en recibir las pagas prometidas y forzaron a su comandante Carlos III, duque de Borbón y Condestable de Francia y noble que, enemistado con su monarca, había decidido cambiar de bando, a marchar sobre Roma con intención de saquear sus tesoros. La Ciudad Eterna estaba defendida por un ejército formado por soldados italianos sin experiencia y milicias ciudadanas, tropas mal preparadas y peor equipadas que contaban con el apoyo de la Guardia Suiza bajo el mando directo del papa, fuerzas escasas para contener el ímpetu de unas huestes mercenarias curtidas en batalla.
Sobre el autor y el libro
La trayectoria literaria del escritor José Luis Hernández Garvi (Madrid, 1966) abarca diferentes géneros en los que ha obtenido más de una treintena de galardones a nivel nacional. Novelista, poeta y autor teatral, así como divulgador histórico, sus colaboraciones aparecen en varios medios de comunicación, tanto en prensa escrita como en radio y televisión. En su faceta como ensayista, es autor de más de una docena de libros. En 2014 su ensayo Héroes, villanos y genios. Extranjeros insignes al servicio de los Austrias obtuvo el prestigioso Premio Algaba. Con Almuzara ha publicado los ensayos históricos Esto no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial y La desaparición de Agatha Christie y otras historias sobre escritores misteriosos, excéntricos y heterodoxos.
El 6 de mayo, 5.000 españoles a las órdenes de Alfonso de Ávalos, marqués del Vasto; 10.000 lansquenetes, tropas alemanas mercenarias y de mayoría luterana lideradas por Jorge de Frundsberg, caballero y señor de la guerra que se ofrecía al mejor postor; 3.000 infantes italianos dirigidos por el condotiero Ferrante I Gonzaga y 800 jinetes al mando de Filiberto de Orange, noble flamenco que se había distinguido combatiendo contra el rey francés, se desplegaron ante las murallas de Roma dispuestos a tomar la ciudad. Según estas cifras, se trataba de un gran ejército en el que los soldados de origen español eran menos de la mitad del contingente.
El 6 de mayo de 1527, las fuerzas del condestable de Francia lanzaron el asalto final contra sus muros. Tras duros combates, en los que el duque murió de un arcabuzazo que supuestamente se atribuyó al escultor Benvenuto Cellini, las tropas del Sacro Imperio llegaron hasta la basílica de San Pedro mientras los guardias suizos protegían la huida del papa Clemente VII a través de un pasadizo secreto. Ante la ausencia de un mando único que mantuviera la disciplina, los asaltantes se dedicaron a saquear la ciudad cometiendo todo tipo de abusos contra sus habitantes. A los asesinatos indiscriminados de inocentes, las violaciones de mujeres de cualquier edad y condición y la rapiña de bienes privados, se unió el sacrílego pillaje de iglesias y monasterios. Después de tres días de violencia y caos, el príncipe de Orange, nuevo comandante de las fuerzas imperiales, intentó restablecer inútilmente la disciplina entre unos soldados que no estaban dispuestos a renunciar al botín.
Las consecuencias del que sería conocido como Saco de Roma fueron inmediatas. Aunque la nueva situación favorecía sus intereses políticos, el emperador Carlos pidió perdón ante el humillado Clemente VII y guardó luto por las víctimas. La Ciudad Eterna, con muchos de sus habitantes muertos o desplazados, había sufrido un golpe devastador que marcaría la percepción de España en Italia y en el resto de Europa.
Para determinar el momento histórico en que la Leyenda Negra empezó a forjarse, la mayoría de historiadores coinciden en señalar que tuvo su origen al final de la Edad Media, alcanzando su pico máximo durante el reinado de los Austrias mayores con ocasión de la guerra de Flandes y manteniendo diferentes grados de vigencia en los siglos posteriores. Este punto de partida surgió a partir de la década de los sesenta del siglo XX como corriente mayoritaria de estudio entre los investigadores.