Dellafuente, el nuevo dios del agua, da uno de los mejores conciertos de la historia de Madrid
Dellafuente transforma el Metropolitano en un espectáculo inolvidable, fusionando flamenco y música urbana. Con invitados especiales y efectos sorprendentes, su concierto se convierte en un ritual único
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Cincuenta mil seres humanos respiran a su alrededor; el estadio parece una perrera o una jauría o un mantel en vertical con muchas migas luminiscentes. Se hace el silencio de repente: comienza la música y sale al centro del campo, donde el gigante escenario apenas puede soportar los gritos que corroen todas las vigas del Metropolitano: es él, es Dellafuente, y esta noche será Dios.
Pablo Enoc Bayo Ruiz, aunque muy pocas personas del estadio lo conozcan por su nombre real, no ha llegado hasta aquí por arte de magia, qué va. Leyenda de la música urbana en español, fue uno de los primeros que se atrevió a sumergirse en este negocio cuando casi todo era campo y en España se veía con malos ojos tener éxito.
Es hijo de la mano mágica de 2015, ese pentavirato conformado por C. Tangana, Rosalía, Bad Gyal, Yung Beef y por supuesto él, que, al calor de aquel año mágico del que ya han pasado diez, revolucionó la escena urbana para transformarla de un lago calmoso donde solo se escuchaba el bombo y la caja a un océano rico de sonidos, detalles, influencias, mestizajes y mucho, mucho éxito.
Pese a que empezó haciendo algo muy similar al trap, en Dellafuente se vio pronto una inquietud que iba mucho más lejos que el género urbano. En su primer disco, Azulejos de corales, el artista mostró todo tipo de sonidos que te hacían vibrar y recorrer desde su música las calles de Granada, ciudad natal de la que no se ha olvidado nunca – es sobradamente conocido que vive allí –.
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El Chino, mote por el que también se lo conoce, no tardó en convertirse en uno de los artistas esenciales que debías conocer no solo si te gustaba el urbano o el folklore, sino en general si disfrutabas de la música; fue uno de los primeros que se atrevió a fusionar aspectos tan puros del flamenco como las guitarras españolas con métodos nuevos traídos del caribe, como el autotune.
Poco a poco y disco a disco, Dellafuente fue convirtiéndose en una leyenda viviente y todo un ejemplo también para los que entendían la música como un negocio más sencillo y menos ruin. El Chino se ha caracterizado siempre por la discreción, por no preocuparle el marketing y por hacer su trabajo sin vivir asomado al peligroso balcón de la polémica y los atractivos focos.
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Algunos de los hits del granaíno son de las mejores canciones compuestas en España en los últimos años. Por ejemplo, hay temas como Manos rotas, Siempre que amanece o 13/18 que has escuchado aun no conociendo al artista. De hecho, es bastante probable que hayas tarareado más de dos y de diez veces las canciones que sacó tras asociarse con C. Tangana para componer, las ya míticas Guerrera o París.
El éxito de Dellafuente es perfectamente cuantificable y medible. Por hablar de números, ahora mismo cuenta con casi cinco millones de oyentes mensuales en Spotify; además, este concierto, el del viernes – con todos los tickets vendidos desde hace meses –, es el primero que hará en el Metropolitano, porque el sábado hará un segundo. También es probable que lo conozcas si te gusta el cine, pues fue el encargado de cantar en el festival de los Goya de 2024: es que es una auténtica leyenda, un hito español del que sentirse orgulloso.
Pese al éxito que en el campo del Atlético de Madrid está a punto de cultivar, este no es el recinto elegido originalmente; Dellafuente es uno de los selectos artistas que iban a tocar en el Santiago Bernabéu y tras la cancelación de los conciertos en el campo de la Castellana tuvieron que trasladar su espectáculo al Riyadh Metropolitano – tenía ya gran parte del aforo vendido cuando tuvo que anunciar la mudanza –.
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Ahora, el estadio del Atleti vibra como un coral; en su cara se nota que no termina de creerse la misa que está a punto de dar; se siente un cura con síndrome del impostor, un pandillero en un barrio que no es el suyo.
El escenario, un enorme patio andaluz con chorros de agua como salivosos besos, vibra: empieza el show.
Dellafuente canta y el público canta; Dellafuente ordena y el público obedece; esto no es un concierto, es un puto ritual de amor en el que una docena de bailarines entablillados de negro se mueven alrededor de la fuente, que ocupa como dos medios campos, y nos convencen de que estamos en un estadio porque los letreros así lo dicen, porque esto podría ser perfectamente un barrio con sus viejas cariñosas y sus camellos con colgantes de oro.
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El Chino se sacude la intro y sigue con 13 preguntas y tira unas pocas más hasta que sale al escenario Judeline, jovencísima gaditana, a cantar con él la de Romero santo.
Las fuentes del escenario, jamás vistas por este cronista que ya no sabe qué adjetivos usar, escupen agua sin cesar y el rito se hace serio y los niños se dan besos y dejan que el sudor se entremezcle con las lágrimas de sus caras: esto es lo nunca visto, de verdad que no hay palabras.
El Metropolitano está caliente, mucho, cuando canta 13/18 y la monumental Lia Kali, artista a la que tener siempre en cuenta, sale para hacerse junto al Chino la de Fosforito; los flashes se encienden en el estadio y esto parece una colmena de abejas encocadas con polvo fluorescente. El brillo no para, esto va a más.
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De repente, Dios le guiña un ojo a Madrid y la ciencia se convierte en magia: de donde antes salía agua comienza a salir fuego, muchísimo fuego, cuando Dellafuente canta 400 demonios y Corazón de fuego, parece esto una incineradora, pero la realidad deja de tener sentido cuando una brevísima e intensa tormenta riega el Metropolitano y la pista se inunda.
¿Tenéis paraguas? – bromea el Chino, que a estas alturas es el heredero del agua.
Canta Rels B, canta Amores y canta Morad, pero ya da igual; esto dejó de ser un concierto hace mucho, esto se ha transformado en uno de los mejores shows que Madrid ha visto jamás.
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El cénit está a punto de llegar, las arterias lo sienten, y el agua de las fuentes es incapaz de enfriar la tensión y las piernas tiemblan y suena Te amo sin límites y Olvídame y Te como la cara y, claro, ahora sí, Consentía: la granaina fuente explota y se convierte en un géiser que nos baña a todos. Es el fin, ahora sí.
La misa ha acabado y solo queda compadecerse de los ateos.
Cincuenta mil seres humanos respiran a su alrededor; el estadio parece una perrera o una jauría o un mantel en vertical con muchas migas luminiscentes. Se hace el silencio de repente: comienza la música y sale al centro del campo, donde el gigante escenario apenas puede soportar los gritos que corroen todas las vigas del Metropolitano: es él, es Dellafuente, y esta noche será Dios.