Así venció Andrés Calamaro a los malos en la sala Bataclán de París: "Un baño de alegría"
Unas 1.500 almas coreamos las letras del músico argentino a su paso por la capital francesa en una sala que todavía hoy encoge el corazón por las 90 personas asesinadas en 2015
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Entrar en la sala Bataclán de París impone respeto. Una siente que el corazón se encoge porque es imposible olvidar cómo hace casi diez años se convirtió en una tumba para 90 personas abatidas por terroristas. Miras alrededor, con la pista, la barra y el palco de un lugar con 160 años de historia y no se puede evitar pensar que la alegría, la fiesta, la diversión, la amistad y el amor fueron silenciados por los disparos de quienes no creen en nada de eso.
Diez años después, sin embargo, una se da cuenta con enorme satisfacción que la alegría, la fiesta, la diversión, la amistad y el amor siguen en pie en la misma sala. Las conjuró Andrés Calamaro en un concierto apoteósico el pasado 14 de junio. Unas 1.500 almas (aforo completo) bailamos, saltamos y coreamos sus letras. Aquello no solo fue un recital, fue también vencer a los malos. Y todos lo sabíamos.
"Sin palabras y con todas las palabras. Un honor y un compromiso tocar en esta sala con 160 años de historia, música y tragedia"
“Mil gracias Bataclán. Una noche que no vamos a olvidar nunca. Un estreno soñado en París (...) Sin palabras y con todas las palabras. Un honor y un compromiso tocar en esta sala con 160 años de historia, música y tragedia. Espero haber cumplido con las expectativas de los parisinos por adopción y de una sala testigo de tantas cosas. Las gentes que desbordaron el Bataclán (la fila daba la vuelta a la manzana) fue mucho más que un dato demográfico, un número: nos dimos un tremendo baño de alegría que no vamos a olvidar”, escribió el músico después en su Instagram. Y, realmente, fue así.
Todas las ideologías
Que había ganas de Calamaro en París se intuía ya por toda esa gente que, efectivamente, hacía cola para entrar por los alrededores del Boulevard Voltaire. Un público generacionalmente muy diverso -aunque eran muchos los de entre 40 y 60 años, tampoco se quedaban atrás algunos veinteañeros- y en el que eran mayoría los latinoamericanos y españoles.
Y si todos veníamos buscando los grandes éxitos, el argentino nos los dio y a paladas. Tiene un repertorio tremendo, ya sea con Los Rodríguez -nos dio un Sin documentos nada más empezar- como con su discografía en solitario, aunque la palma del concierto se la llevó el disco de 1999 Honestidad Brutal. De hecho, la gira que pasará este verano en España por Sevilla y San Sebastián se llama Agenda 1999 y, de alguna manera, todos volvimos un poco allí. Demostró también que a sus 63 años está en una forma estupenda. Cantó, tocó la guitarra, le dio a los teclados… Y desde el inicio se le vio muy cómodo con los músicos, el público, la propia sala. Cuando las cosas fluyen, déjalas correr.
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Salió disparado con trallazos como Cuando te conocí, Para no olvidar y Te quiero que pusieron a todo Bataclán en ebullición. Algún pequeño pogo, pero discretito, lo justo para moverte un poco. Fue intercalando también enormes hits de Los Rodríguez como A los ojos o Mi enfermedad - qué decir cuando escuchas “Estoy vencido porque el mundo me hizo así/ No puedo cambiar/ Soy el remedio sin receta y tu amor/ Mi enfermedad”- con algunas de ritmo algo más templado para que descansáramos un poco como Mujer mundial o Cuando no estás. Pero también nos llevó a casi la lágrima porque cómo no te vas a acordar de tu yo ya perdido y de todos los que se fueron con aquel yo con las letras de Crímenes perfectos, Flaca o Paloma. “Todo lo que termina termina mal, poco a poco/ Y si no termina se contamina mal, y eso se cubre de polvo”, canta Calamaro en Crímenes Perfectos. Desde luego, no fue así la noche del Bataclán.
No habló mucho el músico durante el concierto, pero sí tuvo palabras para reconocer qué es lo que significaba estar allí todos en esa sala con un discurso universalista al que le siguió un enorme aplauso: “No hay tantas diferencias ideológicas o culturales o políticas entre los demás y nosotros y quiero dejar constancia de eso (...) Nada más, decir gracias y olé los huevos de ustedes por llenar el Bataclán”. De nuevo, vencer a los malos sin entrar en batallas absurdas y polarizadoras de redes sociales.
El final fue un éxtasis que empezó con las notas y la poesía de “Prendida a tu botella vacía/ Esa que antes siempre tuvo gusto a nada”, del himno Estadio Azteca, seguido de Los chicos, ese recuerdo a los grandes amigos que ya no están - “Toma una lista de mis amigos/ Quiero convencerlos que vuelvan conmigo/ Si no van a esperar mucho, y hace mucho/ Que los quiero ver”, y con un requiebro final para El salmón: “Quiero arreglar todo lo que hice mal/ Todo lo que escondí hasta de mí/ Debo contar lo que yo solo sé/ Un perdón, Victor Sueiro también”. Y Calamaro, obviamente, fue perdonado. Le quiere su público.
Se encendieron las luces, sonó un pasodoble, el músico “toreó” y la gente aplaudió. Sin aspavientos. Solo podía quedar el regusto de que la música y la alegría una vez más habían ganado. Ese debe ser el espíritu de Bataclán y así salimos de allí. Felices y vivos.
Entrar en la sala Bataclán de París impone respeto. Una siente que el corazón se encoge porque es imposible olvidar cómo hace casi diez años se convirtió en una tumba para 90 personas abatidas por terroristas. Miras alrededor, con la pista, la barra y el palco de un lugar con 160 años de historia y no se puede evitar pensar que la alegría, la fiesta, la diversión, la amistad y el amor fueron silenciados por los disparos de quienes no creen en nada de eso.