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El arte de tratar a tus votantes como auténticos gilipollas
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Juan Soto Ivars

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El arte de tratar a tus votantes como auténticos gilipollas

Desde hace unos días, solo veo TVE. Me fascina: cuando creo que no pueden llegar más lejos, lo hacen. La imagen que la pública tiene de su espectador es un insulto tan monstruoso que no existe en el español

Foto: Pedro Sánchez abraza a una señora
Pedro Sánchez abraza a una señora
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Dijo Martínez Almeida el otro día que el Gobierno de Sánchez nos toma por gilipollas. No es cierto. Toma por gilipollas solamente a sus votantes: al número indeterminado de personas que seguirían votando al PSOE de Sánchez, aunque hubiera pruebas gráficas de que atropella perros por diversión. En este sentido, no tengo ninguna prueba de que Almeida haya votado a Sánchez. Puede que lo haga: con un presidente como ese en la Moncloa, basta con no prenderle fuego a Madrid para que la gente diga que no eres tan mal alcalde.

La relación entre alta política y baja gilipollez es vieja y variada. Mariano Rajoy tenía la facultad de hacerse pasar por gilipollas tan convincentemente que sus adversarios caían en la trampa y se lo creían. Fue un genio en el manejo taimado de la gilipollez, pero luego llegó Sánchez y rompió la baraja. Es el primer líder político español que ha tomado por gilipollas, primero, a todo su partido hasta reventarlo; luego, al Congreso de los Diputados con una moción de censura; más tarde a la izquierda española, y finalmente al cien por cien de sus votantes.

Todos los políticos consideran a sus votantes un poco aniñados, como queda claro en las campañas electorales, pero ninguno había considerado que su misión es restregar a su electorado lo rematadamente gilipollas que le parece esa gente al líder. Es un pacto social inaudito: yo insulto vuestra inteligencia, y a cambio vosotros me votáis. Probó la elasticidad de este abuso por primera vez con los indultos, lo certificó con la amnistía, y quedó tan convencido del éxito que montó la opereta de los cinco días de reflexión. Desde entonces no ha hecho más que llamar gilipollas a los socialistas.

Yo dejé de votar al PSOE porque no me gusta que me orinen en la cara. Y empecé a cogerle verdadera manía cuando apareció la famosa sincronizada mediática, en la que un montón de propagandistas no solo hacían el aspersor con el argumentario del partido en el rostro de la audiencia, sino que a los demás nos daban clases de deontología con un engreimiento insoportable.

Televisón Española se ha convertido en una industria del masoquismo. Puedes ponerla a cualquier hora y sabes que va a salir alguien que te tratará como si fueras retrasado. Allí, a cada evidencia de la degradación institucional del sanchismo, los tertulianos y presentadores abren mucho los ojos y la boca, niegan con la cabeza y ponen cara de “pero qué me estás contando, eso no significa nada, no hay pruebas”. Y pretenden que la audiencia haga el mismo paripé.

Si mañana saliera un vídeo de Pedro Sánchez esnifando cocaína sobre el cadáver de la prostituta, en TVE tardarían tres o cuatro días en dar la noticia. Luego dirían que claramente es una imagen de IA, y cuando los peritos certificasen que no, soltarían que la grabación es ilegal, acusarían al PP de tener mucho interés en tapar lo de Ayuso y las residencias y todo esto con la barbilla levantada y el dedito.

Foto: Super Mario, fontanero italiano. (EFE/Universal Pictures) Opinión
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Hace muchos días, semanas incluso, que solo veo Televisión Española. Me fascino como el niño ante los acróbatas del circo: cuando creo que no pueden llegar más lejos ni doblar más el pescuezo, pam, lo hacen. La consideración que la cadena pública tiene de su telespectador promedio es un insulto tan monstruoso que no existe en el español una palabra que lo nombre. El programa de Cintora lo han convertido en una especie de Canal Red, Sálvame es para echar de comer a los patos y lo de Intxaurrondo hace palidecer al resto de la parrilla.

Allí han ido depurando una técnica, que consiste en poner ellos mismos cara de gilipollas para que la audiencia se sienta identificada. Salta a la vista una cloaca entera y son capaces de meterse hasta la barbilla en la ponzoña, como cuando Fraga se bañó en la playa de Palomares. Miran para abajo y niegan con la cabeza. Hay que estar muy loco para creer que Sánchez miente, vienen a decir.

Foto: Patxi López y Leire Díez. (EC) Opinión

Cierto que es la única estrategia posible cuando alabas a un tipo que demuestra cada segundo que le pareces una herramienta. Para Sánchez, Intxaurrondo tiene tanta dignidad humana como el gato para un mecánico. Hace falta mucho dinero para que una persona te permita que la utilices de ese modo.

Esta semana hubo un encontronazo muy desagradable de Chapu Apaolaza con Marta Nebot en el plató de Javier Ruiz. Trataban de convertir las palabras de Martínez Almeida en una especie de insulto a los españoles con la misma treta por la que comunicaron que la UCO quería poner una bomba lapa al presidente: darle la vuelta a la realidad para cambiar el sujeto por el predicado de un mensaje. Como Apaolaza terció que él mismo se siente gilipollas, Nebot creyó que era una buena idea llamarle así.

Harto de la grosería, Apaolaza guardó sus cachivaches, se levantó y se fue. Lo último que oyó decir a Javier Ruiz, mientras se iba, es que su programa es “el templo de la palabra”. Y yo me quedé pensando que sí. Que toda TVE es ahora mismo el templo de la palabra. Pero solo de una palabra, bastante concreta, que he repetido demasiadas veces en este artículo como para llevarme el Camba.

Dijo Martínez Almeida el otro día que el Gobierno de Sánchez nos toma por gilipollas. No es cierto. Toma por gilipollas solamente a sus votantes: al número indeterminado de personas que seguirían votando al PSOE de Sánchez, aunque hubiera pruebas gráficas de que atropella perros por diversión. En este sentido, no tengo ninguna prueba de que Almeida haya votado a Sánchez. Puede que lo haga: con un presidente como ese en la Moncloa, basta con no prenderle fuego a Madrid para que la gente diga que no eres tan mal alcalde.

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